Uma vez leída la entrevista de Joseba Elola con Julian Assange, tanto en su traducción sintética en Repubblica (La paura di Mr. Wikileaks. "La mia vita è in pericolo") como en el original de El País (Cita secreta con el hombre que hace temblar al Pentágono), queda claro que el juego entre la transparencia informativa y los secretos de estado se está convirtiendo en algo mucho más peligroso de lo que pudiera pensarse.
Por una parte, está lo que comenta acertadamente Vittorio Zambardino, "hay que proteger a Assange incluso de sus errores":
Cuanto más se lee sobre Julian Assange [se refiere a la mencionada entrevista] más evidente resulta que este juego se ha convertido en algo mucho más grande que él mismo. (...)
Que este hombre y sus colegas cometan errores, incluso gravísimos, como el de no "procesar" los materiales, al menos para salvar las vidas de las fuentes, es el precio de su inexperiencia y sobre todo fruto de la persecución a que se les ha sometido.
Si no se hubiera transformado a Assange en un fugitivo de película, sería incluso más fácil dialogar acerca del riesgo de las wiki-revelaciones.
Por otra parte, está la desinformación sistemática de quienes decretan y mantienen los secretos de estado, que a buen seguro no siempre son "de Estado", sino de intereses "de gobierno", o de "partes implicadas" de mucha menor envergadura histórica, pero de mayores intereses, sean políticos o económicos, ni siempre tan justos ni claros como sería de desear.
Por último, y como consecuencia de ésto, queda la ciudadanía que paga los impuestos y elige a los gobernantes que los administran. Cuando lo que está en juego son guerras, no estaría de más que la ciudadanía pudiera disponer de la información pertinente, lo más cercana posible a la verdad desnuda. Y no los eufemismos de una manipulación casi sistemática, que nos lleve a creer que vivimos en un mundo distinto del nuestro.