Revista América Latina
Miguel Enríquez y las máscaras de la revolución venezolana.
Publicado el 09 octubre 2014 por Jmartoranoster
Toby Valderrama
(Especial Revista Punto Final, Chile)
El interior de una revolución es similar a un baile de máscaras. Es difícil identificar las corrientes políticas tras los antifaces, no aparecen nítidas, se mimetizan, se amoldan a las circunstancias. En época de viento a favor, hasta la ultraderecha quiere pasar por socialista; en época menguante, hasta los socialistas se ponen apodos para evadir el desprestigio. Siempre la masa incauta es sometida a lluvia de espejismos.
La revolución chavista sufre de este mal de simulacro, que se agudiza después del asesinato del Comandante. En estas circunstancia, surge con importancia de vida o muerte la pregunta: ¿Cómo separar lo verdaderamente revolucionario de la simulación? La respuesta la encontraremos en la historia. Veamos.
El primer salto revolucionario de esta época histórica lo podríamos situar en la Revolución Cubana. Allí se resolvió la ecuación de la revolución armada a pocas millas del centro imperial, en un país con escaso proletariado. La Revolución Cubana se nutrió de Martí y del pensamiento universal. Se convirtió ese salto en referencia para toda revolución en el continente. Simultáneamente, se gestaba lo que el Che calificó como la búsqueda de los mismos objetivos “por otros caminos”, cuando dedica el libro La guerra de guerrillas al presidente Allende. El camino chileno al socialismo se fortalece como esperanza luego de la caída del Che en Bolivia y con el triunfo del socialismo en las elecciones burguesas de 1970.
Estaban así delineados, en la América, los dos caminos para tomar el cielo por asalto.
El camino armado languidecía y quedaba como heroica referencia histórica. Los corazones y las mentes de los revolucionarios se voltearon a Chile, lo que allí pasara influiría en la historia del continente, de allí saldrían enseñanzas vitales para los revolucionarios. Allende triunfa y comienza el inédito camino de la revolución pacífica. Mucho se podría escribir de aquella experiencia. Primero, destacar la inmensa condición de revolucionario de Allende, que murió certificando la frase del Che: “En una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”. Pero sobre todo aprender de la derrota y de cómo evitarla, estudiar las corrientes que contribuyeron a ella y las que surgieron como señal, como rayo de futuro. Es en estas últimas que se inscribe la historia de Miguel Enríquez.
Su vida, su pensamiento, entra en combate nuevamente aquí en la revolución chavista. En estas circunstancias difíciles para nosotros, su figura surge gigantesca en medio de la batalla teórica y práctica que hoy se libra contra la restauración del capitalismo, la socialdemocracia, los heraldos negros “del poco a poco”, del “ahora no se puede”, del “será obra de generaciones futuras”, todos promotores de la yugulación de la revolución.
¿Por qué Miguel tiene vigencia hoy, qué nos enseña, qué nos alerta?
Ubiquemos la lucha: después del asesinato de Chávez la situación política se agudizó, entró en etapa de definiciones. El liderazgo de Chávez mantenía agazapadas a las fuerzas socialdemócratas que cohabitaban dentro de la revolución. Electo el presidente Maduro, aún no superado el duelo de la desaparición del líder, la dirección de la revolución sufrió el asalto de la socialdemocracia. Se convoca a los empresarios más conspicuos y se estimulan las teorías derrotistas, el reformismo se convierte en la ideología dominante dentro de la revolución. Con este cambio en el paisaje político, la lucha ideológica se hace fundamental. Los argumentos tomados de la Revolución Cubana son despachados con las argucias de que eran otros tiempos, de que la lucha armada fracasó. Así, se hace una necesidad estudiar la vía chilena al socialismo.
Entonces, surge inmensa la figura del MIR chileno, de Miguel Enríquez, que entra con la moral en alto, sin máscara, transparente, en el baile de disfraces, y toma la palabra. Lo primero que espeta es: el fracaso no será el fracaso del socialismo sino del reformismo. Asombrosa afirmación, pero esclarecedora: Allende no cae por socialista sino por sus concesiones al reformismo. He allí una alerta a la revolución chavista: las alianzas con la oligarquía, las concesiones a los burgueses, no pueden salvar una revolución, al contrario, la debilitan y preparan su derrumbe. La etapa del proceso chileno, un año antes del golpe del 11 de septiembre, es similar a la que vivimos luego del asesinato del Comandante Chávez, se trata de una ofensiva final de la burguesía. El MIR chileno nos ilustra bien el comportamiento de la burguesía en este momento final. En un documento interno del MIR, redactado por Miguel Enríquez, leemos: “Las fracciones más poderosas de la burguesía, el jarpismo y freismo, impusieron entonces su táctica ofensiva. Por un lado permitieron que la fracción ‘pequeño burguesa’ y ‘democrática’ del PDC abriera al reformismo la ilusión de la salida ‘consensual’ para la crisis nacional, mientras por el otro dieron comienzo a una nueva táctica: plantearon la capitulación de la UP o su derrocamiento, exigieron que el gobierno avalara y permitiera la paulatina destrucción del terreno ganado por el movimiento de masas…”.
Casi no hay que sustituir nada, el cuadro pintado por Miguel es asombrosamente idéntico al que hoy vivimos en Venezuela, y al que presagia su desarrollo. Dice el documento del MIR que ese partido fue sorprendido por el golpe de Estado sólo en lo táctico, y añade: “Distinto es el caso del reformismo, el que desarmó a las masas, a la Izquierda, esperanzado en la ilusión de que lograría sellar una alianza con una fracción burguesa (diálogo con el PDC) o un entendimiento con la alta oficialidad de las FF.AA. (…) Ellos, hasta el último momento, ante la agudización de la lucha de clases, prefirieron jugar las cartas de la ilusoria conciliación de clases (…) ellos fueron sorprendidos táctica y estratégicamente por el golpe militar”.
En una entrevista desde la clandestinidad, Miguel es más preciso, nos dice: “En Chile no ha fracasado la Izquierda, ni el socialismo, ni la revolución, ni los trabajadores. En Chile ha finalizado trágicamente una ilusión reformista de modificar las estructuras socioeconómicas y hacer revoluciones con la pasividad y el consentimiento de los afectados, las clases dominantes (…) Confirmando la frase del revolucionario francés del siglo XVII Saint Just: ‘Quien hace revoluciones a medias no hace sino cavar su propia tumba’”.
Allí está la lección. El golpe sorprende a los gobernantes encerrados en sí mismos, en sus vanas ilusiones de conciliación. Los que alertan no son oídos, son descalificados por la pequeña burguesía que sigue el camino de la entrega de la posibilidad revolucionaria.
La situación en la revolución chavista sorprende por su parecido con los últimos meses del gobierno de Allende. Es el mismo comportamiento de los factores burgueses y oligarcas internacionales, Samper no había tomado aún posesión de su cargo en Unasur cuando ya estaba impulsando el diálogo en Venezuela, este país fue su primera escala. Los gringos pujan por el diálogo y lo plantean con carácter de ultimátum, no dejan de conspirar. Simultáneamente, los partidos de oposición plantean salidas fuera de la Constitución; aunque las maquillan, se les ve la complicidad con salidas golpistas. Las dificultades económicas, el desabastecimiento, las colas, los precios altos, todo hace recordar las palabras de Nixon condenando la economía de Chile.
Frente a este cuadro, el gobierno, que intentó un pacto con la burguesía, que fracasó en lo económico, insiste en profundizar la alianza que no pudo contener la subida del dólar, que no resolvió los problemas económicos, su único logro fue mermar la base social de la revolución, debilitar a grados extremos al gobierno. Entra ahora en un periodo de conciliación que vaticina mayores exigencias por el campo opositor, se espera una nueva ronda de diálogos, y por supuesto mayor debilidad.
El desenlace en Chile ya lo sabemos: Pinochet es el fruto de las debilidades. Miguel Enríquez, el MIR, alertaron con mucho tino la situación y sus perspectivas, al punto que en La Moneda Allende dice: “Ahora es tu turno, Miguel”. Falta por ver cuál será el desenlace en Venezuela, si la burguesía aceptará pacto con un gobierno debilitado, o si Chile se repetirá. Ojalá los gobernantes oigan los gritos que le llegan desde la casa de la calle Santa Fe 725, entre Chiloé y San Francisco, en la comuna de San Miguel, donde Miguel libró su último combate en vida.
Ya tenemos elementos para movernos en el baile de disfraces, para ver más allá de las máscaras: el revolucionario siempre quiere hacer la revolución, siempre lo intenta, que sea la realidad el último juez de sus acciones; se somete a la historia para que ésta lo absuelva o lo condene. El reformista se pierde en argumentaciones, en excusas para no intentar el salto. En la teoría justifica, disfraza, su entrega al capitalismo. Ojalá los revolucionarios sean oídos en la revolución chavista… aún hay tiempo.
¡Miguel Enríquez, vive junto a Fidel, el Che, Allende, Chávez, en el corazón de los revolucionarios y de las revoluciones que vendrán!