Jesucristo metió sus dedos en los oídos de aquel sordo y exclamó: ¡Effatá! Se obró el milagro y el que nunca oía ahora percibía ahora de golpe todos los sonidos de alrededor.
Para sorpresa de todos, corrió atormentado hasta el borde de un acantilado y se arrojó al mar.
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