El joven seminarista estaba orgulloso de su mural. Seguro que el padre formador le felicitaría. Aquella frase que había oído por ahí, representaba mejor que ninguna el espíritu cristiano. Se lo enseñó a su maestro. El hombre palideció. Castigado en su habitación seguía sin explicarse el motivo de su enfado: ¿Qué podía tener de malo la expresión: "Haz el amor y no la guerra"?
Este obra de Jesús Marcial Grande Gutiérrez está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.