Revista Cine

MICGénero 2012/V

Publicado el 11 septiembre 2012 por Diezmartinez
MICGénero 2012/V
Estamos en el Nueva York sucio, violento, oscuro y peligroso de los años 70. En esa enorme ciudad vive Max Jerry Horowitz, un hombrón solitario de 44 años que pesa 159 kilos, sufre de crisis de ansiedad, visita semanalmente a su psiquiatra y habita un pequeño departamento en el que, descontando a un amigo imaginario que se la pasa leyendo libros de auto-ayuda, no tiene más compañía que su colección de mascotas: un viejo perico, un gato tuerto y un pez dorado al que tiene que sustituir cada rato porque tiene la mala costumbre de morirse. Al otro lado del planeta, en Australia, en el pueblito macuarro de Monte Waverly, vive Mary Daisy Dinkle, quien tiene ocho años de edad, ni un solo amigo en el mundo, un defecto de nacimiento -una horrenda mancha en su frente-, una mamá alcohólica adicta al jerez y un papá silencioso y distante que, después de salir de su rutinario trabajo, se encierra en un cuarto a disecar pájaros. Ellos son los protagonistas de Mary y Max (Mary and Max, Australia, 2009), primer largometraje del australiano Adam Elliot (ganador del Oscar al Mejor Cortometraje Animado por Harvie Krumpet/2003, no visto aún por mí), un genial filme animado en stop-motion y con plastilina (claymation, le llaman en inglés) que, por azares e injusticias de nuestra distribución cinematográfica nunca vimos comercialmente en México. Una lástima porque se trata de una de las mejores películas del año... de cualquier año, de hecho. Con las voces de Philip Seymour Hoffman (Max), Toni Collete (Mary adulta) y la autoritaria entonación del narrador omnisciente Barry Humphries, Elliot nos entrega una a veces deprimente, a veces divertida y, al final de cuentas, conmovedora historia de amistad entre dos seres solitarios y separados por miles de kilómetros. La forma en la que el cuarentón y obeso mórbido Max y la chamaca tímida de 8 años Mary entran en contacto es por un mero impulso de la niña: ve un directorio telefónico de Nueva York, elige un nombre al azar y luego le escribe una carta a ese tal Max Horowitz que no conoce para preguntarle, por ejemplo, de dónde salen los niños allá en América, pues en Australia le han dicho que salen de los tarros de cerveza. Como gesto de amabilidad, Mary agrega una barra de chocolate para ese lejano amigo por correspondencia. Cuando Max recibe la carta, la lee tres o cuatro veces y, luego, decide contestarla. Después de todo, si alguien le escribió, tiene que responder. Es lo lógico, se dice a sí mismo Max quien, luego sabremos, tiene el síndrome de Asperger, por lo que el comportamiento humano "normal" es para él un completo misterio. Así que Max responde la carta y así inicia una amistad por correspondencia que se alargará hasta que Mary cumpla los 25 años de edad, después de haberse graduado de psicología y haber escrito un libro sobre enfermedades mentales como la que padece su gordazo amigo al que nunca ha visto en persona. Supuestamente basado en un hecho real -aunque, claro, hasta Abraham Lincoln vs. el Chupacabras presume de eso-, Mary y Max es una maravilla por partida doble. Por un lado está el detalle con el que el oscareado Elliot trabaja la técnica del claymation. El cuidado en la realización se nota desde el inicio con el título del filme -Mary escrito de manera manuscrita; Max, en máquina de escribir: esas eran las formas de comunicarse de los dos personajes-, sigue durante toda la cinta en el claro contraste de los dos mundos en los que viven él (un Nueva York gris, oscuro, desprovisto de colores cálidos) y ella (una Australia más colorida, más optimista, más alegre), pasando por los innumerables detalles humorísticos en la creación de los personajes: la alcohólica mamá ladrona de Mary, la casi ciega vecina de Max, el anciano vecino mutilado y agorafóbico de Mary, o los idiosincráticos animales -el gallo de Mary, las mascotas de Max- que aparecen en todo momento. El segundo elemento notable es la forma en la que el Elliot guionista lidia con los problemas de sus personajes. A lo largo del filme vemos los estragos causados por el alcoholismo (la madre de Mary), la depresión (Mary adulta), la soledad (todos los personajes) o la discapacidad mental permanente (Max que, a veces, parece el más sensato de todos). Elliot no dulcifica ninguna de estas situaciones, pero tampoco hay explotación miserabilista o chantaje de ningún tipo: en cada momento el Elliot animador encuentra la forma de agregar un elemento de humor absurdo en lo que vemos y eso nos lleva a la carcajada liberadora. Elliot permanece fiel a sus personajes y a su historia hasta en el mismo desenlace, en el que hay frustración, dolor y, también, una sonrisa abierta, generosa. Una película extraordinaria.  
Mary y Max se exhibe el 11 de septiembre en el Museo Carrillo Gil a las 18 horas, el 13 de septiembre en el Museo de la Mujer a las 14 horas y en el Centro Cultural España ese mismo día a las 17 horas. Finalmente, en el CCU Tlatelolco, el 18 de septiembre a las 18 horas.

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