Revista Religión

Miércoles Santo: el oficio de Tinieblas

Por Santos
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Traigo hoy al blog un texto sobre una celebración que gran parte de los que formamos la Iglesia no hemos conocido, ni siquiera de oídas, tal vez por lo espantoso de su nombre: El oficio de Tinieblas. Se celebraba en la “Feria IV Majoris Hebdomadæ”, o sea, el Miércoles Santo y fue suprimido de la liturgia, no por la reforma del concilio, sino antes, porque ya no aparece en el misal de 1962. En las catedrales, iglesias monásticas y parroquias importantes era celebrado con toda solemnidad; en otras era una algazara de ruidos y gritos, y en otras no se celebraba.
El oficio estaba basado en el hecho que dos días antes de la Pascua se reunieron los judíos para planear el apresamiento y la muerte de Cristo. Era un día de luto, tremor y pesadez, que preparaba a lo que se venía: la terrible muerte de Cristo y su triunfante resurrección. Utilizo estas palabras tremendistas porque era precisamente el espíritu que rodeaba el oficio: El mundo entero se entristecía y se hacía caos ante la traición de Judas, el contubernio de los sacerdotes, escribas y fariseos sobre necesaria sentencia sobre Jesús: su muerte. Es por esto que el Miércoles Santo era considerado tan de luto y de tristeza como el mismo Viernes, tanto que la Iglesia, al menos desde el siglo IV, consideró los ayunos y penitencias de los miércoles, como complemento de los viernes.
La misa de este día tomaba el introito de San Pablo a los Filipenses, donde se destaca la humillación sin límites del Salvador y la gloria manifiesta y triunfante de la Resurrección de Cristo, al cual “a la invocación de su nombre doble la rodilla todo lo que hay en el cielo, en la tierra, y en los infiernos”. Se leía a Isaías, que habla de la derrota del siervo de Yahvé, para pasar enseguida a la victoria sobre el demonio y todos los infiernos. La Pasión que se leía era la de San Lucas, a modo de tres lectores, como la del Domingo de Ramos y la del Viernes Santo. Y claro, se lee como Judas conviene con los judíos entregarle al Señor y como estos planean hacerse con él, en medio de las tinieblas de la noche.
Y son estas tinieblas, junto a las del infierno, contentas por la muerte y aparente derrota del Salvador, las que toman protagonismo. Al amanecer del miércoles Santo, luego de cantado el Benedictus del oficio de Maitines (1), quitados los candelabros del altar mayor y laterales, se apagaban todas las lámparas de la iglesia. Sólo se dejaba un candelero de gran tamaño, llamado (no por gusto) “tenebrarium” con quince cirios encendidos. Estos cirios se iban apagando uno a uno, luego de cada salmo del oficio litúrgico. Los tenebrarios solían ser de forma triangular, en cruz y aún como arañas, suspendidos en la iglesia. Esta modalidad permitía fueran bajados y subidos luego de cada salmo, dando más sensación misteriosa, por el juego de luz y oscuridad. Así, apagados los cirios gradualmente, mientras se avanzaba en la recitación de los salmos, se acercaba la traición y el juicio y las tinieblas se hacían más espesas (2). Finalmente, solo quedaba un cirio encendido, que era ocultado, poniéndose junto al sagrario, para no dejar al Santísimo sin luz (3), se hacía un silencio espeso, y entonces… ¡comenzaba el estruendo! Se daban golpes, martillazos, se hacían sonar matracas, carracas, se palmoteaba y se hacía todo el ruido posible. Hasta aullidos, gritos y palabrotas. Todo un teatro, se entiende por qué se suprimió.
En origen, el único ruido era el golpe que daba el obispo, abad u oficiante al cerrar su libro, o ponerlo sobre su sitial, y el clero, monjes y pueblo salían en silencio. Con el tiempo se fue añadiendo más ruido hasta llegar a la algarabía y convertirse en una fiesta ir a gritar a la iglesia a oscuras. El ruido tuvo principalmente dos justificaciones: una terrenal, el caos y confusión de la tierra por la muerte de Cristo y la alegría por su resurrección. Y la espiritual, todo lo contrario el gozo del infierno ante la muerte de Cristo y su terror por la resurrección.


(1) El oficio de Maitines, celebrado antes del amanecer y aún de madrugada, en origen no se diferenciaba del de Laudes. Luego se fue separando, iniciándose de madrugada, separando algunos descansos, aunque con el tiempo y ocasiones especiales, como este Oficio de Tinieblas, se hicieran más cerca del día. En las iglesias de canónigos terminó cantándose por las mañanas, junto a Laudes, hasta desaparecer de casi todas las órdenes religiosas e iglesias luego de la reforma conciliar.

(2) Este apagado sucesivo de los cirios también recordaba el abandono de los apóstoles, a los que la llama del ardor de la fe y el amor les iba abandonando en las horas cercanas a la Pasión. De hecho, muchos temerarios, como el de la imagen del artículo, de la catedral de Sevilla, tenían las imágenes de los apóstoles.

(3) El cirio se conservaba encendido y luego se sacaba para encender la lámpara del santísimo. El sentido del cirio escondido y vuelto a sacar era significar la muerte y resurrección de Cristo.

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