Siento una auténtica debilidad por los poetas de la generación del 27, especialmente por Lorca, del que ya os hablé con motivo de la muestra que podéis ver en Caixaforum, "Dalí, Lorca y la Residencia de Estudiantes"; Pedro Salinas; Luis Cernuda, de quien es la cita que abre el blog o mi muy querido Miguel Hernández. Hay veces que un escritor te gusta, pero hay otras en las que además, te gusta como persona, cuanto más conoces de él, más le aprecias y llega un punto en que lo sientes muy cercano a ti, como si realmente le conocieras. Eso mismo me sucede con Miguel Hernández, una persona de una inteligencia extraordinaria, de una sensibilidad enorme, con unos grandes ideales y muy buen corazón. Ahora podemos conocer un poco más a éste excepcional poeta gracias a la muestra "Miguel Hernández. La sombra vencida", con motivo del centenario del nacimiento del poeta, que puede verse gratuitamente en la Biblioteca Nacional de España (Paseo de Recoletos, 20) hasta el 21 de noviembre. La exposición nos lleva a recorrer la vida de uno de los poetas más sobresalientes de España, conociendo su obra, pero también cómo era él como persona, a través de doscientas piezas, entre manuscritos, cartas, fotografías, cuadros, objetos personales del autor y cómo no, fragmentos de sus poemas escritos en las paredes.
El recorrido comienza con la infancia de Miguel en Orihuela (Alicante), donde con tan sólo 15 años tuvo que dejar la escuela y dedicarse al pastoreo. Sin embargo, gracias a su extraordinaria inteligencia, sigue estudiando de manera autodidacta, leyendo a los autores clásicos y escribiendo sus primeros versos.
En cuclillas, ordeño
En cuclillas, ordeño
una cabrita y un sueño.
Glú, glú, glú,
hace la leche al caer
en el cubo. En el tisú
celeste va a amanecer.
Glú, glú, glú. Se infla la espuma,
que exhala
una finísima bruma.(Me lame otra cabra, y bala.)
Seguimos a Miguel a su llegada a Madrid durante la II República, con una mísera maleta, calzando alpargatas y con unos bastos pantalones de pana, sin apenas dinero en el bolsillo. Un primer encuentro con Madrid a la que él ve como una ciudad inhóspita, pero a la que empezará a querer al trabar amistad con los poetas de la generación del 27 y con el chileno Pablo Neruda. Ya no querrá entonces volver a Orihuela, una tierra que dice le asfixia e impide seguir con su labor creativa, pues sus padres no comprenden que el escribir pueda dar ningún beneficio. Al que llamaban el poeta-pastor, el que destacaba siempre en las tertulias por "tener cara de pueblo entre tanto señorito", se integra en en círculo de escritores como uno más. Especialmente emotivas son las cartas de la época que escribe a su novia y después mujer Josefina Manresa, el terrible dolor que experimenta al morir al año de nacer su primer hijo, y la alegría del nacimiento del segundo, Manuel Miguel.
Miguel Hernández y su mujer Josefina Manresa
Comienza la guerra, y el poeta se pone en marcha, se alista en el quinto regimiento, se afilia al Partido Comunista y se convierte en cronista de diversos periódicos desde el frente. Con la caída de los últimos frentes militares, decide no pedir asilo en la embajada de Chile, tal y como le había recomendado su amigo Neruda, por lo que acaba siendo detenido mientras huye, tras pasar la frontera portuguesa.
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Vientos del pueblo me llevan
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Comienzan entonces los duros años de cárcel, es puesto en libertad pero en lugar de intentar huir , regresa a Orihuela donde es de nuevo apresado, comienza su periplo por las cárceles españolas hasta su muerte el 28 de marzo de 1942. Se le somete a consejo de guerra y se le condena a pena de muerte, la sentencia es conmutada por 30 años de cárcel. En el Reformatorio de Adultos de Alicante, donde compartió celda con Antonio Buero Vallejo, enfermó de bronquitis y tifus, por la falta de cuidados médicos y las insalubres condiciones en las que vivían los presos, se le complicó con tuberculosis, enfermedad de la que murió con tan sólo 32 años de edad en la enfermería de la prisión.
Durante su estancia en la cárcel escribió cuatro preciosos cuentos para su hijo con metáforas sobre la libertad.
El recorrido termina con la ardua tarea de restaurar la figura y el nombre del poeta,.En los 60 se suceden las publicaciones y los homenajes, especialmente en el extranjero, ya que la censura de Franco intenta impedir que su obra sea publicada y su nombre recordado mediante expedientes administrativos y persecuciones policiales. Sin embargo, consiguieron todo lo contrario, la figura de Miguel Hernández se convirtió en emblema de los estudiantes que luchaban por la democracia y la libertad. Uno de los que más y mejor ha sabido difundir la obra del poeta ha sido Joan Manuel Serrat, con sus canciones se termina la muestra, con canciones como esta hermosa Nanas de la cebolla que Miguel Hernández escribió en la cárcel.