Por fin ha llegado el gran día.
Anoche no conseguí pegar ojo debido a que los nervios se habían apoderado de mí, por lo que hoy acontece. Morfeo se negó a que cayese en sus brazos.
La incredulidad se apodera de mí por momentos, no doy crédito cuando a mi cabeza vienen pensamientos de que al fin lo tendré entre mis brazos.
Varios meses de conversaciones hasta las tantas, llamadas interminables y sonrisas y lágrimas detrás del teléfono, han dado sus frutos y ha llegado la hora de recogerlos.
De repente, el sonido de mi teléfono retumba por toda la sala, sacándome de mis pensamientos y devolviéndome a la realidad. – María soy yo. En 15 minutos llegaré a la estación.
Mi pulso se acelera y sin poder articular palabra consigo balbucear. – De acuerdo, voy para allá.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y mis piernas tiemblan sin cesar, impidiéndome dar un solo paso. Pero me armo de valor y me dispongo a ir en su encuentro, pues mi amor por él le gana la batalla a las inseguridades y a los miedos.
Faltan escasos minutos para ser la mujer más dichosa del mundo, así que me doy prisa y recorro las calles hasta llegar a mi destino.
Entre mis pestañas vislumbro su figura, un reguero de ilusiones se apoderan de mi alma. Innumerables sentimientos salen de mis adentros con tan solo una mirada.
Nos fundimos en un abrazo y en un sinfín de besos y en ese instante sé que le quiero a mi lado el resto de mi vida.