Revista Libros
«–¿Dices que conoces a ese Mikhailov? –Le he visto una o dos veces. Es un hombre original sin ninguna preparación, uno de esos talentos vírgenes que tanto se ven ahora, ya sabéis, de esos librepensadores que desde el principio hacen profesión de ateísmo, de materialismo, la negación de todo. Antes –prosiguió Golenistchev, sin dejar que Ana ni Vronski pronunciaran una palabra– el librepensador era un hombre educado en el respeto a la religión, a la ley, a la moral, que no llegaba a serlo sino después de mucha luchas interiores; pero ahora poseemos un tipo nuevo, los librepensadores que presumen sin que jamás hayan oído hablar de leyes morales ni religiones, que ignoran la existencia de ciertas autoridades y no poseen más que el sentido simple de la negación, como los salvajes. Mikhailov es de estos. Hijo, según creo, de un mayordomo moscovita no ha recibido ninguna instrucción. Después de pasar por la Escuela de Bellas Artes y adquirir alguna reputación, ha querido también instruirse, porque no tiene nada de tonto. Para eso ha recurrido a lo que le parecía fuente de toda ciencia, es decir, los periódicos y las revistas. Antaño, si alguien (un francés, por ejemplo) quería instruirse, ¿qué hacía? Estudiaba a los clásicos, teólogos, dramaturgos, historiadores, filósofos. Ya veis la enorme tarea que le aguardaba. Pero en nuestro tiempo todo se ha simplificado. Se lanza uno a la literatura subversiva y se asimila rápidamente un extracto de esta ciencia. Hace una veintena de años, esa literatura conservaba todavía huellas de la lucha contra las tradiciones seculares, y por lo mismo nos enseñaba algo de lo que era aquello; mientras que ahora nadie se toma siquiera la molestia de combatir el pasado. Se contenta con negar resueltamente: no hay más que evolucionismo, selección, lucha por la existencia…»
“Ana Karenina”, de León TolstoiEditorial Bruguera – Barcelona, 1978Traducción de Alfredo Santiago Shaw y Leoncio Sureda (1963)Pág. 431
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