Middlemarch, de George Eliot
Editorial Alba. 890 páginas. 1ª edición de 1872; ésta es de 2017. Traducción de José Luis López MuñozLa BBC preguntó a 82 críticos literarios no británicos por las mejores novelas británicas de todos los tiempos. En el número uno de esta lista apareció Middlemarch de George Eliot (cuyo verdadero nombre era Mary Ann Evans, Warwickshire, 1819 – Londres, 1880). Por supuesto, me había topado muchas veces con este título y durante más de una década había barajado la posibilidad de leerlo. Sin ir más lejos el libro lo temía en casa. Hace unos dos años le regalé la edición de Alba a mi pareja. Durante dos años, este libro ha sido leído en mi casa únicamente por mi suegra, pero tras encontrar lo de la encuesta de la BBC decidí tomarlo de la estantería y empezarlo en diciembre de 2019 con la intención de que fuese la novela larga que me iba a acompañar durante las vacaciones de Navidad de 2019/20.
La novela se abre con un preludio en el que se nos habla de santa Teresa de Ávila. «Muchas Teresas nacidas después no han podido encontrar una vida épica que les ofreciera un constante despliegue de acciones con tan amplias resonancias; han vivido tan sólo existencias llenas de errores, resultado de cierta grandeza espiritual mal emparejada con la escasez de oportunidades; se han quedado en trágicas fracasadas que no encontraron poeta capaz de inmortalizarlas, y se hundieron en el olvido sin nadie que las llorara.» (pág. 13)
En el primer capítulo, Eliot nos presenta a las hermanas Brooke, Dorothea de diecinueve años y Celia de diecisiete, dos huérfanas que viven con su tío en la ciudad de Middlemarch, situada en la campiña inglesa. Dorothea es una joven imbuida de grandes ideales religiosos. Tras leer el preludio –sin haber leído previamente el resumen de la contraportada– pensé que esta novela iba a relatar, a través de la creación de unos personajes, con esa tragedia que se anunciaba al principio, la de una joven religiosa que quiere seguir los pasos de Santa Teresa sin poder acercarse al ideal al ser éste confrontado con la realidad. Así que lo que me esperaba era leer una novela quijotesca sobre una vocación religiosa (de hecho, en el preludio también se cita a Cervantes). Y esta línea argumental efectivamente se encuentra en la novela, pero no es la historia principal, como parecía insinuar el preludio. Middlemarch es una novela coral que muestra la vida en una pequeña ciudad de provincia inglesa, que toca casi todos los estamentos sociales (aunque se centra más en las clases altas que en las bajas), durante el siglo XIX. Concretamente la acción comienza en 1829 y acaba en 1832; aunque el capítulo final resume la evolución de la vida de los personajes principales una vez que nos despedimos tras haber seguido sus pasos durante tres años. Así que Eliot sitúa la acción de su novela unos 40 años antes del tiempo de su escritura. Eliot ha buscado para su novela un periodo de cambios políticos, puesto que en 1832 fue cuando se aprobó una famosa reforma electoral en Inglaterra y Galés que cambiaba el modo de elegir a los miembros de la cámara de los Comunes. Además de haberse documentado sobre este tema, Eliot también estudió los cambios científicos en materia de medicina correspondientes al periodo en el que centra la acción de su novela, ya que otro de los protagonistas principales de la novela va a ser el joven doctor Lydgate, cuyo deseo de investigación y de usar métodos médicos modernos va a chocar con el conservadurismo de la provincia y sus médicos más conservadores.
La atractiva Dorothea (según he leído, Eliot tiende a idealizar la belleza de sus protagonistas femeninas) rechazará al joven y potentado James Chettam para casarse con el reverendo Edward Casaubon, que se dedica a tratar de escribir un gran tratado sobre mitología. Dorothea piensa que a su lado podrá consagrarse a ayudar a un erudito, a alguien que podría ser un nuevo Pascal. «Le atraía una unión que sirviera para librarla de la sujeción femenina a su propia ignorancia y le diese la libertad de someterse voluntariamente a un guía que pudiera conducirla por la más noble de las sendas.», así describe Eliot a Dorothea en la página 40. Más de uno de los personajes masculinos del libro es machista; sin ir más lejos el tío de Dorothea, el reverendo Casaubon y el médico Lydgate. Además, Eliot crea para ellos personajes femeninos que también son machistas, pues están convencidas de que han de asumir los papeles que la sociedad ha reservado para ellos. Después de acabar el libro de Alba, tomé la edición de Cátedra, porque quería leer el prólogo, firmado por Pilar Hidalgo, que la acompaña. Hidalgo señala que las primeras lecturas feministas de Eliot en la década de 1970, acusaban a la autora de no crear personajes femeninos que se rebelaran contra el heteropatriarcado, mientras que ella en su vida sí lo había hecho. Mary Ann Evans (George Eliot) trabajó escribiendo en una revista, una ocupación propia de hombres en su época, y convivió con uno de sus compañeros sin estar casado con él, lo que hizo que sufriera el rechazo de su entorno. Las feministas de los 70 querían que las protagonistas de las novelas de Eliot fuesen como ella, pero no lo eran. Como la propia Hidalgo señala, ésta sería una mirada un tanto corta para la grandeza de los logros de Eliot. Es más, añadiría que Eliot es muy consciente al escribir su novela de mostrar las diferencias de roles que están guardados en la sociedad para los hombres y las mujeres, y no sólo lo señala sino que su mirada sobre ello parece crítica. «Las mujeres no tienen por qué tener ideas.», es una frase que Eliot pone –de un modo nada inocente– en los pensamientos de Celia. Una idea que la propia sutilidad mental de la voz narrativa que cuenta la historia desmiente de un modo más que humorístico. De hecho, la narradora tiene una constante mirada irónica sobre los personajes que retrata, que en algún caso pasa a ser burlesca. Así, en un momento en el que los familiares de un anciano rico rodean su cama mientras está a punto de morir, Eliot escribe: «Todo lo que he narrado o narre en el futuro sobre personas de baja condición puede ennoblecerse considerándolo como una parábola; de manera que si salen a escena malas costumbres y sus feas consecuencias, el lector y tenga el alivio de juzgarlas tan sólo figurativamente indecorosas y se considere en la práctica acompañado por personas de cierta distinción. Así, mientras yo digo la verdad sobre unos palurdos, la imaginación de mis lectores no debe excluir por completo la posibilidad de tratar con lores.» (pág. 369-70). Sobre el tema del machismo, Eliot pone en boca de la sumisa Dorothea la siguiente sentencia envenenada: «La libertad de una mujer consiste por lo común en escoger al único hombre disponible.» (pág. 578)
Sobre todo al principio de los capítulos interviene la voz narrativa para hacer aclaraciones sobre lo contado. El traductor de Alba, José Luis López Muñoz– elige dar el género femenino a esta voz, y así en la página 99 leemos la expresión «No estoy segura…». En la edición de Cátedra la traductora Mª Engracia Pujals elige también el género femenino. En inglés no existe distinción de género, y Eliot podía jugar al equívoco sobre si quien narraba la novela era un hombre o una mujer. En su época se supo que Eliot era el seudónimo de una mujer después de haber publicado ya unos cuantos libros. Hidalgo cuenta en el prólogo de Cátedra que Eliot hizo esto porque en el siglo XIX la crítica literaria no tenía el mismo rasero para los escritores que para las escritoras. Por defecto, se consideraba que las escritoras conseguían obras literarias de peor calidad. La narradora juega con su papel: en más de una ocasión lanza preguntas al lector, o interviene para decir, por ejemplo, que espera no aburrir al haber elegido hablar de un personaje o no de otro, y en más de un caso es claramente una narradora omnisciente, ya que quedan reflejados en el texto los pensamientos de los personajes, pero otras veces apunta que no lo es, ya que señala explícitamente que no está segura de algunas cosas que ocurrieron en los tiempos que narra (recordemos que son cuarenta años antes del tiempo de escritura del libro). A veces también analiza las impresiones que tienen unos personajes sobre otros y comenta si está de acuerdo con ellos o no. Estas intervenciones de la narradora son muy típicas del siglo XIX y pueden chocar a un lector del siglo XXI; pero las apreciaciones que hacen Eliot sobre su propia narración son tan inteligentes e irónicas, que en realidad no molestan.
Así que Dorothea se va a casar con el reverendo Causabon, que le saca casi treinta años, no es nada atractivo y se encuentra mal de salud, porque quiere ser una mujer que se sacrifique por un hombre y por una causa noble. El matrimonio no va a ser, como el lector ya habrá supuesto, lo que Dorothea esperaba.
El joven doctor Lydgate no desea casarse pronto porque aún no ha asentado su posición social y sueña con alcanzar la gloria científica. Pero se acabará enamorando de la bella joven Rosamond, la hija del alcalde de Middlemarch, y se adentrará en un matrimonio, bajo los deseo de la presumida Rosamond, que tal vez no pueda afrontar. Señala Pilar Hidalgo en el prólogo de Cátedra que uno de los temas más claros de Middlemarch es el de la vocación: Causabon quiere ser un erudito capaz de explicar las conexiones de los mitos clásicos, Lydgate quiere ser un reputado médico teórico, y Dorothea desea ser una sacrificada Santa Teresa. Hidalgo señala que este tema no es frecuente en las novelas victorianas, y esto hace que Middlemarch se acerque más a la modernidad narrativa.
Una de las cosas que Rosamond más aprecian de Lydgate es que pertenece a una familia noble, aunque él no haga uso del dinero de su familia y en cierto modo parezca despreciar a sus parientes nobles. Tras casarse con Rosamond, Lydgate va a descubrir que con sus ingresos va a ser difícil contentarla y mantener la arrogancia con la que mira al resto de habitantes de su ciudad. En la página 628 leemos: «Entre ellos existía ese total desconocimiento de la trayectoria mental del otro que es sin duda posible incluso entre personas que piensan de continuo la una en la otra.», y esta distancia mental entre las parejas es otro de los grandes temas del libro. La importancia del dinero en la gente es importante en este libro, que pretende reflejar la vida real de las personas en la primera mitad del silgo XIX en la provincia inglesa. De hecho, el contenido de algunos testamentos será importante en el desarrollo de la trama. Sin embargo, la obsesión por la posición económica es menos determinante para los personajes de George Eliot que para los de Jane Austen.
Fred es el hermano de Rosamond, además de un joven cuyos padres quieren que haga una carrera eclesiástica con la que él no se siente muy convencido. A Fred le gusta más jugar al billar (apostando y perdiendo dinero) y montar a caballo. Además le gustaría casarse con Mary, su amiga de la infancia. Pero ésta no piensa aceptar el matrimonio si Fred entra en la Iglesia, porque sabe que lo haría sin vocación. Fred y Mary forman la tercera pareja principal de la novela.
Middlemarch se publicó por entregas entre 1871 y 1872 y durante la primera mitad he tenido la sensación de leer un grandísimo libro, que no tenía muy claro hacia dónde se dirigía, sobre todo tras pensar que iba ser una novela sobre los sueños quijotescos de una joven que quiere ser como Santa Teresa, y no acabar siendo así. A mitad de la novela aparece un personaje secundario, que ha tenido relación en el pasado con algunos de los personajes más preeminentes de la ciudad, y que va a tener la capacidad de cambiar su destino con sus habladurías. Esto hará que la novela avance hacia su desenlace de una forma más clara que antes. He tenido la sensación que este personaje secundario que embrolla la trama no lo tenía pensando Eliot cuando empezó a escribir su novela, y en gran medida es un recurso folletinesco. Pero decir esto de «recurso folletinesco» describe de una forma pobre los logros que consigue esta novela. Con las maledicencias aparecerá de forma clara cómo es la idiosincrasia de la provincia que Eliot ha querido retratar. La crueldad que algunas personas van a ejercer sobre otras me ha recordada a la crítica sobre este mismo tema que Leopoldo Alan Clarín hace en La Regenta sobre la vida en la provincia española. La Regenta se publicó una década después de Middlemarch y tratan, en cierta medida, de temas similares. No sé si Clarín pudo leer Middlemarch, pero me ha parecido percibir algunas conexiones.
La narradora a veces hablaba de lo que iban a perduran los sentimientos de los personajes proyectados en el tiempo futuro, y en el último capítulo decide acelerar el tiempo y contarle al lector qué va a ocurrir con los personajes principales de la novela en las décadas siguientes, hasta que muchos de ellos mueren. Este final me ha recordado al de Libertad de Jonathan Franzen, que parece un heredero de George Eliot. Al acabar este último capítulo he tenido la sensación de encontrarme ante una despedida importante. No sé si Middlemarch, como afirmaban los críticos consultados por la BBC, es la mejor novela británica de todos los tiempos, pero desde luego se ha convertido en una de las mejores novelas que yo he leído. La empecé en 2019 y la terminé en 2020. Middelmarch va a encontrarse incluida de forma segura en mi lista de mis diez mejores lecturas de 2020. Venga lo que venga después va a ser muy difícil que sea mejor que esta novela. Un clásico maravilloso.