Reconforta bastante encontrarse de nuevo con películas que uno vio hace muchos años, de las que tiene un vago recuerdo de la historia narrada pero que nunca llega a olvidar por su gran calidad. Hace poco escuche en un medio de comunicación, no recuerdo cual, que estudiar el pasado hace que comprendamos el presente mejor. No tengo ninguna duda de esta afirmación de hecho yo mismo intento visionar todo el cine “antiguo” que me es posible y esto me hace entender algunos de los desatinos que se hacen en el presente.
No pretendo descubrir a nadie que Milagro en Milán es una obra maestra del cine italiano. Mi intención más bien es intentar transmitir lo que yo siento cuando veo esa película. Descubriendo aspectos que seguramente ya habrán captado otros y seguro que dejándome muchos en el tintero que no habré sabido apreciar. El caso es que el cine tiene esa peculiaridad, cada uno en su interior puede sentir lo que le de la gana, aunque después sea un hipócrita y no quiera revelar al resto sus emociones.
Nadie debe asombrarse cuando se ponga a visionar este trabajo, porque el maestro de Sica desde el mismo principio de la producción nos desvela claramente lo que nos vamos a encontrar. Justo cuando acaban los títulos de crédito iniciales aparece en pantalla la conocida frase: “Érase una vez”. Esta es la directa y simple fórmula que utiliza el realizador para que el espectador desde el principio piense que está ante un cuento en imágenes.
La parte que resulta más magistral de todo el conjunto son los diez primeros minutos, donde sin apenas diálogos (o intrancesdentes la mayoría de ellos) nos describe perfectamente el personaje de Totó (Francesco Golisano). Un optimista por excelencia, un soñador, repleto de energía que acaba impregnando de esta a todos los que están a su alrededor. Un emprendedor que tan solo quiere el bien de cada uno y por extensión el bien común.
Una persona que no le importa perder ciertas libertades para poder concedérselas al prójimo. Totó es capaz de adaptarse perfectamente a cualquier circunstancia, por muy adversa que esta sea él le sacara el lado positivo. Acaba convirtiéndose en el perfecto mediador de conflictos, al que todos acuden para solventar sus problemas, todo ello conseguido a través de su bondad y rebosante optimismo, siempre alejándose de la violencia.
El director a través de este fantástico personaje parece intentar sacar lo mejor de nosotros mismos, mostrándonos la gran fractura que existe entre las clases altas de la sociedad y la de los miserables que encabeza Totó. Intenta demostrar que el dinero no lo es todo en la vida, que la felicidad por mucho que parezca no viene asociada al vil metal, recuerden que estamos en un cuento, no se me despisten justo ahora.
La composición del resto de personajes es realmente fantástica, el muestrario de pobres que habitan en el improvisado núcleo de chabolas que ellos mismos crean genera un catálogo digno de descubrir. Cada uno tiene sus particulares características, aunque el ser humano sea igual uno a otro cada cual tiene sus peculiaridades y de la mano de Totó iremos descubriendo los deseos y quebraderos de cabeza de cada uno de ellos.
La película en general es una exaltación total de las pequeñas cosas que tiene la vida, ahí es donde más incide la historia. Como lo que para unos es algo habitual para el resto es un completo espectáculo, por ejemplo la escena en la que los mendigos corren tras los rayos de sol para calentarse. Una lección para que acabemos dando la vuelta a lo que parece un problema y acabar convirtiéndolo en un divertimento como por ejemplo la escena del inicio de la película donde se derrama la leche que está cociendo.
Encuadrar este trabajo como una obra maestra es algo realmente obvio. Está llena de elementos con cierto grado de innovación o al menos así me lo parece para estar en al década de los cincuenta. No carece de efectos especiales, algo que en aquellos años estaba más bien destinado a cierto género de cine, situándonos en dicho momento histórico estos son más que aceptables y por supuesto ayudan a crear esa fantasía que el director nos quiere transmitir.
Como anécdota, detalle no sabría bien como definirlo dejar reflejadas en estas líneas la importancia que se le da al mundo de las matemáticas en los diálogos. Muchas veces contribuyen a ese tono cómico fantástico que tiene la producción, pero no se engañen con esa sonrisa que esbozaran mientras la vean. Cuando uno acaba de hacer la digestión se da cuenta que esta ha sido mucho más pesada de lo que en un principio parecía.
TRONCHA