Revista Cultura y Ocio
Quedaban pocos arbustos y los árboles eran ya muy viejos. Aún había millones de flores hermosísismas, pero muy pocas llegaban a fructificar. Sólo ella, la última abeja del mundo, volaba de flor en flor. Se sintió muy débil; notaba el escozor provocado por los ácaros alojados en los intersticios de su exoesqueleto. Pronto murió. Los hombres, Einstein ya lo predijo, lo harían pocos años después.