Un amigo mío, de mi edad, fue a consulta del urólogo (también aproximadamente quinto suyo) y este le preguntó si se levantaba de madrugada para ir al baño. Mi amigo le contestó: "¡Pues claro; como usted!"
Y sí; yo también. Y algunas noches dos veces. Es muy desagradable abrir el ojo de madrugada, con lo a gusto y lo calentito que estoy, urgido por una presión tiránica en la vejiga.
Sin embargo el sábado me desperté de repente por otro motivo. De nuevo se me había metido en mi colodrillo (y supongo que en mi sueño) la casa de X.
El padre de Mafalda, preocupado, no puede dormir. QuinoMe ha pasado dos o tres veces en los últimos dos o tres años. Hay en esa casa algo que no me gusta, algo con lo que no estoy tranquilo. Le doy vueltas a la cabeza y no hago más que ver cosas horribles.
El caso es que cuando la proyecté no sentí nada raro. Estaba muy seguro de lo que hacía. Y luego en la obra, con el arquitecto técnico con el que tengo tanta confianza y con el que he trabajado tanto, todo fue bien y no vimos ningún signo que nos hiciera presagiar nada malo. La empresa constructora era pequeña, pero muy competente y meticulosa, y, en definitiva, todo fue como una seda.
Pero cuando la obra llevaba cuatro o cinco años terminada, súbitamente me vino a la mente, con toda intensidad, la idea de que algo importante en la concepción de la estructura estaba mal. Permitidme que no diga el qué (que además serán seguramente imaginaciones y aprensiones mías sin mayor fundamento), primero por si cabe la remotísima posibilidad de que los propietarios de la vivienda lean esto, aten cabos, se puedan reconocer y sientan un injustificado miedo por su casa, pero segundo, y sobre todo, porque no querría por nada del mundo una retahíla de disertaciones y consejos de mis diligentes colegas. Bastantes escenarios terroríficos me pongo en el teatrillo de mi caletre como para que, con vuestra mejor intención, me mencionéis alguno que no se me había ocurrido.
Bueno, pues la madrugada del domingo (antes he dicho sábado porque siempre cuento las madrugadas mal, y tiendo a echárselas a la cuenta del día pasado en vez de a la del que empieza) la pasé dando vueltas en la cama, repitiéndome a mí mismo mil veces que eran solo aprensiones mías; que las otras veces que había pensado en eso había ido a ver la casa y estaba todo bien; y que me durmiera y dejara de amargarme la noche. Pero era inútil. Conseguía dormir un poco, pero me volvía a despertar. (Obviamente aproveché para ir al baño, pero esta noche no era la próstata la que me levantaba de la cama, sino el miedo).
Finalmente me quedé dormido, justo cuando ya se acercaba la hora de levantarse.
Y, por supuesto, una vez que desayuné me fui a dar mi paseo matutino (los diez mil pasos de cada día dánoslos hoy) por los alrededores de la casa de mis sueños (bueno, de mis desvelos). Caminé disimulando, como si tal cosa, sin mostrar el más mínimo interés por nada, pero ya la veía a lo lejos. Por supuesto, no podía pararme ni fijar mi atención de forma notoria. Incluso si me encontrara con mis clientes tenía que saludarlos con amabilidad y simpatía, sin mostrar ninguna expresión de terror.
Todo esto me iba diciendo mientras la casa se iba acercando a mí. La miraba de reojo, sin aparentar más atención que la que ponía a las casas de al lado y de enfrente, o a los coches aparcados. No le veía nada malo: ninguna fisura (y no digamos grietas), ningún desplome ni desperfecto. Cuando pasaba ya delante de ella me obligué a no girar la cabeza para intentar verla desde por el otro lado. Dentro de unos minutos volvería en sentido contrario y tendría las perspectivas que ahora me eran negadas.
La primera pasada fue satisfactoria. Llegué al extremo de la calle, giré a la derecha y otra vez a la derecha, por si fuera posible ver ahora desde lejos su fachada posterior. La vi un poquito, porque las parcelas eran amplias y la densidad era baja: lo justo para ver que tampoco tenía desperfectos apreciables.
Di alguna vuelta al azar por alguna otra calle y me organicé para volver a pasar por la casa pero en sentido contrario al de antes. También la vi bien. Intentaba pasar con cara de póker, pero supongo que cualquiera que me viera notaría en mí una mirada y un gesto huidizos, torvos, muy raros, de vergüenza, de CULPA.
En todo caso era evidente que la casa seguía en pie y bien en pie, y en aparente buen estado. Llevaba unos cuantos años dando el tipo y sin arrugarse. Podía ser optimista y pensar que así iba a seguir indefinidamente: No parecía haber motivos para pensar en que algo estuviera mal.
Como me sobraba tiempo alargué mi paseo alejándome bastante de la casa, solo para dejar pasar un buen rato para volver hacia ella otra vez en un sentido y en el otro, por detrás y por delante. La casa estaba perfecta. A la casa no le pasaba nada y mis temores eran infundados. Me dije que era un cobarde y un alarmista, y me recriminé por ser tan tonto. Me quedé completamente satisfecho y espero no volver a angustiarme por esta casa hasta por lo menos dentro de tres o cuatro meses.