Revista Cine

Michael

Publicado el 17 julio 2010 por Diezmartinez
Michael
Michael (Alemania, 1924), sexto largometraje de Carl Theodor Dreyer, ocupa un lugar muy especial en la filmografía del cineasta danés y en la historia del cine mismo. Por pincipio de cuentas y en opinión de muchos historiadores fílmicos, Michael es la primera obra maestra importante en la carrera de Dreyer y, en segunda instancia, se trata de una de las primeras películas en la historia del cine en tratar de manera más o menos abierta el amor gay.Pero ubiquémonos primero en el contexto: Michael fue dirigido por Dreyer para la UFA berlinesa después de que el cineasta había renunciado a la Nordisk Films Kompagni de Dinamarca por una amarga disputa por el presupuesto y el corte final de su segundo largometraje, Blade af Satans Bog (1921). A partir de esta traumática experiencia, Dreyer no haría contratos duraderos con ningún estudio sino que trabajaría en propios proyectos independientes, con sus propias reglas, con sus condiciones, en distintos estudios y en diferentes países a lo largo y ancho de Europa. Así llegó a la UFA germana a dirigir Michael, producida por el poderoso Erich Pommer.
La trama de Michael -escrita por el propio Dreyer en colaboración con la guionista y mujer de Fritz Lang, Thea von Harbou- está basada en un libro homónimo escrito por el novelista danés gay Herman Bang y está centrada en el trágico/patético triángulo amoroso entre un viejo pintor, su ingrato "hijo/modelo" y una maléfica princesa rusa sin un quinto. Aunque los intertítulos nos infoman y nos insisten que el amor del pintor Zoret (Benjamin Christensen) por el jovencito Michael (Walter Slezak) es un sentimiento paternal completamente desinteresado, lo que vemos en pantalla es, más bien, una frustrada pasión gay.
Michael llegó cierto día al estudio del encumbrado Zoret a mostrarle sus pobres intentos artísticos. Zoret de inmediato lo desengañó -sus dibujos no valen nada, le dice- pero en seguida le propuso servir como su modelo. A partir de entonces, el idilio artístico siguió inalterable: Zoret encontró a su modelo perfecto ("el hijo que nunca tuve, a quien dejaré todo cuando muera") y Michael se encontró con su futuro asegurado. Sin embargo, el amor gay (¿platónico?) se derrumba cuando aparece en el estudio de Zoret la Princesa Lucia Zamikoff (Nora Gregor), quien pronto conquistará al muchacho, lo que provocará en Zoret, paradójicamente, la realización de su mayor obra artística y, al mismo tiempo, el inicio de su fin.
La fidelidad amorosa más allá de la vida y de la muerte, y el sacrificio como última muestra de pureza espiritual, temas que volverán a aparecer en la filmografía posterior de Dreyer, aquí se muestran en todo su esplendor. Zoret, al verse abandonado por su hijo/modelo/amante, no reniega de lo que ha vivido sino que, al contrario, agradecer el haber encontrado el verdadero amor, sin importarle el precio que ha tenido que pagar por ello.
Visualmente, Dreyer se nos muestra aquí, ya tempranamente, como un experto maestro en el manejo del encuadre y la cámara: el uso del iris móvil dentro del propio encuadre, ese sutil paneo hacia la izquierda para dejar ver la imagen de una cruz en cierta escena clave, la forma en la que aparece Zoret en primer plano mientras al fondo vemos su obra maestra que es su propio autorretrato espiritual y, también, su despedida.

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