Ahí les va otra confesión que confirma mi loquera: oficialmente, me declaro germofóbica.
Por definición, la persona germofóbica es aquella que “le tiene miedo a los gérmenes y busca estrategias para evitarlos y así, evitar enfermarse”. La única aclaración que debo hacer aquí es que lo que busco no es evitar que yo me enferme, sino evitar que se enfermen mis hijos.
Tener hijos enfermos se vuelve complicadísimo. En primer lugar, me parte el alma verlos enfermos. Y por lo general, si se enferma uno, se multiplica por tres. Entonces, la enfermedad se alarga y paso gran parte del mes encerrada con niños en casa que además, son niños que están tristes, apagados y llorones porque no se sienten bien.
Por otro lado, niños enfermos es sinónimo de ellos-no-duermen-y-por-lo-tanto, no-duermo-yo-tampoco. Entonces, todos andamos cansados y no precisamente del mejor humor.
Por último, está la cuestión económica: pediatra + medicinas x 3 = no me conviene que se enfermen, por lo tanto haré todo lo posible por evitarlo, aunque eso me catalogue como una germofóbica.
Entonces sí, soy de esas mamás que carga con un kit de toallitas húmedas, un gel antibacterial y un Lysol portátil para todos lados.
Desinfecto el carrito del súper y las periqueras de los restaurantes, antes de sentar a Luca. Mis hijos sí pueden jugar en las áreas infantiles de los centros comerciales y los parques, pero en cuanto terminan, caminan hacia mí con los brazos extendidos hacia el frente como zombies, porque ya saben que yo estoy ahí, esperando con mi botellita de gel antibacterial.
Llegando a casa, ya conocen la rutina. Lo primero que hacen es quitarse los zapatos y dejarlos junto a la puerta (como estos niños se la pasan tirados en el piso, prefiero que andemos sin zapatos adentro de la casa… lo cual, sólo confirma mi estado de germofóbica). Acto seguido, van directo al baño a lavarse las manos. Siempre. Esto es cada vez que entramos a la casa.
No los mando enfermos a la escuela para evitar que contagien a los demás y aprecio que las demás mamás hagan lo mismo. Y sí, confieso que si están jugando junto al niñito moquiento que está tosiendo y estornudando, se me ponen los pelos de punta. Pero también he aprendido a relajarme (un poquito) y sobre todo, a resignarme. Porque estoy consciente de que hay cosas que están más allá de tus manos. Y si ya les tocaba enfermarse, pues… ya les tocaba (snif, snif…).
Pero mientras pueda, haré todo lo posible por evitarlo, aunque siga con mi psicosis y mi frasquito de gel antibacterial (siempre) en la bolsa.