Revista Cultura y Ocio

Miedos – @Sor_furcia

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

(Basado en un hecho real)

Bajo corriendo del taxi zarandeando mi maleta de mano al ritmo de mis zancadas. Siempre llego tarde al aeropuerto, no sé cómo lo hago. Me pongo en la cola golpeando impacientemente el suelo con el pie y mirando el reloj cada 2 minutos hasta que me toca, corro de aquí para allá y, finalmente, monto la última en el avión.

Por fin llego a mi asiento, me derrumbo en él, aliviada, y respiro mientras pienso que la próxima vez me pondré antes el despertador. La voz del piloto se escucha desganada a través de los altavoces, nos saluda y nos indica que llegaremos a Mallorca a las 08:00 y que la temperatura es de 21 grados. Saco mi libro y me sumerjo entre sus páginas hasta que, sin darme cuenta, me avisan de que debo abrocharme el cinturón porque vamos a aterrizar.

En el aeropuerto me está esperando Rafa, mi compañero de trabajo, que me saluda efusivamente con un abrazo.

– Estás más moreno, cabronazo.
– Y más gordo, menudo buffet libre, ya verás.
– ¿Has visitado la nueva localización?
– Sí, te va a gustar, ahora te lo cuento todo de camino al rodaje.

Me comenta que las escenas que tenemos que grabar se rodarán en un palacete del siglo XIX conocido por sus fenómenos paranormales. Rafa sabe que me gustan esas historias y disfruta contándome todos los rumores que ha oído, mientras yo le escucho con los ojos como platos y la mano tapándome la boca.

Por fin llegamos. Me asomo a la ventanilla y admiro la fachada de piedra caliza con ventanales enormes, es preciosa, me muero de ganas de entrar. Bajamos del coche y la vigilante de seguridad del edificio se acerca a recibirnos. Es una mujer de unos 50 años, regordeta, con el pelo corto. A la entrada, junto a su garita, hay un detector de metales, pero nos dice que no hace falta que pasemos, total, ella ya me ha hecho un scanner de arriba abajo con la mirada nada más verme, pienso.

Montamos en el ascensor y Rafa toca el segundo piso, nada más abrirse la puerta veo un salón enorme en el que las antigüedades se mezclan con los focos, los cables, y con un tumulto de gente estresada que corre de acá para allá.

“Qué bien que ya estás aquí, Candela, ven”, me dice el director apresuradamente mientras me agarra del brazo y me lleva a la habitación contigua.

– Estas son Lucía y Ana, las actrices principales ¿puedes ir preparándolas para la siguiente escena, por favor?
– ¡¡Pero si todavía no sé ni donde está el equipo!!

Justo en ese momento aparece Rafa con las manos llenas de micros y empieza a preparar a las actrices mientras yo me quito la chupa de cuero, suspiro, y me pongo a echarle una mano.

La mañana de rodaje es un coñazo, como casi siempre, toma tras toma, fallo tras fallo, pon, quita, cambia, repite… Sólo hacemos una parada de una hora para comer, en la que Rafa y yo agarramos un par de sándwich y nos escapamos a que me haga una visita guiada por el palacete.

– La de seguridad dice que vio el fantasma de una monja en la tercera planta.
– ¡¡Venga ya!!
– Sí, y que hasta Iker Jiménez se ha mostrado interesado en venir a grabar algo.
– ¡¡Llévame a la tercera planta!!

Rafa me conduce a las escaleras y saca una linterna, “En esa planta no nos han dado la luz para evitar que subamos”, dice. Al final de las escaleras, en el descansillo, hay un cuadro más alto que yo con un hombre asomado a un acantilado mientras las olas golpean las rocas. Giramos a la izquierda, abrimos una puerta y entramos a un enorme salón con muebles de madera tallada llenos de polvo. Rafa abre una contraventana para que entre la claridad y ver mi cara de entusiasmo.

– ¿Qué? Te encanta ¿Verdad?
– ¡¡Me chifla!! Oye, se me está ocurriendo… ¿y si esta noche dejamos aquí el equipo grabando, a ver si pillamos alguna psicofonía?
– ¡¡Tú estás loca!!
– Venga, imagínate que lo conseguimos y la monja nos saca de pobres (le guiño un ojo y le doy un codazo)
– Jajaja sabía que iba a pasar esto… Vale, luego cuando acabemos de rodar subimos y dejamos algunos micros, pero habrá que avisar a la de seguridad para que no corte la electricidad.
– Tranquilo, yo me encargo.

La tarde se me hace aún más pesada, la película es un bodrio, las actrices malísimas… Entre escena y escena me escapo a fumar un cigarrillo y aprovecho para acercarme a la segurata regordeta. En cuanto me ve se apresura a salir de la garita para cotillear sobre el famoseo, pero le corto en cuanto puedo y empiezo a preguntarle por los fantasmas, y de paso le pido permiso para dejar los micros enchufados durante la noche.

– Dejadlos tranquilos, chiquilla, que si los molestáis os van a molestar.
– No vamos a molestar a nadie, no se preocupe, sólo es curiosidad.

Apuro las últimas caladas, sonrío y me voy haciendo una mueca.

Por fin rodamos la última escena del día y Rafa me mira desde el otro lado del salón levantando las cejas. Recogemos a toda prisa y nos reunimos los dos con el equipo necesario en las escaleras. Subimos y colocamos micros a lo largo del pasillo y del salón principal.

– Espero que así sea suficiente.
– Seguro que sí… ¡¡SEÑORA MONJA, NO NOS FALLE!!
– ¡¡Calla, loca!! Jajaja.
– Venga, que te invito a una caña.

Salimos del palacete y, cerveza tras cerveza, nos olvidamos del tema hasta la mañana siguiente. Cuando llegamos a primera hora a la garita de seguridad, vemos al director como loco en la entrada ordenando a todo el mundo lo que tiene que hacer. Nos ponemos manos a la obra y, cuando vemos que ya está todo más tranquilo, subimos las escaleras y recogemos los micros.

Aguantamos los nervios hasta el descanso de la comida y, nada más parar, nos escaqueamos para poder escuchar lo que se ha grabado, es decir, nada de nada… ruidos de maderas viejas y poco más, qué decepción… Con el mal sabor de boca salimos a fumar y a comentar nuestro fracaso, mientras la de seguridad pone la antena a ver si se entera de algún marujeo fresco.

Entramos de nuevo al hall y cogemos el ascensor, pulsamos el segundo, y las puertas se cierran. El ascensor es relativamente nuevo, en comparación con el resto del edificio, pero tiene un traqueteo de lo más incómodo. Vamos subiendo, en silencio, hasta que, de repente, se balancea bruscamente y se para. Rafa y yo nos miramos…

– Mierda, la monja, tío jajaja.

Pero Rafa no se ríe y me echa una mirada asesina a la vez que empieza a toquetear todos los botones. Seguimos sin movernos y, en ese instante, en el LED aparece en letras luminosas azules “JU”. “Jujujuju” sigo bromeando mientras Rafa no me hace ni caso hasta que, a mis espaldas, noto como se abre la puerta ante la mirada atónita de mi compañero. Me giro y frente a mí, iluminado por la luz del ascensor, veo el cuadro del hombre en el acantilado.

– ¡¿Estamos en la tercera planta?! – exclama Rafa.
– Eso parece. Anda, venga, que bajamos andando.
– ¡No! (me agarra del brazo). No salgas.
– ¿Por qué?

Justo en ese instante la puerta del ascensor se cierra, empieza a moverse y aparecemos de nuevo en la primera planta. Rafa sale sin dejar prácticamente que se abra la puerta del todo, pálido, y se apoya en la pared respirando aceleradamente. Yo salgo detrás, riéndome, y veo a la mujer de seguridad que se acerca a nosotros.

– ¿Qué te pasa, chico, te encuentras bien?
– Nada –digo- que se ha parado el ascensor a medio camino y se ha asustado. Por cierto, debe estar rota la puerta de la segunda planta, porque primero nos ha subido a la tercera y ahora nos ha bajado aquí.
– Eso es imposible.
– ¿El qué es imposible?
– Que os haya subido a la tercera planta.
– ¿Por qué?
– Porque el ascensor sólo llega hasta la segunda.

Rafa se incorpora como puede y me mira, asintiendo con la cabeza, con la tez más pálida que jamás le haya visto. Retrocedo unos pasos, me asomo a los botones del ascensor y, efectivamente, sólo marca hasta el dos. No me lo puedo creer. Me apresuro corriendo escaleras arriba, pese a los intentos de Rafa de frenarme. Cojo una linterna del segundo piso y me precipito hacia la tercera planta. Allí, frente al cuadro, sólo hay una pared con una cenefa de papel con motivos florales… Ni puerta del ascensor, ni nada similar… Nada… Miro a mi alrededor, todo está oscuro…

Me mantengo unos segundos en silencio, acojonada… trago saliva y sólo atino a decir “Perdone si le hemos molestado, señora monja, no volverá a pasar”… Poco a poco voy bajando las escaleras, despacio, de espaldas, sin apartar la vista de esa oscuridad… y jamás, jamás, en los demás días de rodaje, ni Rafa ni yo volvimos a usar el ascensor.

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