Año: 1914
Editorial: Catedra / Espasa-Calpe
Género: Nivola
Valoración: Así sí
Decir que no me ha sido nada fácil escribir esta reseña es algo más que un eufemismo. No en vano, tratar un libro tan especial como Niebla es algo que un servidor no hace todos los días. Y cuando digo especial, es por darle un adjetivo que se le acerque. Niebla es uno de esos títulos que suena de la escuela, de ser una de las obras referentes de un autor importante que, a su vez, está encuadrado dentro de un movimiento cultural clave. Se dice pronto, pues nos estamos refiriendo a Unamuno, el Modernismo y la Generación del 98. Repito, ha sido complicado sentarse a reseñar semejante monstruo.
Pasando por alto todos estos datos que cualquiera podría encontrar curioseando un rato por la red, vamos a ir al grano, a los puntos importantes que, como lector/escritor/crítico literario he encontrado en esta novela. ¿He dicho novela? No, no, nivola, por supuesto. Y es que aquí tenemos el punto que, en mi opinión, resulta más determinante a la hora de definir Niebla: el interés por la experimentación. He dicho interés como podría haber dicho esfuerzo o, incluso, necesidad por experimentar, por encontrar nuevas vías de narración. De este modo, nos encontramos con una novela que no quiere ser novela, que mezcla elementos de distintos géneros: encontramos comedia en las interacciones de los personajes, tragedia en el camino que lleva al desenlace, así como trazas de ensayo filosófico en los soliloquios de Augusto Pérez, su protagonista.
Pero don Miguel de Unamuno no se queda ahí a la hora de buscar nuevas vías de narración. Recurre en Niebla, y es quizás lo que ha hecho tan célebre este título, a la metanarración, esto es, a salirse del nivel narrativo personajes/escenario para adentrarse en lo que podríamos llamar la realidad. Porque Augusto Pérez, cansado de la vida que lleva, va a visitar al autor a su casa para pedirle explicaciones. Aquí nos encontramos con ese elemento recurrente en la obra de Unamuno, esto es, la relación del ser humano con ese ser superior que nos sueña y, por lo tanto, nos da la vida:
…No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no quiere? ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió… ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean esta historia, todos, todos, todos sin quedar ni uno!
En este episodio, el autor nos hace llegar su propia angustia existencial ante Dios mismo. Muchos ven aquí un precursor del existencialismo, pero yo diría que esto ya es existencialismo puro y duro. Es algo que se vuelve a mostrar en el epílogo, donde se cuenta qué fue del que “más honda y más sinceramente sintió la muerte de Augusto, que fue su perro, Orfeo“.
Toda esta experimentación hace que Unamuno, y con razón, no vea su Niebla entre el resto de novelas, sino que la catalogue como una nivola. Eso ha convertido este libro en una pieza literaria inmortal imprescindible. Pero como yo dirijo una web de libros y conozco los gustos y exigencias de los lectores actuales, me veo en la obligación de advertir que Niebla no es un trago dulce, pese a su moderada extensión y al humor de varios de sus personajes. El fuerte componente filosófico que nos encontramos en el protagonista, sumado a que la parte más interesante (ya comentada), está en los últimos capítulos, hacen que el lector necesite una dosis extra de paciencia para verlo terminado. El premio es salir de la niebla, y para eso es preciso llegar hasta el final.
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