No sabía lo que eran las microalgas, tampoco muy bien lo que eran las algas. Es decir, no sabía qué diferencia existía entre unas marrones con hojas grandes y otras pequeñas con tallos como de juncos. Las había visto alguna vez, pero no sabía nada de ellas, si hacían daño o no.
Una vez oyó a una concejala de Santa Cruz diciendo que las algas la “arañaban toda” cuando se “revolcaba en la ola”. Con el tema de aquel agosto pensó que era lo mismo, que alguien había salido arañado de estar en la ola, y se preguntó por qué se bañanan si la propia naturaleza nos daba una alarma en forma de mancha.
Bajó a la playa un par de veces, y en ambas ocasiones estaba limpia, tuvo suerte. Lo que no estaba limpia era la arena, estaba llena de colillas y trozos de plástico. Se preguntó si las colillas y los plásticos que se quedaban entre las rocas salían de los emisarios ¿Podían las colillas convertirse en microalgas?
En la primera ocasión de aquel agosto no se baño porque el mar estaba como un infierno, y tenía miedo del revolcón. En la segunda sí, un rato, y estaba fresca y salada el agua, como siempre.
Los medios de comunicación hablaban de aquel fenómeno veraniego como si de algo nuevo se tratase, y en las redes sociales se le echaba la culpa del agua canela a los políticos, por dejar aparecer aquellos lodos y por no poner fecha para que se fueran. (Por un momento imaginó a un concejal metido hasta la cintura en la espuma amarillenta con un cucharón enorme sacando barro de la orilla y metiéndolo en una bolsa [de plástico]).
Por lo que parece todo el quid de la cuestión radicaba en que los emisarios submarinos estaban descontrolados. Y entonces pensó en unos monstruos como dragones que en lugar de fuego expulsaban mierda por sus bocas abiertas bajo la marea. Recordó que esto tampoco era nuevo, que hace años que la costa olía mal por algunas zonas, y que a todos nos daba igual, o no teníamos redes sociales para echar la culpa a los políticos.
Pronto llegaría el otoño. Los emisarios esos seguirían echando bazofias a diestro y sinitestro, pero ya no habría mancha a modo de advertencia, y ya no tendríamos tiempo para ir a la playa, así que ese problema ya daría igual, pensó.
Porque aquello del medio ambiente sólo era importante cuando podemos ir a la playa. El resto del año si no ya tal, o le echamos la culpa al político, o al que cobra las bolsas en el supermercado.
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