En 2017, según datos ofrecidos por la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 64 millones de personas se han visto forzadas a desplazarse como consecuencia del cambio climático. Y las proyecciones ofrecen un panorama nada alentador: en 50 años, esta cifra podría alcanzar los 1.000 millones.
Entre los principales motivos de este tipo de migraciones destacan las sequías, la desertificación y la alteración de las estaciones, lo que propicia lluvias torrenciales y/o temperaturas extremas.
El Informe Mundial sobre Desplazamiento Interno, elaborado por dicho organismo de las Naciones Unidas, revela cinco áreas donde las movilizaciones son multitudinarias: 1) la cuenca del Amazonas, 2) el lago Chad, 3) Siria, 4) China, y 5) Filipinas. En ese mismo orden, las causas que afectan las zonas mencionadas son las siguientes:
- Disminución de las reservas de agua en la llanura andina.
- La reducción de la superficie del lago en más de un 90% debido al cambio climático.
- Graves sequías y su impacto en las cosechas y la ganadería.
- Aumento de la desertificación en más de 50.000 kilómetros cuadrados.
- El azote de tifones, con velocidades de hasta 378 km/h.
Por su parte, el Informe sobre riesgos globales del Foro Económico Mundial, que anualmente se reúne en Davos (Suiza), ubica a las migraciones climáticas como el quinto riesgo global en términos de ocurrencia y el noveno en términos de impacto. Esta situación si bien afecta a todas y a todos los habitantes del planeta, los países o regiones más afectadas son aquellas clasificadas como de ingresos bajos y medianos; en otras palabras, los llamados países en vías de desarrollo.
El reporte enfatiza la necesidad de prever el flujo migratorio de las personas desplazadas y establecer mecanismos que permitan gestionar el mismo. El Pacto Mundial sobre Migración, aprobado el 13 de julio del año pasado, con todo y sus críticas, es un intento de dar respuesta a un problema que se torna cada vez más acuciantes, si tomamos en cuenta las proyecciones del informe especial sobre el clima, desarrollado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
Si bien hemos visto que las razones climáticas de las migraciones son muy variadas, la organización ecologista internacional Greenpeace las ha sintetizado en un grupo de tres causas: 1) los desastres naturales repentinos (inundaciones, tormentas, deslizamientos de tierra, incendios forestales, entre otros); 2) aumento del nivel del mar, sequía, calores intensos y degradación del suelo; y 3) las medidas de protección del clima y las medidas implementadas para adaptarse al cambio climático. Sobre este último punto, la organización estima que en las últimas décadas 80 millones de personas han sido desplazadas por la construcción de represas para plantas hidroeléctricas, como una de las medidas más comunes para diversificar la matriz energética. Sin embargo, las personas desplazadas, además de perder su territorio, sus ingresos y su identidad cultural, tampoco reciben una compensación adecuada (aunque todo el dinero del mundo no podrá compensar jamás del desarraigo forzado), ni acceso a vivienda, atención médica y educación.
A riesgo de ser extremadamente pesimista, ¿realmente lograremos alcanzar, como civilización, la meta de evitar llegar a los 2°c de temperatura global a finales de siglo? Esto me lo pregunto porque las propuestas que se formulan para afrontar esta problemática siempre orbitan en un plano normativo muy general: “medidas enérgicas”, “mejores teorías y métodos para la comprensión de las migraciones”, y “planes nacionales de desarrollo ‘verdes’”, entre otros (en estos momentos en Estados Unidos se habla mucho del New Green Deal).
Todo ello es necesario, sin duda. Pero seguimos ignorando el debate sobre las bases fundantes de nuestra civilización. El tiempo se nos acaba. Urge una transición ecológica global, y alternativas en marcha hay muchas, a diferentes escalas y con diferentes actores. En próximas entradas trataré de ir reseñando alguna de ellas.
Mientras tanto, trabajemos nuestra conexión con el flujo de la vida de la cual formamos parte. Una ecología de meditación atenta (https://www.nocreasnada.com/ecologia-de-meditacion-atenta/).
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