Como Rodrigo se encontraba hiperventilando - la emoción de ver algo que le gusta le provoca aletear, hacer movimientos extraños con las manos y dar grititos-, pues llamaba de una manera bastante evidente la atención. He de decir que es algo que ya no nos importa, y menos en el contexto del cole.La amiga de mi pequeño se giró para observar y le preguntó:
- Oye, ¿y este?- Es mi hermano especial.- ¿Y qué le pasa?- Es que está contento porque le encanta Doraemon.- Y, ¿por qué hace eso? - Porque le gusta mucho. Siempre lo quiere ver. Mola, ¿eh?- Sí. ¿Seguimos jugando?- ¡Vale!Esto, lo que representó en aquél instante, fue la simplicidad del mundo vista a través de los ojos de dos niños de apenas seis años.Y me gustó tanto...
Fue transparente, natural, lleno de una curiosidad lógica pero al mismo tiempo llena de ternura y aceptación sin más.Y en ese momento yo pensaba en lo bonito que sería si todos viéramos lo diferente con esa mirada.Qué fácil resultaría nuestra vida, ¿verdad?También pensaba, una vez más, en lo valiosos que son esos momentos porque nos dan a entender que, si trabajamos esa mirada desde bien pequeños, podemos conseguir adultos que mantengan esa forma de ver la realidad. Sin prejuicios. ¿O no lo pensáis vosotros así?