La primera vez me desperté cuando estaba a medio acabar. Y no pude asegurar que fuera cierto, que no hubiera sido un sueño. Quedó ahí y lo olvidé. Noches más tarde, sin vacilación, lo noté por la fosa izquierda, pero ya en retirada. Me hice el dormido. Y cuando amaneció, seguía despierto pesando en ello. Por la mañana la encontré canturreando mientras preparaba la cafetera. La observé. Me sonrió dándome un beso, y siguió cantando. A partir de ese día me sorprendí a menudo ojeando impaciente el reloj, deseando que llegara la hora de ir a la cama. Allí nos damos las buenas noches y, aún no me he dormido, cuando comienzo a sentir dilatarse mis aletas. Ahora ya es por las dos fosas al mismo tiempo. No puedo describirlo, llegado un momento, cuando ya me siento totalmente inundado, pier! do la noción de este mundo.
Una semana atrás decidí hablar con ella. Durante todo el día la estuve merodeándola, buscando su mirada. Al anochecer, viendo la tele, estando a punto de verbalizarlo, me pidió que esperara al final de la película. Pero, tan agotada iba, que se durmió antes de que llegara el fin. Cuando empezó a respirar profundamente, sin darme cuenta, me vi observando los agujeritos de su nariz. De cerca. Cada vez más de cerca.
Han pasado dos meses de aquella primera vez. Con ella ya no quiero hablar de ello. Hemos llegado al acuerdo, sin pactarlo, de que cada noche seamos uno el que primero se duerma.
Texto: Miguelángel Flores Martínez
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