Revista Viajes

Mi vida en Tortuguero o las peripecias de una madrileña trotamundos en el Caribe

Por Marbel

Llevo más de dos semanas queriendo escribir este post, y finalmente lo escribo en mi última noche en Tortuguero, pues mañana me marcho para emprender un nuevo rumbo. Quizás sea mejor así, pues podré relatar la experiencia completa hasta el final, un mes y medio viviendo en Tortuguero, en el Caribe de Costa Rica. Este tiempo ha dado para muchas historias y anécdotas que trataré de resumir a continuación. También, gracias a mi proyecto de ecoturismo, he conocido y hablado con gran variedad de personas, tanto turistas como gente local (especialmente guías del tour de tortugas), y he tenido fascinantes encuentros con la fauna del parque (aunque eso lo contaré en el siguiente post). Como colofón de mi estancia en Tortuguero, he tenido la oportunidad de vivir con una familia local durante mis últimas dos semanas.

Mi vida en Tortuguero o las peripecias de una madrileña trotamundos en el Caribe

Es curioso que justo antes de venir a Costa Rica, pasara una semana en Cornualles (Inglaterra), tierra de piratas, para venir después al Caribe, donde llegaron ellos en sus barcos veleros. Confieso que no lo hice a propósito, me di cuenta de la coincidencia al llegar aquí. De hecho, hasta que no llegué a Cornualles no supe que era tierra de piratas, o quizás no lo recordaba. Ha sido un cambio radical salir de la fría y lluviosa Inglaterra para venir al cálido y húmedo Caribe; eso sí, yo no llegué en barco velero, sino en avión.


Recuerdo muy bien cuando llegué aquí el día 10 de agosto. En el embarcadero me esperaba Yolanda, una española que ya se marchó de aquí, y me acompañó a La Casona, el que sería mi alojamiento durante un mes.

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Allí tuve una habitación bastante simple y en no muy buenas condiciones. Por la noche me despertaban cucarachas que se movían ruidosamente entre mis bolsas. Al principio pegué muchos gritos cada vez que veía una, pero finalmente acabé convirtiéndome en una experta matadora de cucarachas a base de zapatillazos. Tuve que guardar toda mi comida en el frigorífico o en la maleta, no sólo por las cucarachas sino también por las hormigas. Tenía una pequeña cocina y si dejaba algún plato sin fregar, rápidamente era invadido por las hormigas.

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Los mosquitos no me invadieron tanto como temía y al final resultó que no había dengue en Tortuguero, después de tanto miedo que me metieron en San José antes de ir allí. De todos modos, allí sí había unas mosquitas que transmitían la leismaniosis a humanos (aunque tampoco era muy común allí), y también unas mosconas que ponían unos huevos de donde salían gusanos, nada agradable. Y como no, las habituales y molestísimas purrujas, que son minúsculas y difíciles de ver pero siempre se las ingenian para picarnos en las piernas dejando unos puntitos rojos que pican que no veas. Para luchar contra estos desagradables insectos alados, me compré un artilugio para completar con los que ya compré en San José, una espiral con citronela y otros compuestos llamada gala. No lo utilicé tanto como pensaba porque despedía un humo muy tóxico e irritante.

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Otro animal que frecuentaba a menudo mi habitación, era el gecko, una especie de salamanquesa muy ruidosa. La primera vez que la escuché “cantar”, no sabía de qué se trataba y me pegué un susto tremendo en mitad de la noche. Cuando la vi y me dijeron que no sólo era inofensiva sino que además se comía los bichos de la habitación, me tranquilicé y hasta me alegraba cuando la veía. Eso sí, un día me pegó otro susto cuando al correr una cortina donde ella estaba, se me cayó en la espalda. Seguro que ella se asustó tanto como yo o más.

Lo más espectacular eran los sapos, y ojo que sapos, eran enormes, no un sapito cualquiera. Dos veces vi uno en mi habitación, y me preguntaba por donde se habrían metido. Había muchos agujeros en mi habitación, pero no del tamaño de esos sapos. Recuerdo que una noche estaba durmiendo y oí algo grande moverse al lado de mi cama. Al encender la luz y ver aquel enorme sapo mirándome con sus grandes ojos, no pude evitar sobresaltarme. La chica que limpiaba en La Casona siempre se reía de mi cuando se lo contaba, y me sugería que la próxima vez le diera un beso a ver si se convertía en príncipe. La verdad que no lo intenté, tanto valor no tengo, ni ganas.

Pero si hay algo que de verdad me sobresaltaba y aterrorizaba en mitad de la noche, eran las tormentas eléctricas. Recuerdo tres realmente potentes, las otras fueron más light, y no muy diferentes de las que yo conocía. Pero aquellas tres noches en que las tormentas fueron tan fuertes, pasé un miedo como nunca. Las paredes retumbaban con los truenos (y hay que tener en cuenta que las paredes de la mayoría de las casas aquí son como de papel) y los relámpagos iluminaban la habitación completamente. Uno de los rayos hizo que se encendiera mi televisor, que no tuve la precaución de desenchufar. Cuando las tormentas eran así de potentes, había que desenchufar todos los aparatos eléctricos. El wifi de La Casona se quemó porque no lo desenchufaron, y así pasó luego, que estuvimos sin internet varios días. Aunque después lo arreglaron, había cortes constantes de internet, algo que llegó a hacerme perder la paciencia bastante.

Estuve planteándome seriamente abandonar Tortuguero y mi proyecto a causa de las tormentas porque pasaba mucho miedo. Es difícil de explicar cómo son, pero os puedo decir que nunca experimenté algo parecido. Todo el mundo, incluso la gente de aquí, admitía pasar mucho miedo si estaba solo en la habitación (lo cual me consolaba), y también decían que se habían vuelto más fuertes en los últimos años. Menos mal que decidí tener paciencia y esperar unos días. Las tormentas se marcharon (al menos las fuertes) y todo volvió a la normalidad. En general ha llovido en agosto más que en septiembre (ahora ya estamos entrando en época seca en el Caribe).

El pueblo de Tortuguero es ruidoso de verdad y no tiene nada que ver con un pueblecito tranquilo de los que tenemos en España. Aquí hay mucha gente joven y casi nada de gente mayor, y vienen muchos turistas. Quizás también el tipo de clima y la localización influyen. Cada tarde jugaban al fútbol en el campo enfrente de La Casona, metiendo un ruido insoportable, por lo que intentaba irme de la habitación en ese horario. Por la calle siempre se oían músicas afro-caribeñas y la gente (especialmente los hombres) gustaban de hablar a gritos entre ellos. Menos mal que ruido de coches no había porque por suerte los coches no llegan aquí.

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Y los que se llevaban la palma en cuestión de ruidos eran los perros. Muchas veces en mitad de la madrugada me despertaban porque se ponían un montón de ellos a ladrar escandalosamente. Eso sí, por el día estaban tan tranquilitos tirados en el suelo durmiendo, mientras que yo estaba cansada porque no me habían dejado dormir. Siempre me han gustado los perros pero desde que el año pasado me mordió uno en Londres y ahora con los perros de Tortuguero, que además de ruidosos y molestones se comen a las pobres tortuguitas en la playa, he terminado cogiéndoles manía de verdad. También por la mañana teníamos los habituales conciertos de gallos y monos aulladores, muy pesados también, y además estos monos tienen una potencia de voz importante.

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Yo pasaba gran parte del día recorriendo las cabinas y lodges para hacer mis cuestionarios, y en la mayoría de estos sitios me daban de desayunar, comer o cenar, o al menos un zumito o un platito de frutas. Si queréis saber más sobre estos lugares, podéis leer mi post anterior (Algunos lugares donde alojarse en el paraíso).

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Muchas noches iba a los tours de tortugas, cada vez con un guía distinto, como parte de mi estudio. Se convirtió en algo muy habitual y si no iba en más de tres días, ya lo echaba de menos. He hecho un total de 13 tours, un privilegi teniendo en cuenta que los turistas suelen hacer uno solo. Para más información sobre las tortugas y los tours, podéis leer mi post correspondiente.

En mi tiempo libre, hice algunos otros tours como el de canales (que lo hice dos veces) con una lancha de motor eléctrico, y la caminata (una en el parque y otra junto a Pachira Lodge). Tuve la suerte de que los guías me dejaron hacer los tours gratis, algo que agradezco un montón teniendo en cuenta que ahora no tengo ninguna fuente de ingresos. Gracias a los tours, pude conocer algunos guías con los que tuve interesantes conversaciones y hasta alguna amistad. Especialmente me gustaron Jorge, Andrés, Roberto, Cloyds, Noli y Donis, guías que yo recomendaría totalmente si tenéis ocasión de venir aquí.

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Y claro, también conocí a muchísimos turistas al hacer mis cuestionarios. Con algunos tuve conversaciones muy interesantes sobre la conservación de la tortugas y otros temas ambientales, o incluso con algunos acabé hablando de mis viajes porque surgió el tema y no paraban de hacerme preguntas. A menudo se quedaban fascinados con mi vida viajera y envidiaban que pudiera pasar un tiempo tan largo en Costa Rica, pero claro, también les decía que está la otra cara de la moneda, el no tener seguridad económica, el cansancio de mudarse cada dos por tres y que yo aquí en realidad no estaba de vacaciones. Con algunos turistas incluso fui a dar un paseo o a tomar algo, y hasta nos intercambiamos emails; en fin, no sé si esto debería hacerlo una investigadora pero a veces surgía.

Antes mencioné a una española que vivía aquí y se fue (la que me vino a buscar el día que llegué). Conocí otras, también catalanas como la primera. Una se llamaba Georgina y trabajaba para la asociación de conservación de las tortugas, STC. Con ella estuve en algunas de las actividades de educación ambiental que hacía con los niños del pueblo.

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La otra se llamaba Cristina, era peluquera y llevaba siete años viviendo aquí. Estaba casada con un hombre afro-caribeño con rastas y un cuerpazo (todo hay que decirlo), y se habían hecho una casa prácticamente en plena selva. En la planta de arriba de la casa Cristina tenía su peluquería, una peluquería de lo más peculiar, en la que mientras te peinan puedes ver monos y tucanes. Muchas veces iba a visitar a Cristina, siempre acompañada de mi cámara y prismáticos por si aparecía algún animal interesante.

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Ah, y tenía como mascota un caimán al que llamaron Tosty. Él estaba casi siempre en el riachulo de enfrente de la casa, mirando cautelosamente y quizás esperando algo de comida.

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Una tarde fui de excursión por el río con Cristina, su marido y unos amigos. Uno de ellos se ofreció a llevarnos en su lancha. Ya sé que la foto es un poco mala, la hicieron con un teléfono y ya no había mucha luz.

Una noche salí con Cristina, la hija de la dueña de La Casona y algunas amigas de ambas. Fuimos a la Taberna y la Culebra, los únicos lugares de marcha del pueblo. La experiencia fue interesante y por allí se paseaban diversos personajes: un borrachín mayor descamisado que estaba empeñado en bailar con nosotras (aunque el pobre se quedó con las ganas), una señora negrita con mucha marcha y también mucho alcohol encima que se empeñó también en bailar con nosotras y lo consiguió, un travesti con mal gusto para vestir que intentaba llamar la atención con su sensual baile pero no tenía nada de éxito y los perros que por supuesto no podían faltar en ningún sitio de Tortuguero. Conclusión, aquello daba para un estudio sociológico y mucho más. Y digo mucho más porque hasta ligué con un local que me sacó a bailar, pero como ya me advirtieron que tuviera cuidado con los hombres de Tortuguero, todo quedó en un baile y punto.

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Lo mejor de mi vida en Tortuguero llegó al final. Conocí a Mayela, la dueña de una macrobiótica (así se llaman aquí los herbolarios) donde a veces iba a comprar. Empezamos a hablar de mi proyecto y mi estancia en Tortuguero, y me dijo que en La Casona estaba pagando demasiado. Ella me ofreció irme a su casa y pagarle la voluntad. No pude romper mi compromiso con La Casona de mínimo un mes así que sólo estuve en casa de esta familia mis últimas dos semanas en Tortuguero. Aquí pongo algunas fotos de la casa y la zona donde estaba.

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Mi habitación con mucho desorden

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El patio de la casa

Decidí pagarles algo más de dinero del que pensaba originariamente y así comer allí todas las comidas también. La razón era sencilla: esta mujer cocinaba de maravilla y muy sano, y consideré que prefería darle el dinero a ella que a un restaurante caro y poco sano, o estresarme comprando y cocinando. Aquí podéis ver algunas de las comidas que tuve el gusto de probar.

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Tamal

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Gallopinto, huevos revueltos, tomate y guacamole

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Frijoles, arroz, ensalada, yuca y pescado. Cuando hice la foto ya me había comido casi la mitad, os podéis imaginar el tamaño del plato.

La casa estaba más alejada del centro, hacia el parque nacional y enfrente del mar. Muchas mañanas me levantaba poco antes de las 5 de la mañana para ir a la playa en busca de tortuguitas. Me encontré tortuga grande y tortuguitas, pero también estos preciosos amaneceres.

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Y para atardeceres los que fotografié en el río.

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Mayela y su familia me adoptaron y me trataron como una más. Me sentí muy bien acogida. El nieto, un niño muy revoltoso y simpático llamado Randy, me tenía frita porque siempre quería jugar conmigo y yo demasiado ocupada. Al final le cogí mucho cariño y él me confesó que no quería que me fuera. Mayela con sus 43 años, tenía dos nietos de 4 años, y sus hijos (las padres de las criaturas) tenían 25 y 28 años. Está claro que los ticos van más rápido en estos temas.

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Randy con el perro del vecino

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La familia celebrando el cumpleaños de Randy

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Con Mayela, la que ha sido mi madre en Costa Rica, además de una gran amiga

Una tarde, los padres de Randy, me llevaron a la Bocana en bici, cerca del aeropuerto. A Randy lo llevaba su papá en la barra de la bici, y él iba tan feliz. La Bocana es donde se juntan el mar y el río Tortuguero, y detrás se puede ver El Cerro, la montaña más alta de la zona y desde donde dicen que las vistas son espectaculares. Allí está el pequeño pueblo de San Francisco, que me quedé con las ganas de visitar, otra vez será (igual que la subida al Cerro). A la vuelta se nos hizo tarde y tuvimos que pedalear a toda velocidad para que no se nos hiciera de noche. Por suerte, se hizo de noche cuando ya llegábamos al pueblo. Esta excursión fue en mi penúltimo día en Tortuguero, o sea, ayer, y fue sin duda una buena forma de acabar mi estancia en este lugar.

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Vistas del río desde cerca del aeropuerto

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Yo con la bici que me prestaron

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Randy con sus papás, Karen (hija de Mayela) y Oscar

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El último tramo para llegar a la bocana se hacía caminando por la playa, así que dejamos nuestras bicis atrás

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La Bocana. Os aseguro que esta foto no hace justicia a la belleza del lugar, era mucho más bonito de lo que podéis ver.

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El famoso Cerro y el pueblo de San Francisco a sus pies.

Hay cosas de Tortuguero que no voy a echar nada de menos, como sus abundantes mosquitos, hormigas y cucarachas, las aterradoras tormentas eléctricas, el sofocante calor húmedo, el ruido del fútbol cada tarde y de los bares los fines de semana, los numerosísimos perros, los elevados precios de la comida y la suciedad de las calles. Hay otras cosas de Tortuguero que si voy a echar de menos, como su color y luminosidad, el sonido del mar, las verdes y altas palmeras meciéndose con la brisa, el agua de coco, las abundantes frutas tropicales, su increíble fauna, mis queridas tortugas, la ausencia de coches, los paseos en bote por el río, y sobretodo, la encantadora familia con la que tuve la dicha de compartir estas dos últimas semanas.


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