Tocaba hacer un relato en el que apareciera un monstruo en el lugar más inesperado.
El hogar secreto del monstruo
Pablito sabía que había un monstruo en la casa y quería echarle pero, por más que buscó en todos los armarios y debajo de las camas, no logró encontrarlo.
El monstruo estaba contento porque sabía que su escondite nunca sería descubierto: la vieja caja de costura de la abuela no se utilizaba desde hacía años y allí, entre agujas y retales, vivía de lo más entretenido, saliendo solo lo justo para alimentarse de los sustos que daba a los pequeños de la casa.
Por desgracia para él, Pablito, harto de llevar disfraces comprados al colegio cuando sus compañeros llevaban otros hechos en casa, decidió aprender a coser cuando sus padres le dijeron que no tenían tiempo para hacer esas cosas. En cuanto abrió la caja, el monstruo se expandió y le dio un buen susto, pero luego el niño se repuso: a la luz del día no daba tanto miedo y por fin podía echarle de la casa.
Al monstruo no le quedó más remedio que marcharse y colarse en la siguiente casa con niños que encontró. De forma provisional, eligió el armario como escondite pero, cuando tuviera oportunidad, buscaría otro recoveco que nadie usara nunca para esconderse: un monstruo nunca sabía cuándo un niño encontraría valor para buscarle e intentar expulsarle de su casa, como había hecho Pablito.