Por: Luis Cino
Arroyo Naranjo, La Habana.– Durante mi estancia en Miami, en noviembre y principios de diciembre, escuché a algunos exiliados que se oponían a que el gobierno norteamericano acoja a los miles de cubanos varados en Costa Rica y Panamá. Alegaban -y hay que reconocer que no les falta cierta razón- que entre los que buscan llegar a los Estados Unidos, además de los infiltrados del G-2 que siempre hay en estos casos, la mayoría son lumpens, chusmas, que nunca movieron un dedo en contra del régimen y que tan mansos como eran en Cuba, se volvieron tigres y leones en reclamo de sus derechos -los que les corresponden y los que no- en cuanto pusieron un pie en suelo extranjero.
Pero también en Miami, entre no pocos cubanos, especialmente entre los que llegaron después del éxodo de los balseros de 1994, percibí algo bastante similar al miedo, la apatía y el cinismo que reina en Cuba. La versión a larga distancia del “aquello no hay quien lo tumbe, pero tampoco quien lo arregle”
Algunos, que generalmente no quieren saber de la disidencia y tienen muy mala opinión de los congresistas cubano-americanos, confiesan que “no quieren meterse en política” para que no les sea negada la habilitación del pasaporte por la embajada cubana y poder viajar a la isla para visitar a sus familiares.
Hay los que se inventan justificaciones para su inacción y sus miedos. Elaboran complicadas tesis para explicar por qué desconfían de ciertos líderes disidentes. Hablan de la incapacidad de la oposición para llegar a las masas, de sus rencillas interminables, de sus fallos, pero nunca de sus virtudes. Te repiten la vieja cantaleta de que el G-2 tiene a sus agentes infiltrados en todos los grupos y movimientos en Cuba, y también en el exilio, donde tampoco se sabe quién es quién, te aseguran. Y uno se siente como si de un momento a otro fuera a aparecer, por la calle 8, un ‘seguroso’ montado en una Suzuki.
Son muchos los que te dicen que no les interesa la política. O peor aún: que no se fueron de Cuba por problemas políticos, ni porque tuvieran “problemas con la revolución”, sino porque querían vivir mejor. O sea, que son emigrantes económicos, como los haitianos y los mexicanos, no exiliados, que es lo mismo que repiten los voceros del castrismo.
De estos “apolíticos” cada vez hay más en Miami. Y como es lo que más abunda en Cuba, luego de 57 años de envilecimiento e indefensión inducida, seguirán llegando. No les importa la democracia, que no entienden qué coño es, ni el futuro de Cuba ni otra cosa que no sea el dinero, la comida y los trapos. Y va y hasta tienen el descaro de decir que están en Miami pero siguen siendo revolucionarios.