Si una persona se siente atraída románticamente por otra, pero mantiene cierta distancia porque teme llegar a amarle, quien se entera de la situación suele promocionar lo maravilloso del amor: suele decir que la experiencia de amar vale la pena a pesar de que no siempre termina como se desearía. Sin embargo, tal vez no sea buena idea intentar “espantar” el miedo que alguien siente.
El miedo está ahí por alguna razón. Esconderlo o tratar de pasar por encima de él sin antes haberlo explorado puede hacer que la persona ame desde el miedo, dando pie, por ejemplo, a los celos infundados, o bien, que el miedo resurja fortalecido si esta nueva experiencia termina mal.
El amor de pareja no es nada más sensación y sentimiento, también es una actitud a favor de la otra persona que implica cuidarla y hacerle el bien; también es compromiso. Esto último no necesariamente es “bonito” o “fácil”. Si a alguien le da miedo, tal vez no esté lista o listo para ello. ¿Para qué apresurarse? A veces hay una herida –o varias heridas- que es necesario sanar.
En el ámbito de las relaciones de pareja, casi siempre amamos esperando recibir amor a cambio y cuando no recibimos lo que esperamos nos frustramos y sufrimos. Lo ideal sería amar sin expectativas e incondicionalmente, pero usualmente no es de ese modo. Así que quienes tienen miedo a amar no están imaginando fantasmas: hay un riesgo real de decepción y de dolor. Si no nos sentimos capaces de asumir este riesgo, no es momento para hacerlo.
Esto no representa una condena. La persona que teme amar no tiene que quedarse con su miedo para siempre. La cuestión es no ignorar el miedo ni forzarse a eliminarlo, sino comprender por qué está ahí, qué capacidades son necesarias para amar confiadamente, gozosamente, y trabajar en desarrollarlas. A veces es necesario recibir ayuda profesional.