Migajas

Últimamente tengo la sensación de que, cada vez más, nos conformamos con las migajas.

Nos conformamos con las migajas cuando aceptamos con resignación que unos señores a los que hemos elegido para gobernar pongan por encima del bienestar de quienes les han votado sus propios egos y sus intereses partidistas. Que unos señores que tenían la oportunidad de oro de demostrar, por una vez, altura de miras, vuelvan a hacer lo que siempre hacen, dejar a un lado lo mejor para todos para elegir lo mejor para ellos.

Nos conformamos con las migajas cuando tiene que ser una adolescente de 16 años la que nos saque los colores reivindicando un planeta que le hemos dejado hecho una mierda, en lugar de ser nosotros quienes nos plantemos para no tolerar esta terrible realidad (o a estas alturas, lamentablemente, al menos para retrasarla lo máximo posible). Greta Thunberg se ha quedado muy corta cuando nos ha abroncado diciéndonos cómo nos atrevemos a seguir hablando de dinero y de crecimiento económico mientras dejamos a las futuras generaciones en la más absoluta de las miserias medioambientales.

Nos conformamos con las migajas cuando seguimos callando ante una educación recortada, que se traduce en generaciones desinformadas más fáciles de manejar y menos propensas a reivindicar (aún así me complace comprobar como muchos, muchísimos jóvenes, se rebelan contra esa realidad de la que entre otros mi generación es responsable).

Nos conformamos con las migajas cuando permanecemos en relaciones mediocres, en trabajos mediocres, en vidas mediocres que restan: restan esperanza, restan experiencias, restan respeto, restan amor propio.

Y la resignación es la muerte en vida.