Bajorrelieve con legionarios de Glanum (Saint-Rèmy-de-Provence),
museo Fourvière Galo-romano, Lyon, Francia. Foto de Rama
El ejército de la época de la república romana, que fue tremendamente agresivo, coincidió con la etapa de mayor expansión territorial, mientras que el de la etapa imperial, muy profesional y permanente, tenía una naturaleza básicamente defensiva y pretendía mantener asegurados los límites de unas fronteras trazadas hacía tiempo.
Desde sus orígenes republicanos en la composición del ejército se daba la existencia de soldados-ciudadanos que integraban las legiones romanas a las que se añadían, como apoyo y complemento, especialmente en caballería –equites–, los aliados (socii). Así, romanos e itálicos combatieron fuera de sus lugares de origen y sentaron las bases de un extenso imperio, ya en etapa republicana, en torno a aquellas tierras que bordeaban el mar Mediterráneo. Durante la época imperial los aliados, una vez integrados dentro de las estructuras políticas y ciudadanas de la Urbs, fueron sustituidos por tropas auxiliares que se reclutaron en los recién incorporados territorios fronterizos del Imperio.
“Esto es lo que mejor explica por qué (Adriano) vivió la mayor parte en paz con las naciones extranjeras; pues como veían su estado de preparación y ellas mismas no solo estaban libres de agresiones, sino que recibían además dinero, no hicieron ningún levantamiento. En verdad, tan excelentemente estaban entrenados sus soldados, que la caballería de los bátavos, como se les llamaba, cruzaba nadando el Danubio con sus armas.” (Dión Casio, Historia romana, LXIX, 9)
Legionarios, Museo estatal de Maguncia, Alemania. Foto de Robert Clark
Los romanos nunca confiaron el grueso de sus tropas a mercenarios a sueldo, pues su ejército, de base censitaria y movilizado sistemáticamente todos los años –básicamente, dos legiones para cada cónsul–, respondió a un sentido cívico, patriótico y pragmático, cuya disciplina en el aprendizaje le dio una enorme cohesión moral.
“Había en esta legión dos centuriones muy valerosos, Tito Pullo y Lucio Voreno, a punto de ser promovidos al primer grado. Andaban éstos en continuas competencias sobre quién debía ser preferido, y cada año, con la mayor emulación, se disputaban la precedencia. Pullo, uno de los dos, en el mayor ardor del combate al borde de las trincheras: «¿En qué piensas, dice, oh Voreno?, ¿o a cuándo aguardas a mostrar tu valentía? Este día decidirá nuestras competencias.» En diciendo esto, salta las barreras y embiste al enemigo por la parte más fuerte. No se queda atrás Voreno, sino que, temiendo la censura de todos, síguele a corta distancia. Dispara Pullo contra los enemigos su lanza, y pasa de parte a parte a uno que se adelantó de los enemigos; el cual herido y muerto, es amparado con los escudos de los suyos, y todos revuelven contra Pullo cerrándole el paso. Atraviésanle la rodela, y queda clavado el estoque en el tahalí. Esta desgracia le paró de suerte la vaina que, por mucho que forcejaba, no podía sacar la espada, y en esta maniobra le cercan los enemigos. Acude a su defensa el competidor Voreno, y socórrele en el peligro, punto vuelve contra este otro el escuadrón sus tiros, dando a Pullo por muerto de la estocada. Aquí Voreno, espada en mano, arrójase a ellos, bátese cuerpo a cuerpo, y matando a uno, hace retroceder a los demás. Yendo tras ellos con demasiado coraje, resbala cuesta abajo, y da consigo en tierra. Pullo que lo vio rodeado de enemigos, corre a librarle, y al fin ambos, sanos y salvos, después de haber muerto a muchos, se restituyen a los reales cubiertos de gloría. Así la fortuna en la emulación y en la contienda guío a entrambos, defendiendo el un émulo la vida del otro, sin que pudiera decirse cuál de los dos mereciese en el valor la primacía.” (Julio César, La guerra de las Galias, V, 44)
Ilustración de Peter Dennis
De todos los ejércitos de la Antigüedad, el romano fue el más sofisticado y, en suma, el que alcanzó mayor nivel de profesionalización tanto desde el punto de vista de la estructura de mandos como en los aspectos derivados de su logística o del propio armamento, evolucionando notablemente de etapa republicana a la imperial y, dentro de ésta última, entre el alto y el bajo imperio, con un número de integrantes no demasiado alto, y basando su actividad mucho más en la eficacia y en la calidad de sus integrantes que en su número.
“Algunos centuriones que del grado inferior de otras legiones por sus méritos habían sido promovidos al superior de ésta, por no mancillar el honor antes ganado en la milicia, murieron peleando valerosamente.” (Julio César, La Guerra de las Galias, VI, 40)
Así pues, las legiones y los cuerpos auxiliares constituyen el núcleo de un ejército profesional que basó su eficacia en el duro entrenamiento ya desde los inicios de la leva y en la práctica continuada del ejército en marcha, de la organización de los campamentos, y de una logística y unos medios de abastecimiento potenciados, a todas luces, por el trazado sistemático de una red viaria que permitía el transporte de alimentos y armas. Algo que fue posible debido a la acción de todo un cuerpo de oficiales y suboficiales, no formados en academia alguna, con función logística y administrativa.
Roma no estuvo a merced de tropas mercenarias donde el retraso en las pagas, la carencia de botín o cualquier otro inconveniente podían echar por tierra una operación militar. El botín estaba perfectamente reglado bajo la autoridad del magistrado encargado de ello por lo que, desde ese punto de vista, cabe pensar que la normativa y la disciplina funcionaban adecuadamente en la mayoría de los casos. De hecho, la disciplina, en algunos casos incluso brutal, marcaba los límites de una libertad estrechamente definida, algo que los soldados romanos sabían desde el momento de su juramento, pues el comandante de cada unidad tenía derecho sobre sus vidas en caso de flagrante indisciplina, traición o cobardía. A ello podían sumarse castigos corporales o la expulsión fuera del campamento (castra).
“La victoria en la guerra no depende únicamente del número de soldados o del mero coraje; sólo la habilidad y la disciplina la aseguran. Los romanos debían la conquista del mundo a no otra causa que el continuo entrenamiento militar, la exacta observación de la disciplina en sus filas y el cultivo de todas las demás artes de la guerra. Sin todo esto, ¿qué posibilidad tenían los poco considerables números de las tropas romanas contra las multitudes de los galos? ¿O con qué éxito se habría enfrentado su escasa estatura contra la prodigiosa de los germanos? Los hispanos nos sobrepasaban no sólo en número sino también en fortaleza física. Fuimos siempre inferiores a los africanos en riqueza e inferiores a ellos en estratagema y capacidad de engaño. Y los griegos, sin lugar a dudas, fueron muy superiores a nosotros en el dominio de las artes y todos los tipos de conocimiento.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, I)
Infantería romana. Karwansary Publishers. Ancient Warfare Magazine. Artista Jason Juta
Desde Cayo Mario, el ejército se convirtió en un medio de vida y de promoción social, un puesto de trabajo con una paga segura para ciudadanos de condición social humilde. Lo mismo cabría decir para los extranjeros que formaban parte de los cuerpos auxiliares (auxilia), algo que nos impide olvidar su enorme función social.
El hecho de combatir por un salario, signo de que el ejército romano se había profesionalizado, no estaba en absoluto reñido con la fidelidad al emperador, principal representante del estado imperial. La lealtad a los emblemas militares era una obligación asi como el orgullo de pertenencia a una centuria, cohorte o legión, o a un determinado cuerpo auxiliar. El emperador era, a partir de Augusto, jefe supremo del ejército y a él se tributaba lealtad máxima mediante el juramento a su persona. Los mandos militares (legati Augusti) dependían de él y los triunfos eran utilizados políticamente y como propaganda por el emperador, en vez de recaer en sucesivos cónsules como ocurrió durante la etapa republicana.
“Por dos veces gané triunfos con ovación, y otra tres conseguí triunfos curules, y fui aclamado general en jefe en 21 ocasiones, el Senado me otorgó más triunfos, a todos los cuales renuncié. Los laureles los pasé de mis fasces al Capitolio, cumpliendo los votos que había pronunciado solemnemente en tiempos de guerra. Con motivo de las campañas acabadas felizmente por mi o por lugartenientes míos, en tierra y mar, el Senado decretó 55 acciones de gracias a los dioses inmortales.” (Augustus, Res Gestae, 4.2)
Augusto de Prima Porta. Museos Vaticanos
La República había entrado en crisis en el siglo I a. C., cuando la extrema corrupción había marcado profundamente la estructura política que tuvo su reflejo en violentas luchas de facciones. No obstante, a partir de aquel panorama de inestabilidad Augusto había conseguido afianzar una república basada en la concentración de poder en manos de su primer ciudadano, el emperador dando paso al Principado. Por su parte un ejército con menos efectivos, pero más profesionalizado que el de la etapa de las guerras civiles iba a proporcionar estabilidad a unas fronteras cuyos límites estaban cada vez más definidos.
Los ciudadanos romanos de condición humilde, desde la época de Mario, comenzaron a entrar en masa en los cuadros del ejército romano, encontrando en la milicia un modo de vida que les aseguraba una paga estable; incluso los auxiliares no ciudadanos se beneficiaban, aunque de una paga menor, de un empleo estable y de la posibilidad, en el momento de su licenciamiento, de acceder a la condición de ciudadano de segundo grado.
“Para subvencionar la paga de los militares y la instalación de los veteranos, Augusto constituyó un tesoro militar con la obtención de nuevos impuestos.” (Dión Casio, Historia romana, LV, 24, 9).
Auxiliares romanos. Ilustración de Giuseppe Rava
Para alistarse en las legiones se requería de unas condiciones mínimas, entre otras estar en posesión de la ciudadanía romana, aunque les estaba prohibido incorporarse al ejército a los hombres condenados a ser arrojados a las fieras, deportados a una isla, exiliados durante un periodo aún inconcluso, los que se habían alistado para evitar ser perseguidos y los convictos de los crímenes más serios. En caso de ser descubiertos serían inmediatamente expulsados.
“Titus Flavius Longus, optio de la legión III Cirenaica, en la centuria de Arellius, hizo una declaración y presentó como garantes a Fronto, en la centuria de Pompeius Reg[ _ _ _, y Lucius Longinus] Celer en la centuria de Cre[ _ _ _], and Lucius Herennius Fuscus, veterano, y prestó juramento de que era libre de nacimiento y ciudadano romano y tenía derecho a servir en la legión. Sus garantes juraron por Júpiter Maximus y el espíritu del emperador César Domiciano Augusto, conquistador de los germanos que el dicho Titus Flavius Longus era libre de nacimiento y tenía derecho a servir en la legión. Tramitado en el campamento Augusto de invierno de la legión III.” (CPL 102, papiro Fayum)
Tampoco los extranjeros ni los esclavos (mucho menos estos últimos), salvo contadas excepciones (como en caso de una guerra o de unas condiciones de extrema necesidad de reclutamiento) podían formar parte de las legiones.
“Cuando Sextus murió, Bassus tomó posesión de todo su ejército excepto unos pocos; porque los soldados que habían estado acampando en invierno en Apamea se retiraron a Cilicia antes de que él llegara, y, aunque los persiguió, no consiguió atraerlos. De regreso a Siria, tomó el título de pretor y fortificó Apamea, para tenerla como base de guerra. Y procedió a reclutar a hombres de edad militar, no solo libres, sino esclavos, además de reunir dinero, y preparar armas.” (Dión Casio, Historia romana, XLVII, 27)
Nuevos reclutas. Ilustración Adam Hook
En época de Trajano existían tres procedimientos distintos de reclutamiento: el obligatorio o forzoso (reclutas denominados lecti), el de aquellos a los que han convencido y pagado para ocupar el lugar de un obligado al servicio militar (vicarii) y los que realmente quieren alistarse en el ejército (voluntarii) que eran la mayoría.
“Se realizan reclutamientos; se les lleva a los cuarteles de invierno. Esas cosas que incluso cuando son hechas por gentes de bien, y en una guerra justa, y con moderación, resultan, no obstante, desagradables por sí mismas, ¿cuán amargas crees que resultan ahora, cuando son realizadas por rufianes, en una abominable guerra civil y con la mayor petulancia?” (Cicerón, Cartas a Ático, IX, 19, 1)
De los tres sistemas el mejor y más deseable era el último. En el caso de los forzosos, se encargarían de llevar a cabo tal sistema de reclutamiento oficiales romanos, autoridades locales, o bien destacamentos que se encargarían de la leva.
“Sempronio Celiano, joven distinguido, me ha enviado dos esclavos que habían sido encontrados entre los reclutas, cuyo castigo he aplazado para poder consultarte a ti, fundador y sostén de la disciplina militar, sobre la naturaleza de su pena. Mi duda se basa sobre todo en el hecho de que, si bien ya habían prestado juramento militar, no obstante, no habían sido asignados a ninguna unidad.Por ello, te ruego, señor, que me indiques qué regla debo seguir, sobre todo porque se trata de establecer un precedente.” (Plinio, Epístolas, X, 29)
La respuesta de Trajano es la siguiente.
“Sempronio Celiano ha actuado conforme a mis instrucciones al enviarte a ti los individuos sobre los que era necesario decidir en un procedimiento judicial si parecía que habían merecido la pena capital. Pero es importante saber si se han presentado como voluntarios, si han sido reclutados o incluso si han sido ofrecidos como sustitutos. Si han sido reclutados, el error está en el reclutamiento; si han sido ofrecidos como sustitutos, son culpables quienes los han ofrecido; si se han presentado por propia iniciativa, puesto que tenían conocimiento pleno de su condición, habrán de ser ejecutados. No importa mucho, en efecto, que aún no hayan sido asignados a unidades, pues el día en el que fueron aceptados por primera vez debieron hacer una declaración veraz sobre su origen.” (Plinio, Epístolas, X, 30)
Los individuos que habían prestado juramento, pero no habían sido enrolados en ninguna unidad tenían un estatuto legal cuestionable, lo que explica que Plinio se pregunte si estos esclavos habían cometido un delito, si aún no eran legalmente soldados.
“Cualquiera puede prestar el juramento, desde el mismo día en que entra en el servicio, pero no antes, por ello los que no están todavía enrolados, aunque puedan haber sido reclutados y viajar a cargo del estado, no se consideran soldados todavía, ya que para ser tales deben ser incluidos en las unidades.” (Digesto, XXIX, 1, 42)
La resistencia al reclutamiento y el alistamiento de esclavos eran los dos delitos cometidos por los reclutas que merecían la pena de muerte. Celiano es un oficial de rango ecuestre, comisionado por Trajano para realizar reclutamientos en Bitinia tan pronto como esta había sido transformada en una provincia imperial, que envía a Plinio para su juicio a estos dos esclavos expuestos a una pena de muerte, ya que en las provincias solo los gobernadores gozaban de la capacidad de imponerla.
Guerreros de Estepa, Museo Arqueológico de Sevilla,
Foto Oronoz
Parece ser que el gobernador de la provincia supervisaba las partidas de reclutamiento. La primera etapa, o probatio, consistía en una inspección de los potenciales reclutas. Se supone que en este momento quedaba claro el estatuto legal de cada hombre: una vez reconocido como apto (probatus), se convertía en recluta (tiro), siéndolo durante los cuatro meses de instrucción.
Los soldados debían superar un examen previo de buena salud e integridad física (no podían estar impedidos por falta del dedo índice o pulgar, por ejemplo). Además, tenían que tener una altura determinada, en torno a 1,70-1,77 metros.
“Aquellos que se dedican a supervisar las nuevas levas deberían ser particularmente cuidadosos en examinar sus caras, sus ojos y la constitución de sus miembros, para poder hacerse un juicio veraz y elegir a los más a propósito para ser buenos soldados. La experiencia nos demuestra que hay en los hombres, como en los perros y los caballos, signos evidentes por los que descubrir sus virtudes. Los soldados jóvenes, así pues, deben tener una mirada despierta, llevar la cabeza erguida, su pecho debe ser ancho, sus hombros musculosos y fuertes, sus dedos largos, sus brazos fuertes, su cintura pequeña, sus piernas y pies tan nervudos como flexibles. Cuando tales señas se encuentran en un recluta, una estatura pequeña puede dispensarse, pues resulta mucho más importante que un soldado sea fuerte antes que alto.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, I, 6)
Probatio. Ilustración Yvon Le Gall
No tener una buena visión era motivo para ser dispensado del servicio en el ejército.
“Eximido del ejército por Cneo Vergilio Capito, prefecto del alto y Bajo Egypto: Trifón, hijo de Dionisio, tejedor de la metrópolis de Oxirrinco, por sufrir de cataratas y dificultad de visión. Examinado en Alejandría. Certificado fechado el decimosegundo año del reinado de Tiberio Claudio César Augusto Germánico, el día 29 del mes de Pharmouthi.” (Papiro Oxirrinco, 39)
Los nuevos reclutas recibían el signaculum, una tablilla de plomo escrita que llevaban alrededor del cuello, en un saquito de cuero, en la que figuraban detalles físicos personales (cicatrices, verrugas, por ejemplo, en suma, rasgos físicos muy personales que identificaban al individuo en cuestión). A finales del Imperio cuando la voluntad de unirse al ejército decreció, se procedió a marcar a los soldados con estigmas o tatuajes identificativos que hiciesen más fácil su reconocimiento en caso de deserción. Estas marcas en la época de la república y del principado habrían supuesto una afrenta para cualquier ciudadano romano.
“El 12 de marzo en Tebessa durante el consulado de Tuscus y Anullinus, Fabius Victor fue traído al foro junto con Maximilianus; Pompeianus tuvo permiso para ser su abogado.
Él dijo: Fabius Victor, agente responsable del impuesto de reclutamiento está presente con Valerianus Quintianus, oficial imperial, y el hijo de Victor, Maximilianus, un excelente recluta.
Dado que tiene las cualidades necesarias, pido que le midan.
Dión el procónsul dijo: ¿Cómo te llamas?
Maximilianus contestó: ¿Por qué quieres saber mi nombre? No se me permite servir en el ejército porque soy cristiano.
Dión el procónsul dijo: Prepárenlo.
Mientras le estaban preparando Maximilianus contestó: No puedo servir en el ejército; no puedo hacer ningún mal; soy cristiano.
Dión el procónsul dijo: Que lo midan.
Cuando le habían medido, un subalterno dijo: cinco pies diez pulgadas de alto.
Dión dijo a su personal: Que le den un sello militar.
Maximilianus, que continuaba resistiéndose, replicó: No voy a hacerlo; no puedo servir como soldado.” (Actas de Maximilianus 1. 1–5 AD 295)
Dos legionarios. Landesmuseum, Maguncia, Alemania
El encargado de los pagos distribuía el viaticum para costear los gastos del viaje de los soldados hasta su destino, la unidad a la que habían sido asignados y, donde, además, debían realizar el juramento militar (sacramentum) en el que cada uno de ellos repetía una fórmula general (“idem in me”/”lo mismo digo”). El juramento comportaba, ante los dioses, que el nuevo soldado iba a servir fielmente a su emperador a costa de su propia vida, y en caso de cobardía o traición el comandante al que debía obedecer en todo momento podía castigarle con castigos físicos o, incluso, la muerte. Debía mostrar lealtad y fidelidad a los símbolos y estandartes militares (signa) y, de ese modo, su disciplina y respeto a la jerarquía de mandos harían del mismo el modelo de legionario que el imperio y el emperador precisaban. Por tanto, era una fórmula religiosa que ligaba las obligaciones del soldado a la autoridad del emperador y a la defensa del Imperio, comprometiéndose por sí y por su honor a cumplir lealmente con sus obligaciones para con el César y con Roma, y también con sus dioses, hasta el punto que la religión personal de cada soldado se empapaba de tal forma de la religión oficial del ejército que, para la mayoría de los casos, casi no existía otra.
“Tanto Druso como Germánico, durante las revueltas de las guarniciones de las provincias danubianas y renanas, que se produjeron a la muerte de Augusto y el ascenso de Tiberio, en el año 14, recordaron a los soldados que estaban ligados al nuevo emperador por el sacramentum: Druso les recordó a quién estaban ligados los soldados del Illyricum por este juramento y aprovechó el pánico que provocó en ellos un eclipse lunar para recordarles que el juramento era sagrado y querido por los dioses.” (Tácito, Anales, I, 28)
Con la adopción del cristianismo como religión oficial, el sacramentum militiae se transformó tanto en su formulación como en su concepción pues, a partir de Constantino, se prestaba juramento en nombre de la Trinidad cristiana.
“La marca militar, que es indeleble, se imprime primero en las manos de los nuevos reclutas y cuando sus nombres son consignados en el libro de las legiones pronuncian el juramento habitual, llamado el juramento militar. Juran por Dios, por Cristo y por el Espíritu Santo; y por Su Majestad el Emperador quien, tras Dios, ha de ser principal objeto del amor y veneración de la Humanidad. Pues cuando él ha recibido el título de Augusto, sus súbditos están obligados a prestarle su más sincera devoción y homenaje, como representante de Dios en la tierra. Y todo hombre, tanto en un puesto civil como militar, sirve a Dios sirviéndole a él [al Emperador. N. del T.] con fidelidad, pues reina por Su Autoridad [la de Dios. N. del T.]. Los soldados, así pues, juran que obedecerán deseosos al Emperador y todas sus órdenes, que nunca desertarán y estarán siempre prestos a sacrificar sus vidas por el imperio romano.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, II, V)
Alocución del emperador. Arco de Constantino. Foto de Sergey Sosnovskiy
Una vez llegado a su unidad de destino el recluta empezaría su entrenamiento que consistiría en marchas, carreras, saltos, natación y traslado de paquetes pesados. Esa práctica permitía soportar mejor el dolor y presentaba la ventaja de que si los soldados eran capaces de ejecutar sus maniobras correctamente en presencia del enemigo, este último podía llegar a desanimarse y huir. La instrucción se hallaba vinculada directamente a la disciplina ya que era importante aprender a ejecutar una orden y respetar a los superiores, de forma que el soldado que sabía lo que debía hacer, porque lo había muchas veces en el campo de maniobras, lograba adquirir confianza en sí mismo y en sus jefes.
“Cuando el ejército romano se desmoralizó ante Numancia por la flojedad de sus anteriores comandantes, Publio Escipión lo reformó despidiendo a un enorme número de seguidores del campamento y por guiar a los soldados a un sentido de responsabilidad a través de la rutina cotidiana regular. Con motivo de las frecuentes marchas que les impuso, ordenó que llevaran raciones para varios días, bajo tales condiciones que se acostumbraron al frío y lluvia duraderos, y a vadear corrientes. A menudo el general les reprochaba con timidez e indolencia; a menudo rompía utensilios que servían sólo al objetivo de la autoindulgencia y que eran completamente innecesarios para hacer una campaña.” (Frontino, Estratagemas, IV, 1)
Ilustración Seán ÓBrógáin
Las armas utilizadas en el entrenamiento, espada y lanza, eran de mayor peso que las del servicio real, para fortalecer los brazos. También se habituaban a disparar flechas y arrojar piedras con hondas. La mayoría de reclutas, no solo los destinados a caballería, aprenderían a montar y desenvolverse sobre el caballo. El objetivo fundamental de la instrucción consistía en que los soldados aprendieran a maniobrar en formación y supieran cuál era su lugar a la hora del combate o cuándo y cómo debían moverse sin perjudicar la cohesión de su centuria. Los oficiales obligaban a ejecutar simulacros de batallas, infantes contra infantes, o contra jinetes.
Las tropas harían de vez en cuando exhibiciones de su disciplina delante de los generales o incluso los emperadores quienes alabarían o criticarían su actuación.
“Hicisteis todo correctamente. Llenasteis la llanura con vuestros ejercicios, arrojasteis las lanzas con cierto grado de estilo, aunque eran más bien cortas y rígidas; algunos las lanzasteis con igual habilidad. Habéis montado los caballos con agilidad y ayer lo hicisteis con rapidez. Si hubiera faltado algo en vuestra actuación lo habría notado, si algo hubiera ido mal lo habría mencionado, pero toda la maniobra me ha satisfecho. Catullinus, mi legado, hombre distinguido, muestra igual preocupación por todas las unidades a las que está en mando. [---] vuestro prefecto aparentemente cuida de vosotros conscientemente. Os concedo un donativo …” (Alocución de Adriano al ala de los panonios, ILS 2487; 9135, Lambaesis, Africa)
Alocución del emperador. Columna de Trajano, Roma. Foto Roger Ulrich
En época de paz los legionarios se ocupaban de múltiples tareas que iban desde las guardias obligatorias hasta las más simples labores como mantener limpio el campamento. Algunas tareas eran externas, como vigilar instalaciones estatales o escoltar transportes u oficiales. Algunos servían de guías, o controlaban las fronteras y cruces de caminos. Otros trabajaban en canteras, limpieza de bosques, fabricación de tejas o trabajos administrativos y construcción de carreteras y puentes. Con su dedicación a las obras públicas los legionarios proporcionaban al emperador una mano de obra cualificada y a bajo costo. Por encima de todo, el mando les exigía que pusiesen en marcha todos los elementos de sus diferentes sistemas defensivos. Algunas de esas tareas tenían implicaciones económicas muy favorables: era preciso trazar carreteras, colocar mojones de delimitación entre tribus y efectuar operaciones de catastro o de centuriación. Estas labores contaban con facilitar los movimientos de tropas y la vigilancia del enemigo potencial, además formaban parte integral de la instrucción y su correcta ejecución mostraba que se poseía disciplina.
Columna de Trajano. Roma
También realizaban trabajos especializados como mediciones de tierras y planificación de infraestructuras, como canales, acueductos, etc. En zonas fronterizas, a falta de instituciones civiles, los oficiales desempeñaban las funciones de autoridades estatales.
“Durante el gobierno del emperador César Augusto, hijo de un dios, la legión X Fretensis bajo el mando de Lucius Tarius Rufus, legado con poder propretor, construyó el puente.” (EJ 268, Inscripción del valle del rio Strymon, Macedonia. Siglo I a.C.)
Construcción del puente de Apolodoro sobre el Danubio
Munifex es el recluta recién llegado sin graduación ni privilegio. Los munifices son los encargados de ir a por leña y de acarrear agua; limpiar las letrinas o mantener los establos y alimentar a los animales, etc.
“Las tropas regulares estaban obligadas a llevar su madera, heno, agua y paja al campamento, por tal clase de servicio a sí mismos se les llamaba munifices.” (Vegecio, Compendio de técnica militar, II, 19)
Legionarios en el campamento. Ilustración de Ron Embleton
Su primer objetivo tras firmar y completar la instrucción es convertirse en immunis, el cual seguía siendo un miles gregarius, un soldado raso, sin más autoridad que otros, pero exentos de los trabajos más pesados y desagradables, para desempeñar labores especializadas. El legionario que aspiraba a convertirse en immunis debía demostrar habilidades técnicas como la carpintería, o saber leer y escribir, lo que les daría una ventaja inestimable, porque las legiones siempre necesitan secretarios para mantener la correspondencia y manejar los archivos. Un immunis no recibiría una paga mayor, pero su vida es en general más cómoda, aunque su rango puede serle retirado por mala conducta.
“Caius Comatius Flavinus inmune de la cera de la legión XIV Gemina Antoniniana lo erigió por orden de la diosa en el consulado de nuestro señor el emperador Antonino Augusto y de Balbino.” (CIL III 14358)
Los immunes tendrían la opción de convertirse en oficiales subordinados (principales) que en el antiguo ejército republicano eran el optio, signifer y tesserarius. El cornicularius era un suboficial al frente de las tareas administrativas, contables y archivo de documentos de los legionarios, auxilia, guardia pretoriana o marina militar romana. Formaba a su vez parte de la categoría de los principales y oficiaba como asistente bajo la autoridad de un oficial superior (un centurión o un oficial de mayor rango). El propio corniculario tenía varios asistentes responsables de pequeñas tareas, suboficiales pertenecientes al grupo de los duplicarii, que él debía supervisar dentro de su officium.
“Las cosas me van bien. Después de que Sarapis me trajo hasta aquí seguro, mientras otros … estaban cortando piedras todo el día y haciendo otras cosas, hasta hoy no he sufrido ninguna de estas penalidades; pero pedí a Claudius Severus, el consular, que me hiciera secretario de su personal y me dijo: No hay ninguna vacante, pero mientras te haré secretario de la legión con esperanza de promoción. Con esta tarea, por tanto, fui desde el consular de la legión al cornicularius.” (Papiro Michigan 4566)
Museo Galileo, Florencia
Los principales que recibían una paga y media se denominaban sesquiplicarii y los que recibían doble eran los duplicarii. Estos suboficiales podían obtener promoción y convertirse en oficiales, como centurión.
“A Júpiter Maximus Dolichenus, por la seguridad del emperador César Cayo Julio Vero Maximino Pío Afortunado Invencible Augusto---Ulpius Amandianus, soldado de la legión XIV Gemina, oficial de la unidad citada, armero, portaestandarte, ordenanza del segundo centurión en la octava cohorte y candidato (para ascender a centurión), dedicó esto a la deidad junto a Ulpius Amandus, veterano de dicha legión.” (CIL III. 11135, Carnuntum, Panonia Superior)
A partir de Augusto, los soldados romanos no podían constituir un matrimonium iustum, y si ya estaban casados cuando se unían al ejército, su matrimonio era automáticamente declarado nulo. El estado presentía que los ejércitos tendrían mayor efectividad si los soldados se desembarazaban de sus familias y, además, era totalmente reacio a aceptar responsabilidad alguna hacia esas familias, como entidades dependientes de los soldados. La prohibición se mantuvo durante más de dos siglos, hasta que fue abolida por Septimio Severo en el año 197 d.C.
Sin embargo, este veto no les impidió establecer unos vínculos conyugales con mujeres de su mismo lugar de origen, de la propia comunidad militar o de las proximidades de la zona donde servían, pues la prohibición de establecer un matrimonio legítimo no cohibía el deseo de la pareja de permanecer unidos –affectio maritalis–, de establecer un vínculo conyugal, expresándose así en la epigrafía. Sin embargo, estas uniones eran consideradas como matrimonia iniusta, debido a que carecían de legitimidad dentro del marco legal romano, por lo que los hijos habidos durante la relación se consideraban ilegítimos y no podían ser herederos. Las mujeres tampoco podían reclamar la dote en caso de separación.
Ilustración Angus McBride
Pero los soldados tomaban esposas y formaban familias durante su vida militar. A partir del siglo I estas mujeres eran nativas de las provincias y muchas eran esclavas liberadas.
“(Consagrado) a los dioses manes. A Annetia Festiva, de más o menos 30 años. Aquí está enterrada. Cayo Ennio Felix, veterano de la legión VII Gemina pía feliz, a su muy dulce esposa (lo erigió)”. (CIL II 2690)
La prohibición de matrimonio no se aplicaba a los oficiales mayores, procedentes de las clases senatorial y ecuestre, ni a los centuriones legionarios. Probablemente tampoco a los centuriones auxiliares, y quizá ni siquiera a los decuriones. El único impedimento con el que contaban estos oficiales era establecer un matrimonium iustum con una mujer oriunda de la provincia donde desempeñasen su función.
Ilustración de Peter Jackson
Comprendiendo el deseo de los soldados de legar herencia a sus familias, los emperadores sucesivos fueron concediendo ciertas mercedes, por ejemplo, la redacción de testamentos. Adriano confirmó ese derecho al testamento, permitiendo que los soldados dejasen legado a individuos no ciudadanos e, incluso, permitiendo que sus hijos reclamasen las propiedades paternas cuando éstos morían antes de la redacción de la escritura.
“Se, mi querido Rammius, que los niños a los que sus padres aceptaron como hijos durante su servicio militar, han tenido impedimentos para acceder a las propiedades de sus padres, y que esto no se consideraba mal porque habían actuado contra la disciplina militar. Personalmente me siento feliz de establecer los principios por los que puedo interpretar con más benevolencia las leyes que los emperadores que me precedieron. Por tanto, a pesar de que esos niños que fueron reconocidos durante el servicio militar no son los legítimos herederos de sus padres, yo decido que pueden reclamar la posesión de la propiedad de acuerdo con la parte del edicto que permite una reclamación a los parientes por nacimiento. Es tu obligación que este acto mío de benevolencia lo conozcan mis soldados y veteranos, no para que me puedan ensalzar, sino para que puedan usarlo si no saben de ello.” (BGU 140, Papiro de Egipto)
Estela funeria de Vibianus, Atezissa y Valentinus,
Gorsium, Hungría. Foto de M. Carroll
La carta de Adriano parece referirse a los hijos de todos los soldados, no solo los que eran ciudadanos romanos. Sin embargo, había una limitación legal por la existencia de un edicto referente a las reclamaciones de los parientes consanguíneos; por lo tanto, las reclamaciones de los hijos ilegítimos se verían condicionadas por las los hijos legítimos y agnados (por ejemplo, los parientes por línea masculina, un hermano o padre). Aun así, su carta era un paso adelante hacia el reconocimiento de los matrimonios militares, y su tono enfatiza su responsabilidad personal y buena voluntad hacia sus soldados.
En el caso de los legionarios que ya eran ciudadanos romanos y se unían a mujeres con ciudadanía romana, los hijos eran ilegítimos, aunque si pudiesen tener derecho a la ciudadanía romana.
Estela funeraria de Caeserius, veterano de la VI legión y Flavia Agustina.
Yorkshire Museum. Foto York Museums Trust Collections
“Longinus Hy[---] declaró que él, un ciudadano romano, había servido en la primera cohorte de tebanos bajo Severo, y durante el servicio militar había vivido con una mujer romana con la que había tenido a Longinus Apollinarius y Longinus Pomponius, y pidió que estos fueran registrados (como ciudadanos romanos). Lupus, habiendo consultado con sus consejeros legales, decidió:
Los niños serán registrados puesto que han nacido de una mujer romana. También deseas que los inscriba como [legítimos], pero no puedo hacerte su padre legal.” [FIRA 3, 19]
Estela funeraria de Mira y Marcus Attius Rufus, veterano de la II legión,
Ulcisia Castra, Hungría. Foto de M. Carroll
Según lo expuesto los hijos de Longinus recibieron la ciudadanía romana siguiendo la norma de conceder a los hijos ilegítimos el estatus legal de la madre, pero no se puede reconocer la paternidad por la ausencia legal de matrimonio y como consecuencia sus hijos pierden también cualquier derecho a su herencia. Los hijos ilegítimos ciudadano romanos (spurii) no eran denigrados socialmente, pero tenían un estatus legal diferente debido a la ausencia de un pater familias. Desde un punto de vista legal un hijo ilegítimo tenía algunas desventajas como no poder ser incluidos en el registro de nacimientos establecido por Augusto, si podían acceder a cargos públicos, aunque dando preeminencia a veces a los hijos legítimos.
El documento también muestra que el concubinato estaba aceptado en el ejército, incluso entre los extranjeros y que las relaciones no oficiales se toleraban y se incluían en los documentos legales.
Los soldados que quedaban inútiles por causa de enfermedades o heridas eran relevados del servicio (missio causaria, licenciamiento por enfermedad). Suetonio nos habla del padre de Vespasiano, llamado Sabino:
“Ajeno a la milicia, aunque algunos afirman que llegó a primus pilus y otros que, cuando aún estaba en activo en el mando de una cohorte, fue licenciado por motivos de salud.” (Suetonio, Vespasiano, 1)
El licenciamiento con deshonor (missio ignominiosa) implicaba ser expulsado por falta de disciplina. Era el castigo de los soldados que cometieran un delito de cierta gravedad y se les prohibía vivir en Roma o entrar en cualquier tipo de servicio imperial.
“A la décima legión, que se mostraba demasiado díscola, la licenció toda entera con ignominia, y a otras legiones, que solicitaban el licenciamiento con exigencias, las licenció suprimiéndoles las recompensas ganadas con sus servicios anteriores.” (Suetonio, Augusto, 24)
Julio Terencio haciendo un sacrificio. Dura Europus, Siria. Foto Yale University Art Gallery
La honesta missio (licenciamiento con honor) era otorgada a los soldados que habían servido el tiempo previsto con una carrera satisfactoria. En este caso se podían recibir también recompensas en forma de dinero (missio nummaria) o tierras (missio agraria).
El final de la vida en armas suponía para el veterano la pérdida de su condición de militar sometido a las normas castrenses y, a priori, una libertad de movimiento que le permitía empezar una nueva vida allí donde lo considerase más oportuno. Junto a su nueva condición obtenía también una serie de beneficios y compensaciones materiales que tenían por objetivo asegurarle su retiro y reinsertarlo en la sociedad civil. Esas recompensas y privilegios variaban dependiendo del período, del tipo de tropa en el que hubiera servido el soldado y del grado alcanzado durante sus años de servicio. Por lo que respecta a los legionarios de época imperial, las gratificaciones materiales —los praemia militiae— fueron fundamentalmente de dos tipos: la concesión de tierras (missio agraria) o una cantidad en metálico (missio nummaria).
“Caius Cornelius Verus, hijo de Caius, de la tribu Pomptina, natural de Dertona, veterano de la legión II Adiutrix, establecido en la colonia Ulpia Traiana Poetovio con doble asignación de tierras al licenciarse, sirvió como suboficial de vigilancia del gobernador, de cincuenta años, aquí yace. Ordenó en su testamento que se erigiese este monumento. Su heredero, Caius Billienus Vitalis se encargó de hacerlo.” (CIL III. 4057 Poetovio, Upper Pannonia, (Eslovenia)
La primera era en parte continuadora de una práctica desarrollada en la fase final del período republicano, consistente en recompensar con tierras a los soldados al final de sus campañas. Durante el período imperial, y de forma general, los repartos de tierra a los veteranos se mantuvieron, aunque ya desde época de Augusto perdieron peso en beneficio de las gratificaciones en metálico.
“También fijó los años de servicio militar de los ciudadanos, así como el dinero que habrían de recibir cuando terminasen en la milicia, en lugar de la tierra que siempre solicitaban.” (Dión Casio, Historia romana, LIV, 25, 5)
Fuerte romano de Birdoswald, Cumbria, muro de Adriano. Ilustración Philip Corke
El tipo de recompensa recibida era a priori un elemento que podía condicionar la elección del lugar de retiro, pues mientras la missio nummaria permitía al antiguo soldado instalarse allí donde quisiera, el reparto de tierras condicionaba el lugar de estacionamiento allí donde hubiese lotes disponibles.
De hecho, una de las razones de la aparición y afianzamiento de la misio nummaria —junto a la dificultad para encontrar tierras por parte del Estado romano— sería el paulatino rechazo de los soldados a abandonar sus antiguas bases. Con la recompensa en metálico los emperadores lograban un doble objetivo: no tenían que preocuparse por obtener unas tierras que escaseaban cada vez más y al mismo tiempo atendían las peticiones de unos soldados que preferían permanecer en sus lugares de servicio.
“El emperador Constantino a todos los veteranos. De acuerdo a nuestras instrucciones, los veteranos van a recibir tierras desocupadas que estarán libres de impuestos a perpetuidad. También van a recibir veinticinco folles en monedas para comprar lo necesario para la vida rural, y además un par de bueyes y cien modios de semillas variadas. Concedemos a cualquier veterano que desee emprender un negocio la suma de cien folles libres de impuestos.” (Código de Teodosio 7. 20. 3)
Sin embargo, algunos soldados preferirían retornar a sus lugares de origen debido a las dificultades de integración que tendrían en determinadas provincias fronterizas —especialmente las más septentrionales—, al clima extremo, las costumbres de la población nativa y las escasas posibilidades de aprovechamiento de las tierras otorgadas.
“Ganando después compañeros y ministros, no menos inclinados a la sedición, preguntaba, como si predicara en junta de gente, la causa ¿por qué a manera de esclavos obedecían a poco número de centuriones y menos de tribunos, y que hasta cuándo dilatarían el atreverse a pedir remedio, si entonces, que era el príncipe nuevo y acabado apenas de establecer en el Estado, no le representaban sus pretensiones o se las hacían saber con las armas? Que habían pecado hartos años de bajeza de ánimo, sufriendo treinta y cuarenta de milicia, viejos ya y acribillados de heridas; que hasta los que llegaban a ser jubilados no conseguían el fin de sus trabajos, pues arrimados a las mismas banderas se les hacía padecer de la misma forma, aunque con nombres diferentes; y si sucedía el alcanzar algunos tan larga vida que pudiesen ver el fin de tantas miserias, el pago era ser llevados a tierras extrañas, donde, so color de repartimientos, les hacían cultivar tierras pantanosas o montañas estériles con nombre de heredades.” (Tácito, Anales, I, 17)
Ilustración de Luis y Marta Montanya, Science Photo Library
Aunque es cierto que la mayoría de los veteranos soñaba con la posesión de tierras —ya fuese para cultivar o para arrendar— como medio de subsistencia, otros prefirieron dedicarse a otro tipo de actividades, aprovechando que durante el servicio habían desarrollado un alto grado de especialización en determinadas tareas, por lo que la elección de su lugar de retiro tenía que ver, haciendo uso de los contactos y su experiencia, con sus perspectivas de negocio y el desempeño de determinados tipos de actividades. Así, por ejemplo, un veterano de la legión XXII, una vez licenciado del ejército, se dedicó al negocio de espadas en Maguncia, que no debió ir mal pues en su testamento instituyó un legado de 8.000 sestercios para erigir un monumento a la Fortuna Redux (del retorno) a la salud del emperador Cómodo.
“Por la salud del emperador Marco Aurelio Cómodo Antonino Pío Félix, Caius Gentilius Victor, veterano de la legión XXII Primigenia Pía Fidelis, licenciado con honor, comerciante de espadas, en su testamento, mandó erigir un monumento a la Fortuna Redux de la legión XXII por valor de 8000 sestercios.” (CIL, XIII, 6677)
Armas de hierro
Todos los veteranos podían disfrutar de un status relativamente privilegiado en comparación con el resto de las clases sociales inferiores, ya que quedaban exentos de ciertos impuestos (como el impuesto de capitación y el de propiedades), de aranceles de aduana y realizar servicios públicos. No podían ser condenados tampoco a trabajar en las minas o en las obras públicas, a luchar contra las fieras en el anfiteatro o ser azotados.
“Los veteranos en asamblea gritaron: Constantino Augusto, ¿por qué nos ha hecho veteranos, si no tenemos ningún privilegio?
Constantino Augusto respondió: yo debería aumentar cada vez más y no disminuir la felicidad de mis compañeros veteranos.
Victorinus, un veterano, dijo: No permitas que estemos sujetos a servicios públicos obligatorios y cargas por todas partes.
Constantino Augusto dijo: Dime con claridad, ¿cuáles son las cargas más serias que os oprimen más persistentemente?
Todos los veteranos dijeron: Seguramente tú lo sabes.
Constantino Augusto dijo: Dejemos absolutamente claro que por mi benevolencia a todos los veteranos les ha sido concedido el derecho a que ninguno pueda ser acosado por ningún servicio público obligatorio, ni por ningún trabajo público, ni por ninguna exigencia fiscal, ni por los magistrados, ni por los impuestos. En cualquier mercado que hagan negocio, no tendrán que pagar ningún impuesto por ventas. Además, los recaudadores de impuestos, que normalmente hacen cobros extensivos a los que comercian, deben mantenerse alejados de esos veteranos. Deben disfrutar de reposo después de sus esfuerzos para siempre.” (Código de Teodosio, 7. 20. 2)
Discurso de Constantino a los ciudadanos en el Foro de Roma.
Arco de Constantino. Foto Ilya Shurygin
Los diplomas militares eran un conjunto de bronces epigráficos mediante los cuales los emperadores concedían privilegios a los soldados auxiliares ―peregrini de origen― que se licenciaban tras servir 25 o más años en los ejércitos de Roma por los que se garantizaba la ciudadanía romana al soldado, pero también a su mujer e hijos, o si aún estaba soltero en su licenciamiento, a su futura mujer (solo una). Desde la época de Claudio, se instauró un sistema «automático» de concesión del connubium (derecho al matrimonio) a los marinos y a los auxiliares que acabasen «con honor» (honesta missio) su periodo de servicio militar en un ala o una cohorte. Y se creó un procedimiento jurídico para sustanciar esos privilegios: dar a cada soldado que se licenciaba una copia de la constitución imperial mediante la cual el propio emperador otorgaba, a título singular y nominal, a ese soldado, los privilegios del «matrimonio justo» y el reconocimiento de derechos plenos para él mismo, para su esposa, para sus hijos y sus descendientes. Los diplomas se expedían a soldados de todas las unidades romanas, desde las legiones, a las tropas étnicas y a la guardia imperial montada. El documento original emitido por Claudio y sus sucesivas renovaciones por los emperadores que fueron ocupando el trono debían estar clavadas, en exposición pública, en edificios civiles o religiosos de Roma y otras ciudades del imperio.
“El emperador César, hijo del deificado Antonino Magno Pío (Heliogábalo), nieto del deificado Severo, Pío Félix Augusto, pontífice máximo, con poder tribunicio por décimo año, cónsul tres veces, padre de su país, ha adjuntado los nombres de los soldados que han servido en las diez cohortes pretorianas de Alejandría, leales protectores, quienes han completado su servicio con lealtad y valentía, y ha concedido el derecho a matrimonio legal con la primera mujer (solo con una) para que incluso si se han casado con mujeres de status peregrinus (extranjeras) puedan criar a sus hijos como si hubiesen nacido ciudadanos romanos. A 7 de enero del año 231 d.C. cuando L. Tiberius Claudius Pompeianus y Titus Flavius Sallustius Peilignianus eran cónsules. La octava cohorte pretoriana, leales protectores, a Marcus Aurelius Posidonius, hijo de Marcus, de la Augusta Traiana. Copiado y comprobado de la tabla de bronce, que está fijada a la pared en Roma detrás del templo del divino Augusto, cerca del santuario de Minerva.” (Diploma militar en placa de bronce para Marcus Aurelius Posidonius)
Diploma militar de Marcus Aurelius Posidonius
Los diplomas también eran entregados a los pretorianos, los urbaniciani (la policía militar de Roma), los marinos y los equites singulares Augusti. Realmente los únicos soldados que no recibían diplomas eran los legionarios, aunque estos últimos recibían otros documentos oficiales que certificaban el hecho de haber concluido su servicio militar con honor.
“Copia certificada del libellus expuesto, junto a otros, en el pórtico de la basílica Junia sobre el cual aparece escrito lo que sigue: A Vibio Cado, legado de Augusto propretor, veintidós veteranos, nombrados más abajo, que comenzaron su servicio bajo el consulado de Glabrión y de Torcuato y bajo el de Paulino y de Aquilino. Señor, hemos servido en la flota de Miseno; favorecidos enseguida por el divino Adriano, servimos en la legión X Fretensis, durante más de 20 años; nos hemos comportado en todas las cosas como buenos soldados, y henos aquí, en esta época de paz venturosa, liberados de nuestro servicio, y a punto de marchar a nuestra patria Alejandría de Egipto. Por esta razón os pedimos y os rogamos expidáis un certificado indicando que en tu nombre somos enviados al retiro, indicando en tu certificación que fuimos licenciados en la mencionada legión, y no en la flota; y que la suscriptio nos sirva como documento legal siempre que lo necesitemos.
Por todo ello te estaremos eternamente reconocidos por tu generosidad. Lucio Petronio Saturnino ha hecho esta declaración en nombre propio y en nombre de sus compañeros de armas. (Se dan los nombres de los veteranos implicados). Pomponio lo ha escrito.
[Respuesta:] No existe la costumbre de dar a los legionarios estos documentos legales. Ahora vosotros deseáis informar al prefecto de Egipto que habéis sido liberados de vuestro servicio por mí con la orden de nuestro Emperador. Yo [os] daré una gratificación y un documento (diploma).
Hecho en la Primera Colonia Flavia Augusta de Cesarea, el 22 de enero, en el consulado de Squila Gallicano y de Carminio Veto”. (El documento está certificado, como en los diplomas, por siete ciudadanos, legionarios de la legión VI Ferrata con guarnición en Palestina). Año 150 d.C. (PSI IX 1026) Documento librado en la basílica Junia de Cesarea de Palestina
Diploma militar de Papirius. Museo Británico, Londres
Existen otros documentos parecidos a los diplomas que se expiden a favor de legionarios que no son ciudadanos y que no están expedidos en nombre del emperador, o basándose en una constitución imperial, sino que son copias escritas en las que la oficina del gobernador provincial certifica su condición de veterano honorable.
“En el consulado de M. Acilius Aviola y de Pansa, la noche antes de las nonas de enero [el 4 de enero de 122], T. Haterius Nepote, prefecto de Egipto, ha acordado la concesión de la licencia honorable a L. Valerius Noster, jinete del ala de los Voconis, del grupo de Gavius, que ha finalizado su servicio (emeritus)”. (CIL, XVI, 647)
El soldado evocatus era el que una vez cumplido el tiempo de servicio en el ejército podía ser reclamado por un oficial de rango superior y ser llamado a filas, es decir era un veterano, que una vez licenciado se reenganchaba. Los evocati solían ser soldados valientes con gran dominio de la instrucción, que gozaban de gran prestigio.
“Ya Suetonio, entre la legión décimocuarta, los jubilados de la vigésima y los socorros de los lugares vecinos, tenía juntos al pie de diez mil soldados, cuando se resolvió no diferir más el dar la batalla, habiendo escogido un puesto con la entrada estrecha y cerrado por los costados de bosque, seguro de que el enemigo no le podía acometer sino por la frente y que la campaña rasa quitaba toda sospecha de emboscadas.” (Tácito, Anales, XIV, 34)
Veteranos en Colchester contra Boudicca. Ilustración de Peter Dennis
Aunque la
evocatio era generalmente una acción individual, existían unidades enteras formadas de evocati, aunque no llegaban a ser parte integral del ejército. A partir de Augusto surgieron los evocati Augusti que procedían de los pretorianos, de los soldados urbanos, los legionarios de la II Pártica y marineros de la flota del Miseno. Estaban a las órdenes del prefecto del pretorio con guarnición en Roma, aunque no ostentaban ningún distintivo. Durante el principado podían llegar al grado de centurión y promocionar de cohorte en cohorte. Como los evocati no eran estrictamente militares regulares no cobraban el sueldo del ejército (stipendium), sino una paga (salarium).“Caius Vedennius Moderatus, hijo de Caius, de la tribu Quirina, de Anzio, soldado de la legión XVI Gallica durante diez años, transferido a la novena cohorte pretoriana, en la que sirvió ocho año, licenciado con honor, reclamado por el emperador y designado reservista imperial (evocatus Augusti), empleado del arsenal imperial, reservista durante veintitrés años, condecorado en dos ocasiones, por el divino Vespasiano, y por el emperador Domiciano Augusto, conquistador de los germanos...” (CIL VI. 2725)
Bibliografía
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The Marriage of Roman Soldiers (13 B.C.-A.D. 235): Law and Family in the Imperial Army; Sara Elise Phang; Google Books