Miedo selectivo

Vivimos un mundo nuevo, una distopía para la que, pese a tanta serie, película y libro, no estábamos preparados. Porque de las advertencias de los científicos ni hablo, es ponerse a hablar ellos y el resto de la humanidad parece que desconectamos o cambiamos la frecuencia. Así que ahora estamos aprendiendo, a base de prueba, taponazo y vuelta a empezar y nos cuesta entender muchas medidas. Yo he llegado a la conclusión de que tenemos un miedo selectivo. Pavor a que los niños y niñas vayan al colegio, porque son de difícil control y van a seguir compartiendo el bocadillo en el recreo, tocándose y gritándose. Pero veo los parques infantiles llenos en las ciudades desde que se abrieron. Aunque los padres no sepan cuándo fue la última vez que se desinfectaron y los pequeños toqueteen todo y luego se metan las manos en la boca.

El miedo selectivo ha afectado de forma especial a la cultura. Mientras el cine intenta recuperar público poniendo clásicos que hasta ahora era difícil ver en pantalla grande y se ve obligado a limitar el aforo, las playas se rebosan y no saben de sillas de playa en medio para garantizar la distancia de seguridad. No tenemos la visita a un teatro, un concierto o un museo en nuestra lista de prioridades, pero quedamos en el monte para echarnos una chuleta sin mascarilla, ni pena por sentarnos juntos para combatir esa bruma que siempre acaba metiéndose en los huesos a la sombra de nuestros árboles.

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Podemos acudir a los restaurantes sin miedo, y de hecho ya los locales se encargan de recordarnos las medidas pertinentes de seguridad, nos sentamos unos al lado de otros y comemos y bebemos sin mascarilla. Y me parece bien, que no sintamos pánico, que vayamos con precaución recuperando la actividad. Lo que no entiendo es por qué la educación y la cultura parece que son los ámbitos más peligrosos. ¿Casualidad? Mi naturaleza no es tender a la conspiranoia, pero no lo creo.