Revista Cultura y Ocio
Nunca he visto en persona a María Valdés. Es un nombre (y un rostro) que un día aparecieron en mi muro de Facebook y que allí se instalaron desde entonces. Ella vive en Asturias y yo en Murcia; las posibilidades de llegar a tomarnos una cerveza juntos son francamente reducidas. Pero un fragmento de su corazón acaba de llegar a mis manos en forma de libro. Se titula Mientras se enfría el té y, ocioso resultará aclararlo, lo he leído con auténtica curiosidad.Es un volumen donde se recopilan sueños, imágenes que le regaló el espacio sin límites de la noche. Sesenta y siete sueños “realmente soñados”, como se certifica en la contraportada. En ellos nos encontramos con bodas, secuestradores, caldos caseros, profesores que parlotean, hombres armados que caminan por la ciudad, cocinas que arden, fallecimientos, viajes en tren por la RDA, programas de televisión, menús consistentes en salamanquesa al horno, pianos, whisky, bolsos perdidos o personas que no saben nadar. Y también hay una visible constelación de personajes familiares (las palabras “padre”, “madre”, “hermana” o “hijo” aparecen medio centenar de veces), que posiblemente tengan alguna lectura de orden psicológico.Lejos del inenarrable aburrimiento que me provocaron otros sueños literarios (los de Fernando Arrabal, por ejemplo), los de María Valdés me han resultado deliciosos y admirables, no solamente por su elegancia formal, sino por la brevedad lírica de su formato y la delicadeza de sus matices. Copio el número XXXII, para que se aprecie cuanto digo: “Le gritaba al expropiador que casa y libro eran mías. Le gritaba también que por qué no perseguía a los que usaban dietista o sexenio. El expropiador de palabras se reía a mis espaldas y me llamaba loca y suicida. Entonces me paraba, pero él pasaba de largo y no me quitaba mis dos palabras”.Guardaré este libro con un afecto infinito.