Cientos de mineros bastante jóvenes que al nacer ya no tenían futuro en esa actividad ruinosa para España, pero que la heredaron de sus tatarabuelos y exigen legársela a sus tataranietos, marchan hacia Madrid para tomar unas calles que, según la Delegación del Gobierno, soportaron este año, hasta el 25 de junio, 1.109 manifestaciones, de las que 134 ocuparon la Puerta del Sol.
Cuentan que hace años un equipo de fútbol de Primera División bajó a Segunda y en su ciudad, tras unas monumentales protestas, las masas decidieron marchar sobre Madrid.
El Gobierno, temiendo a aquellos indignados precursores del 15M, aumentó los equipos en Primera y dejó que el descendido se mantuviera en esa categoría.
El Madrid republicano resistió a Franco durante casi los tres años de la guerra civil 1936-1939, pero ahora aguantaría muchísimo menos, cansado de esas 6,3 manifestaciones diarias que le hacen la vida desapacible.
Tolera y comparte algunas manifestaciones por la educación o la sanidad, pero le irrita que tome las calles cualquier grupo de trabajadores o no que paralizan media ciudad, como ocurrió un día cuando los mecánicos de unos talleres bloquearon la Castellana exigiendo “carga de trabajo”, coches y camiones con más averías que reparar.
O cincuenta albañiles de una constructora de Zaragoza, cien agricultores onubenses, o unos okupas con sus perros y flautas: todo motivo sirve para paralizar Madrid.
El 15M y su acampada de casi tres meses en la Puerta del Sol cansó tanto que carece ya de simpatizantes madrileños, excepto para algunas televisiones que graban a cincuenta indignados con planos cortísimos para aparentar multitudes.
Los mineros no serán bienvenidos: cuando bloqueen la circulación enfrentándose a la policía detectarán la ira y el rechazo de los ciudadanos explotados con impuestos para sostener una gravosa actividad inútil y antiecológica.
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SALAS