Entre los lectores empedernidos de novela negra, en muchas ocasiones los debates no versan sobre si tal o cual novela es mejor o peor, más o menos conseguida, sino sobre si sus protagonistas son auténticos logros como personajes o meros arquetipos de género; sobre si recuerdan a tal o a cual, o aportan identidades claras y originales; sobre si sus pesquisas son complejas desde un punto de vista intelectual o basan sus descubrimientos en las leyes de la medicina forense o los cálculos de probabilidades; sobre si son hombres o mujeres, o travestis (que haberlos, haylos); si son romanos de la antigua Roma o prehistóricos de Neandertal; si actúan en pareja o por separado; y un largo etcétera de combinaciones posibles que sería prolijo detallar aquí.Dejando a un lado los clásicos del género (los Spade, Marlowe, Poirot, Marple, Holmes, etc.), si me preguntaran cuáles son mis dos investigadores favoritos de la novela negra actual (no los que participan en las mejores novelas -no hablo de calidad literaria del producto- sino los que me tocan de forma más directa hasta sentirlos vivos y no entes de ficción), respondería que son el detective Hieronymus Bosch (Harry Bosch para los amigos), creado por Michael Connelly, y el comisario Jean-Baptiste Adamsberg, hijo novelesco de la autora francesa Fred Vargas. Dos personalidades completamente opuestas y visceralmente distintas: el primero, pegado al asfalto sucio, frío, ambicioso e inhumano de la ciudad de Los Ángeles; y el segundo, callejeando de forma poética e irreal por las entrañas de un París naïf, acompañado de grandes creaciones de personajes secundarios tan extraños y atractivos como él.Esta entrada se centra en la primera vez que aparece en una novela de Michaell Connelly (Filadelfia, 1956) el aludido detective Harry Bosch y que inaugura una serie de dieciséis títulos hasta el momento (dejando aparte su aparición secundaria en algunas otras novelas y relatos del autor)SINOPSIS
El detective Harry Bosch quedó marcado por la dura experiencia de Vietnam. Ahora, un caso le devuelve a su pasado. La víctima, Billy Meadows, había servido en su misma unidad. Ambos eran “ratas de túnel” que combatían en la red de pasajes subterráneos del Vietcong; ambos experimentaron el horror del “eco negro”.(Roca Editorial. Traducción: Helena Martín)
PRIMERA PARTE-Bueno, ya sé que anoche te tuvimos ocupado con el asunto de la tele, pero tanto tú como tu compañero estáis de servicio todo el fin de semana y os ha tocado un fiambre en Lake Hollywood. Lo hemos encontrado en una tubería, en el camino de acceso a la presa de Mulholland. ¿Sabes dónde está? (…) Bosch encontró un lugar sin cagadas de paloma donde apoyarse en la barandilla que recorría el muro de contención del embalse de Mulholland.
Sepúlveda, como casi todas las poblaciones de los alrededores de Los Ángeles, tenía barrios buenos y barrio malos.
Bosch cogió la salida de Broadway en dirección al sur y atravesó Times Square hasta llegar a la casa de empeños, situada en el edificio Bradbury.
Una vez (me acordaré toda la vida) un tío enorme me trajo el anillo de la Super Bowl de 1983. Era precioso. Le di mil dólares, pero no volvió a buscarlo.
Hacía diez meses que Harry Bosch no había estado en el tercer piso de Parker Center.
Bosch tardó cinco minutos en llegar al hospital County-USC y un cuarto de hora en encontrar aparcamiento.
El sol flotaba como una bola de cobre al otro lado de la ventanilla del conductor, mientras por la radio sonaba Soul Eyes, de John Coltrane. "Soul Eyes", por John Coltrane
Bosch cogió la salida de Barham y luego enfiló Woodrow Wilson en dirección a las colinas que se alzaban sobre Studio City.
Pero la panorámica valía la pena; desde la terraza trasera se veía más allá de Burbank y Glendale, hacia el noreste. También se divisaba el perfil púrpura intenso de las montañas de Pasadena y Altadena, y a veces incluso se vislumbraban las nubes del humo v el resplandor anaranjado de los frecuentes incendios de monte bajo. Por la noche disminuía el ruido de la autopista que yacía a sus pies y los focos de los estudios Universal barrían el cielo. Al contemplar el valle de San Fernando, a Bosch le invadía una sensación inexplicable de poder. Aquélla había sido una razón, la más importante, por la que había escogido aquella casa y por la que nunca se mudaría de allí.
Desenfocada detrás de él, en el suelo de paja de la cabaña se vislumbraba la oscura boca de un túnel cuyo contorno, desdibujado y amenazador, era como la boca escalofriante del cuadro del Edvard Munch, El grito.
SEGUNDA PARTEBosch condujo hasta el centro para tomarse una tortilla, tostadas y café en el Pantry, un bar de Figueroa Street que permanecía abierto las veinticuatro horas del día. En el interior, un cartel anunciaba con orgullo que el establecimiento nunca había pasado un solo instante sin clientes desde antes de la Depresión. Al darse la vuelta, comprobó que el peso de aquel récord recaía sobre él, ya que estaba completamente solo.
A las nueve ya había llegado a Westwood y se encontraba en el decimoséptimo piso del edificio del FBI en Wilshire Boulevard.
Las cortinas actuaban como una capa de niebla sobre la contaminación y Bosch, casi rozando el tejido con la nariz, miró abajo, al otro lado de Wilshire, donde se hallaba el cementerio de la Asociación de Veteranos. Sus lápidas blancas se alzaban sobre el césped recortado como filas y filas de dientes de leche.
Tal vez prefería comer sola. Bosch cruzó la calle hasta la otra esquina y se apostó delante del teatro Fox.
TERCERA PARTEHarry encendió la radio para escuchar el partido de los Dodgers, pero luego la apagó; estaba cansado de oír a gente. En su lugar, puso varios compacts de Sonny Rollins, Frank Morgan y Branford Marsalis: música de saxo. Luego extendió las carpetas en la mesa del comedor y destapó una botella de cerveza. «Alcohol y jazz —pensó mientras bebía—. Duermes con la ropa puesta. Eres un poli tópico, Bosch.
Sonny Rollins Frank Morgan
Branford Marsalis
Entonces vio que ella se paraba a contemplar un cuadro en el recibidor, en la pared opuesta al espejo. Era una reproducción de El jardín de las delicias, un tríptico de un famoso pintor holandés del siglo XV.Hieronymus Bosch —comentó ella mientras estudiaba aquel paisaje macabro—. Cuando vi que ése era tu nombre completo pensé que…-No hay ninguna relación —terminó él—. A mi madre le gustaban sus cuadros, supongo que por lo del apellido. Ella fue quien me envió esa reproducción con una nota que decía que le recordaba a Los Ángeles, por la cantidad de gente loca que hay. A mis padres adoptivos, bueno, no les hizo mucha gracia, pero yo lo he guardado todos estos años. Lo colgué aquí en cuanto me compré la casa.-Pero tú prefieres que te llamen Harry.-Sí, Harry me gusta.
CUARTA PARTEAl llegar a la bahía de Santa Mónica, Bosch y Wish continuaron por la autopista del Pacífico. El viento había empujado la contaminación hacia el interior, de modo que se distinguía la isla Catalina más allá de las olas. Se detuvieron a almorzar en el restaurante Alice’s y, como era tarde, encontraron una mesa vacía junto a la ventana.
Aparcaron delante de la casa de Eleanor Wish, una vivienda realquilada a dos manzanas de la playa, en Santa Mónica. Mientras entraban, ella le confesó a Bosch que, aunque vivía muy cerca del océano, si quería verlo, tenía que salir al balcón de su dormitorio y estirar el cuello hacia Ocean Park Boulevard. Desde allí se divisaba un trocito del Pacífico.
"Tennessee Waltz" (Sonny Rollins, tema del disco "Falling in love with Jazz")
Bosch descubrió otra afinidad con Eleanor Wish cuando se volvió y vio, en la pared donde estaba el sofá, una reproducción en un marco negro de Aves nocturnas, de Edward Hopper.
"502 Blues" (Wayne Shorter)SEXTA PARTEPasaron Rodeo Drive y se encontraron en el corazón del distrito comercial de la ciudad. Los edificios que flanqueaban Wilshire Boulevard empezaban a aparecer más señoriales, como si fueran conscientes de que sus propietarios tenían más dinero y más clase.
"Purple Haze" (Jimmi Hendrix)