Revista En Femenino

Miedos de primeriza (II): la familia no deseada

Por Lectoraprofeymama

Hoy voy a hablaros de algo que sí me preocupa muchísimo, hasta el punto de que ya he tenido alguna pesadilla al respecto. Me atenaza, me paraliza, y por eso aún no he tomado ninguna acción sobre ello. Que conste que lo que voy a contar hoy es extremadamente personal. No descarto hacer esta entrada privada dentro de un tiempo. En fin, al grano: tengo miedo de tener que aceptar familia que realmente no deseo.

Mi madre aún no sabe (al menos, no a través de mí) que estoy embarazada. Mi relación con ella es casi inexistente: se limita a un whatsapp cada dos o tres meses. La última vez que nos vimos en persona fue hace unos dos años.

A esta situación llegamos progresivamente: mi infancia fue dura, mirando para atrás comprendo que nunca sentí auténtico afecto ni seguridad, dos cosas fundamentales para un niño; sin embargo, mi forma de afrontarlo fue convertirme en la hija perfecta, estudiosa, obediente y cariñosa, creo que con la ciega esperanza de que tal vez algún día todo mi esfuerzo sería premiado y empezaría a sentirme mejor. Lo peor es que creo que gracias a esta actitud mía mi madre cree que fue una madre estupenda. Pero yo sufría mucho.

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Al principio no sabía bien por qué,  pero conforme me hice más mayor fui consciente de sus manipulaciones, de cómo me utilizaba para enterarse de la vida de mi padre e interferir en ella, de cómo había minado mi relación con él cargándome de reproches que no eran míos, sino de ella (y ni siquiera estoy segura de que fueran ciertos), de que se inmiscuía en mi privacidad, de que trataba con más afecto a las hijas de su segundo marido (por cierto, un alcohólico con el que tuve que convivir) que a mí, de cómo me mentía (aunque creo que ella creía sus propias mentiras). Pese a ello, durante muchos años seguí intentando vivir el espejismo de una relación que yo fingía saludable, a ver si algún día se convertía en realidad. Soporté varias humillaciones graves, estuve en tratamiento psiquiátrico por pánicos nocturnos con veinte años… hasta que al final hizo una tan gorda (de esas que acaban saliendo en El caso) que me sentí con la capacidad de romper el contacto totalmente.

Pero la cosa no quedó ahí: pasados unos años, una tía me llamó para comunicarme que mi madre estaba gravemente enferma y decidí ir a verla al hospital. Reanudé mi relación con ella, obviando lo que había pasado, haciendo como que nunca había sucedido… y durante un tiempo pensé que ella había cambiado, o lo había hecho yo, y que nuestra relación podía ser diferente. Pero pasado un tiempo volví a sentirme mal, y empecé a darme cuenta de que ella estaba haciendo de nuevo las cosas que siempre había hecho, muy sutilmente, sobre todo porque yo ya soy adulta y la tengo a distancia: intromisiones, manipulaciones, buscarse correveidiles que le pasaran información… y decidí cortar por lo sano. No estaba dispuesta a pasar dos veces por lo mismo.

Desde entonces, nuestro contacto es muy escaso. Probablemente ella ni siquiera lo entiende del todo: creo que parte del problema es que ella no sabe ni comprende que hay cosas que no son normales. Pero yo he encontrado la paz y la felicidad teniendo a mi madre lejos. Poco a poco he ido superando las secuelas psicológicas que mi historia dejó en mi carácter (y aún sigo trabajando en ello), y he sabido encontrar una estabilidad basada en relaciones auténticas, en compartirlo todo con las personas a las que aprecio y en vivir plenamente el afecto, demostrándolo y permitiendo que me lo demuestren. Y no estoy dispuesta a hipotecar esa estabilidad que tanto me ha costado lograr. No conoce a mi marido, no vino a mi boda porque yo no quise (aunque intentó manipular la situación desestabilizando mi entorno) ni ha estado nunca en mi casa.

Desde mi punto de vista, el hecho de que yo vaya a tener un hijo no tiene por qué cambiar las cosas en absoluto. Pero sé que no puede ser así, que va a querer verme, que va a querer conocer a su nieto. Y yo no la quiero cerca de mí, ni tampoco cerca de mi peque. No quiero esa clase de rollos, ni ese trato que puede ser invisible (a diferencia de algo más físico) pero en absoluto indoloro.

Al principio decidí que no le iba a decir nada durante el primer trimestre, pues ella es un foco importante de estrés cada vez que se mete en mi vida y eso podía afectar negativamente a mi embarazo. Pero el primer trimestre ha pasado y sigue sin apetecerme nada (pero nada, nada) hablar con ella y contarle. No quiero que me pregunte por análisis y pruebas, no quiero hablarle de cómo me siento o de si tengo o no barriga. El otro día me mandó un whatsapp (el anterior fue en fin de año) y no me sentía bien cuando me preguntó por mi marido y por las gatas. Fui muy seca y no le conté nada: no me salía. Pero sé que no me queda más remedio que contárselo tarde o temprano (y siempre encuentro una excusa para dejarlo para otro día), y rezar porque sus intromisiones sean pocas, y que acepte la distancia a la que quiero mantenerla.


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