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Miedo y aversión en La Habana y Miami

Publicado el 24 febrero 2020 por Tomarlapalabra

Miedo y aversión en La Habana y Miami

La mayoría de los cubanos criados en Estados Unidos en las últimas seis décadas pueden describir sin problemas las tres reacciones que provoca cualquier pregunta a sus padres sobre la Revolución cubana: silencio, desconfianza o una fervorosa oración para dar gracias por no estar en Cuba.

Soy una cubana nacida en Nueva York y criada en Kansas y Miami. En mi caso, cada vez que les hacía preguntas a mis padres, ellos respondían con otra serie de preguntas“¿Con quién has estado hablando?” o “¿Cuál de tus maestros es comunista?”.

Más adelante, en mi vida académica, descubrí en la complejidad de la historia cubana una explicación a la inconveniencia de hablar de Cuba, no solo en la isla, sino también en Florida.

Tanto para los isleños como para los cubanos estadounidenses, la historia constituye el eje central de su identidad. Por desgracia, también es el principal tabú que nos moldea, limita y define.

Una de las razones es que, durante décadas, aceptar la versión de Fidel Castro sobre la revolución requería coincidir con el Estado comunista en que su ascenso al poder no solo había sido la culminación de la historia cubana hasta ese momento, sino también su conclusión. Así que a los ciudadanos no les correspondía hacer prácticamente nada más que defender, disfrutar y obedecer.

Sin embargo, a los críticos y opositores de Castro la historia cubana no les ofrecía ningún respiro de la revolución ni de las formas más ardientes de nacionalismo. Hablar acerca del pasado por lo regular implicaba sacar a colación detalles inconvenientes sobre cómo el papel de Estados Unidos en Cuba antes de 1959 puede ayudar a explicar el ascenso de Castro al poder y por qué permaneció en él. Por eso, son hechos que todavía son tabú.

Durante la mayor parte del siglo XX, ser nacionalista, criticar a Estados Unidos y considerarse un “revolucionario” fueron aspectos esenciales de la identidad cubana dentro de la isla. Igual de esencial era el derecho a manifestarse, organizarse sin temor a represalias y expresar inconformidad, con total fuerza y claridad.

Mientras que los exiliados cubanos de Miami por lo regular condenan cualquier crítica a Estados Unidos porque evocan las de Castro, los dirigentes de la Cuba comunista criminalizan cualquier crítica que se haga de ellos. Sin embargo, las generaciones que los antecedieron lucharon por fusionar el nacionalismo anticolonial y la protección de las maquinaciones estadounidenses con la democracia liberal, no la dictadura fidelista y unipartidista del comunismo ni la homogeneidad ideológica implacable característica de los trumpistas de derecha.

Ser un revolucionario antes de que Castro ascendiera al poder en 1959 significaba estar comprometido con la misión de construir una nación todavía más democrática que Estados Unidos. La revolución, en calidad de meta e historia, quedó integrada en la urdimbre de la vida política cotidiana y la identidad personal de los cubanos mucho antes de que apareciera Fidel.

La cultura de oposición de Cuba y la fe de sus ciudadanos en el carácter excepcional de su país se forjaron a través de tres guerras de independencia de España en el siglo XIX. Estas guerras desataron el sueño de una nación meritocrática fundada en la promesa de revertir cuatro siglos de genocidio y colonialismo.

Estados Unidos robó este sueño cuando ocupó la isla y le negó a Cuba la victoria sobre España en 1898. Estados Unidos también puso en marcha una política —que fue más o menos persistente durante casi un siglo— de intervención política y respaldo a gobiernos dictatoriales que no solo imperó en Cuba (hasta 1959), sino también en la mayor parte de América Latina hasta los años noventa.

Para la década de los cincuenta, ni la cultura política radical ni la certeza de los ciudadanos en cuanto a su derecho de controlar a su gobierno y crear una economía más equitativa habían desaparecido en Cuba. Lo que le hacía falta al país era un Estado soberano y responsable que se encargara de cumplir su visión. Desde 1902, cuando concluyó la primera ocupación militar estadounidense, y hasta 1959, los cubanos organizaron nada menos que cinco movimientos revolucionarios armados en contra de un Estado corrupto que le debía más su existencia a las empresas estadounidenses que al pueblo.

Recordar esta historia se convirtió en una especie de traición entre los exiliados del Miami cubano; en contraste, el nacionalismo antimperialista que generó en la isla fue un arma poderosa para Castro. Desde hace décadas, el Estado cubano ha confiado en esta arma para justificar su estrategia de silenciar a los críticos y crear un amplio sistema de seguridad con entrenamiento soviético y una cultura de sitio.

A través de organizaciones de barrio establecidas en 1960 con el nombre de Comités de Defensa de la Revolución, por ejemplo, el Estado cubano exigió e impuso una lealtad absoluta. Hasta la caída de la Unión Soviética y la desaparición de sus subsidios de más de 4000 millones de dólares anuales, que obligó al gobierno cubano a aprobar reformas, no era posible tener un salón de uñas ni organizar un club de ajedrez si el Estado cubano no lo autorizaba o era el dueño.

Desde principios de la década de los noventa, el Estado, por la falta de efectivo, ha dejado de condenar el capitalismo neoliberal y ha apoyado coinversiones de millones de dólares con inversionistas extranjeros. Los miembros del ejército cubano se han enriquecido gracias a que controlan Gaesa, un conglomerado que es propietario de las instalaciones turísticas de Cuba y opera zonas de libre comercio. De cualquier forma, al menos el 80 por ciento de los cubanos comunes y corrientes dependen de empleos en el gobierno con salarios de entre 17 y 44 dólares al mes y raciones de alimentos que no cubren las necesidades básicas. ¿Por qué los cubanos no se rebelan? Su respuesta es inmediata: “¿Cómo vas a manifestarte si hasta los hombres aquí se encuentran descalzos y embarazados?”.

Después de la Revolución de 1959, los cubanos que llegaron a Estados Unidos tuvieron que abandonar casi por completo los principios que habían definido su identidad cubana para justificar la vida en su nuevo país. Debieron reconciliar los hechos de la lucha cubana contra el control estadounidense antes de 1959 con su separación de la lucha y sus consecuencias: el surgimiento de un Estado comunista liderado por Fidel.

El gobierno cubano calificó a quienes abandonaron el país de “desertores” e incluso “anticubanos”. La Guerra Fría creó un paradigma según el cual cualquiera que no está con Cuba o Estados Unidos está en su contra, y la ausencia de debate o diálogo amistoso dejó al cubano promedio solo con la narrativa oficial. Las narrativas de los exiliados argumentaban que Castro había traicionado a la revolución moderada que en realidad necesitaba Cuba o que en 1959 ni siquiera hacía falta una revolución.

Entre 1959 y 1972, Cuba perdió alrededor del ocho por ciento de su población, que se fue al exilio.

El primero de estos grupos, el más adinerado, no solo se oponía a la Revolución, sino que respaldaba la dictadura de Batista. La política, el dinero y la amnesia histórica de la primera oleada de exiliados pronto se convirtieron en los cimientos de la cultura política de Miami.

Entre 1960 y 1965, la Universidad de Miami se convirtió en la sede de la mayor estación de la CIA del mundo fuera de Langley, Virginia, y en ella se daba empleo a miles de cubanos exiliados cada mes. La CIA también subsidió empresas fundadas por cubanos en el sur de Florida. Otorgó financiamiento a organizaciones y periódicos para promover la ideología de derecha. De manera simultánea, el programa de refugiados cubanos ofrecía pagos directos en efectivo a las familias, programas de educación bilingüe, exámenes de recertificación del idioma español y becas universitarias.

Miedo y aversión en La Habana y Miami
Cubanos celebran muerte de Fidel Castro en Miami.

Ser cubanoestadounidense significaba ser todo lo que no era un cubano de la isla. De cualquier forma, la noción de unidad política cubana en Estados Unidos es tan falsa como en la isla. Es una ilusión derivada del trauma, la amnesia y un temor de desafiar y confrontar a los vecinos que resurge con regularidad.

Hoy en día, alrededor de la mitad de los dos millones de cubanos que viven en Estados Unidos se encuentran en Florida. Aunque el 60 por ciento son ciudadanos estadounidenses, solo el 18 por ciento de los cubanos llegados a Estados Unidos desde 1990 han adquirido la ciudadanía. Estos cubanos representan el segmento menos próspero de la comunidad y el que tiene más conexiones con la isla. Tienen más que perder si están a cargo gobiernos republicanos de derecha que desdeñan el gasto público casi tanto como desprecian los intercambios con Cuba.

¿Por qué no se rebelan los cientos de miles de cubanos que no pertenecen a la generación del exilio de Miami? Una razón es que la gran mayoría de los cubanos que viven en el sur de Florida optan por la apatía como mecanismo para resistirse a la hiperpolitización que los rodea. De manera parecida, en la isla, los cubanos tienen un dicho: “Hay que ser apolítico para sobrevivir esta locura”. Florida, donde los republicanos han controlado todas las ramas del gobierno durante casi tres décadas, en algunos casos puede dar la impresión de no ser tan distinto de ese otro Estado unipartidista.

Estas paradojas explican por qué es tan difícil hacer preguntas sobre Cuba y, peor aún, responderlas.

En tanto las culturas políticas de Florida y Cuba sigan compartiendo muchas características, también compartirán el mismo destino político. Este debe cambiar, por el bien de la democracia en Cuba y también en Estados Unidos.

Original: The New York Times


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