Él era el hombre ideal, en todos los aspectos.Tenía veinticinco años cumplidos en Mayo; por tanto, su estación era la primavera, lo que lo convertía en alguien alegre y apasionado por naturaleza.Era alto y esbelto, de músculos definidos pero no gruesos. No había pisado jamás un gimnasio: ese cuerpo de infarto era fruto de caminatas por el campo y brazadas en la playa.Su cabello era de color rubio oscuro, con reflejos dorados. Cuando la luz incidía directamente en él, lo convertía en un dios del sol, así, con todas las letras y virtudes divinas.Y sus ojos…oh, esos ojos. El iris era del color del bosque profundo, un color verde oscuro que parecía contener maravillas y tesoros en sus adentros. Su mirada era viva, intensa y magnética, el tipo de mirada que te corta el aliento.Pero no sólo era guapísimo. También era sano, ecologista, encantador, humilde, atento, responsable, caballeroso, detallista, y en el fondo de esos ojos se adivinaba el fuego de una pasión que podía llegar a ser deliciosamente abrasadora.A estas alturas me estarás maldiciendo, preguntándote dónde demonios conocí yo a semejante príncipe azul.Pues bien, le conocí…
…porque me atropelló.