Año: 2015
Editorial: Anagrama
Género: Novela
Valoración: Recomendable
Sumisión o asco.
Parece que ya es tradición en esta web empezar la crítica de un libro de Houellebecq haciendo una declaración de intenciones. Vaya por delante pues: odio a Houellebecq. Lo odio con toda mi alma. Cada vez que leo un libro suyo tengo ganas de levantar un estandarte rojo con la hoz y el martillo y al grito de “muerte a la inteligencia” asestarle un golpe letal y luego suicidarme yo misma por las paradojas dialécticas de la posmodernidad. Y eso que no soy tan posmoderna, pero nos veo reflejados en sus escritos vomitivos. Quizas por este asco, esta nausea que me provocan las lecturas de sus libros, no me pierdo ni uno. Houllebecq es mi némesis, y al enemigo hay que conocerlo bien.
Sentadas las bases, he de decir que Sumisión es un libro particularmente asqueroso. Escrito con gran esmero, con un estilo bien pulido, retrata con gran fuerza… ¿qué retrata en verdad? ¿Una sociedad distópica? ¿Una invasión musulmana? ¿Un atentado contra las sagradas libertades europeas? Antes de contároslo, permitid que me refiera a dos circunstancias que guardan relación con este libro:
1º La promoción del libro coincidió con un momento particularmente difícil para la sociedad francesa: el atentado perpetrado contra la redacción de Charlie Hebdo. En este contexto, la distopía houellbecquiana se cernía sobre los franceses y, en general, sobre los europeos, con la sombra aún más oscura, si cabe. Se discutía ampliamente si los acontecimientos que en Sumisión se relatan –la llegada al poder de un lider musulmán de aspiraciones verdaderamente imperiales– están a punto de hacerse realidad, de si estamos a borde de la desaparición como civilización, con sus bondades, sus libertades, su bienestar, su blablabla. Pero en lo que no se insistía tanto es en la imagen de la sociedad europea que se asoma por el libro. Y es precisamente el retrato que hace Houellebecq de Europa lo que debería preocuparnos más.
2º Los redactores de Libros Prohibidos pueden confirmarlo. Al día siguiente de mandar la primera versión de esta reseña, la sociedad francesa vivió el segundo gran atentado. Tuve que pensar si de verdad es el momento para presentar esta crítica. Pero es que no lo digo yo, lo dice Houllebecq. En Sumisión se relata el proceso de islamización de Francia, parece. Gracias a una inesperada alianza de partidos y un miedo terrible al Frente Nacional, llega al poder un partido islamista moderado. Y moderado es en verdad, pues como todos los demás partidos “civilizados”, no hace revolución armada, no deroga la constitución, sino que hace exactamente lo mismo que todos los partidos, PP y PSOE incluidos, que quieren moldear a los ciudadanos a su voluntad e imagen: hace una reforma de la educación. Ay, ¡la reforma de educación!, este arma terrible y despreciada por los demás partidos, que se lo permiten al nuevo gobierno a cambio de puestos y favores varios. El partido islamista concede gustosamente a diestra y siniestra. La reforma consiste básicamente en una privatización de la enseñanza superior y en la introducción de las materias religiosas en el currículum. Movimiento genial, pues, por ejemplo, la Sorbonne III pasa rápidamente a manos de unos simpáticos sheikhs, quienes multiplican el sueldo de los profesores. Hay una única condición: para enseñar en la facultad tienes que abrazar el Islam, cosa comprensible puesto que ahora es una institución privada. ¡Pero nada de forzar! Los nuevos propietarios de la Universidad te dan la opción de permanecer fiel a tus convicciones y retirarte, y además, muy majos ellos, te compensan con una jubilación muy generosa. Por supuesto, en París se respira un cierto cambio de costumbres. Sirva esto como pincelada contextual.
El protagonista del libro, François, profesor en la Sorbona, se encuentra ante un dilema: conservar el puesto o la conciencia. Y es donde empieza lo verdaderamente triste, nauseabundo, asqueroso de este libro, pues, para mi gran sorpresa, en la vida de François no encuentro nada, absolutamente nada, digno de defender ante “la amenaza” de un sistema de creencias impuesto desde fuera. Sus encuentros frustrantes con las mujeres están marcados por la imposibilidad de apropiarse de ellas, de hacerlas suyas, de someterlas. Su rutina diaria despojada de cualquier implicación o compromiso, su terrible aburrimiento y su indiferencia; todo ello hace de él un personaje despreciable. Muy houllebecquiano también. Parece que este conservador y reaccionario sabe sacar el jugo del diagnóstico papal de que vivimos en una “civilización de la muerte”. En Houellebecq quedan pocos valores, las cosas se hacen por costumbre y por el qué dirán más que por otra cosa. El aburrimiento es espeluznante.
Y en todo ello penetra el Islam –interpretado por François de manera muy particular–, que puede proporcionarle un marco en el que apoyarse para dar pie, razón, fundamento a sus opiniones y deseos, sobre todo en su trato con las mujeres. ¡Qué exótico, qué bueno!
Cierto es que, de igual manera, François podría escuchar las razones el movimiento nacionalista, con el que flirtea por un instante. Los radicales parecen ser los únicos que saben dónde se juega verdaderamente la batalla por las almas atrofiadas de la sociedad francesa y europea. Tal y como los retrata Houllebecq, los radicales son los únicos que parecen responder al reto del revival religioso. Son los únicos dispuestos a defender algo. Frente al otro. Para perpetuarse en el poder es necesaria una identidad ideológica, parece querer decir.
Es por esta visión de Europa que odio a Houellebecq. Lo odio porque no quiero vernos así, escondidos en la fortaleza del primer mundo, detrás de cuya fachada se esconde un horror vacui, y donde no hay ninguna razón para elegir una cosa en vez de la otra, ya sea abrazar una nueva religión o pasar indiferentes al lado de un genocidio perpetrado más allá de nuestro continente. Así que, si quieres leer este libro para disfrutar de una distopía, está bien. Y si quieres afianzarte en tu convicción de que el fin está cerca y nos están invadiendo, pues oye, también. Pero ten cuidado, porque igual acabas leyendo un ensayo sobre la podrida alma europea. ¿Estás listo?
Agata Bąk
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