(JCR) Una llamada inesperada me sobresalto el pasado domingo y me hizo abandonar mi almuerzo a medio terminar. Me dijeron que en el tercer distrito habían incendiado una iglesia durante la noche y que los atemorizados cristianos pedían la intervención de las fuerzas de la ONU para protegerlos. Sin pensármelo dos veces cogí el coche y me dirigí al barrio de Gbaya Dombia, donde tuvo lugar el ataque.
Al llegar allí, vi la iglesia incendiada, o mejor dicho las dos iglesias. Porque la iglesia bautista de Gbaya Dombia ya fue incendiada por milicias musulmanas hace cosa de dos años y medio, dejando solo los cuatro muros chamuscados desprovistos de sus vigas y sus planchas de tejado. Durante aquellos días de 2014, cuando Bangui sufría ataques y enfrentamientos cada pocos días, no quedo una casa en pie en el vecindario y en la vecina barriada de Boulata. Todos sus habitantes, cristianos, huyeron al campo de desplazados situado en las proximidades del aeropuerto de la capital centroafricana. Desde mediados de diciembre, la mayor parte de ellos están volviendo a sus casas y edificándolas de nuevo con mucha paciencia y sacrificio. Los cristianos bautistas, mayoría en el barrio, han levantado una estructura provisional con algunas lonas sostenidas con postes. Esa fue la “iglesia” incendiada en la noche entre el sábado 14 y el domingo 15 de enero.
La gente con la que me encontré me dijeron que a eso de la una de la madrugada llegaron unos 20 jóvenes armados con fusiles y empezaron a ir casa por casa amenazando a la gente para después rociar las lonas con gasolina y prenderlas fuego. Pocos días antes, el 11 de enero, el mismo grupo impidió una visita del cardenal de Bangui, Dieudonne Nzapalainga, a la parroquia de San Matías, situada en el barrio musulmán del Kilometro Cinco, también en el tercer distrito. El grupo, formado por chicos que pasan el día fumando marihuana a la puerta de la abandonada parroquia, está liderado por un joven que no tendrá más de 20 años y que se hace llamar “Big Man”. El mismo domingo, el jefe militar de la MINUSCA se presentó allí y les advirtió que no toleraría un nuevo ataque contra el derecho a la libertad de culto.
Durante los últimos días, he tenido reuniones con otros grupos armados del Kilometro Cinco y sus jefes dicen claramente que no apoyaran nunca ningún ataque contra un lugar de culto cristiano. De todos modos, no hace falta ser un lince para darse cuenta de que estas declaraciones de buenas intenciones tienen sus límites, ya que ninguno de ellos moverá un dedo para decirle nada a Big Man y sus muchachos ni mucho menos ponerse a malas con ellos. Me da pena también pensar que cuando el Papa estuvo en la mezquita central del Kilometro Cinco a finales de noviembre de 2015, los imanes pidieron al arzobispo Nzapalainga que reabriera la iglesia de San Matías –parcialmente destruida por milicianos a finales de septiembre de 2015. Me pregunto dónde están ahora esos imanes y por qué no han dicho nada para condenar el ataque al lugar de culto de los bautistas.
Ayer (18 de enero) pase un buen rato hablando con uno de los imanes. Sin pelos en la lengua y sin ningún intento de ocultar nada, empezó diciéndome que los cristianos del barrio –a los que califico de “invasores”- no tienen derecho a rezar en “el barrio de los musulmanes” mientras los seguidores del Islam no puedan reconstruir sus mezquitas en otros barrios de Bangui. Su amenaza me dejo helado: “Los cristianos pueden levantar los postes y las lonas mil veces, y mil veces volveremos a incendiarlos”.
Centroáfrica no acaba de quitarse de encima el espectro de las luchas entre cristianos y musulmanes, y aunque en muchas ocasiones haya buenos progresos de cohesión social y entendimiento entre los seguidores de ambas religiones, muchas heridas siguen abiertas. Es cierto que la mayor parte de los musulmanes que fueron expulsados de barrios de mayoría cristiana en Bangui no pueden regresar a sus casas, como también es verdad que de las algo más de 50 mezquitas que había en la capital antes de la crisis, en el año 2013, apenas quedan seis: cuatro en el Kilómetro Cinco y dos en otros barrios de mayoría cristiana, pero que no dejan de representar la excepción de la regla. En algunos distritos de Bangui no queda hoy un solo musulmán. Con esta situación es fácil crear un caldo de cultivo favorable al fanatismo y la venganza. El mensaje que afirma que “si no podemos reconstruir nuestras mezquitas, tampoco tienen derecho los cristianos a rehabilitar sus iglesia” es simple, demagógico y fácilmente asimilable por musulmanes que viven en la frustración y que tienen las emociones a flor de piel. Basta que un grupo de jóvenes armados lo acepten, para que la situación pueda fácilmente degenerar y comenzar un nuevo ciclo de violencias inter-confesionales.
Al final de la reunión, en imán dijo que aceptaba nuestra propuesta de sentarse a una mesa para dialogar con líderes comunitarios de otros distritos de Bangui para hablar del libre retorno de todos los desplazados, cristianos y musulmanes. También dijo –me dio la impresión que con media boca- que no animara a los radicales para que usen la violencia. El pastor de la iglesia de Gbaya Dombia me dijo ayer que este domingo volverán a rezar bajo su humilde lona pase lo que pase. Esperemos que las aguas vuelvan a sus cauces y que no vuelva a ocurrir ningún ataque.