A veces nos toca ir por lugares que no esperamos, nos conducen a lugares inesperados, otras nos llevan a sorpresas. Pero lo que no debemos olvidar es que es posible que algunos caminos desagradables son necesarios para alcanzar algo bueno. Espero que os guste el MiniCuento:
Tras dos horas en el gimnasio volvía a donde estaba aparcado su pequeño utilitario. Como llegaba tarde a la clase de spinning, lo había dejado en el primer lugar que encontró. Era una pequeña calle de una sola dirección por la que nunca había pasado antes. Por el rabillo del ojo había visto el hueco unos metros más allá de la boca de la misma y había frenado en seco y reculado para meterlo. Metió la bolsa de deporte en el maletero y entró en el vehículo. Se ajustó el cinturón y abrió el retrovisor. Puso en marcha el motor y sacó el morro, con la esperanza de sacar el coche marcha atrás por la calle. Sin embargo ya había dos vehículos esperando a que terminase la maniobra para pasar. Así que tuvo que tuvo que enfilar la calle.
Nunca le había gustado ir por calles desconocidas. Siempre tenía la impresión de que le alejaban de su ruta, haciéndole dar más rodeos y gastar su precioso tiempo. Según iba avanzando, recorría con la mirada los grises edificios a ambos lados de la calzada buscando una calle que le permitiese dar la vuelta a la manzana y llegar de nuevo a la vía principal. Frenaba con brusquedad cuando vislumbraba un hueco entre dos casas, para ver un parque o un jardín. A cada frenazo, los coches que llevaba detrás le daban una sonora bronca con sus cláxones. Los nervios se estaban poniendo a flor de piel y comenzó a sudar. ¿Cuanto llevaba avanzando en esa calle? Vuelta a frenar, sonidos de los coches de atrás de nuevo. A la izquierda vio un hueco bastante grande, era una zona de descarga vacía. Metió el coche en él para dejar pasar a los que iban detrás. A través de la ventanilla del pasajero observaba como iban pasando uno por uno, a cada cual más cabreado y haciendo aspavientos con el puño cerrado a la vez que le insultaban. Los labios le empezaron a temblar de frustración.
Unos golpecitos en el cristal le hicieron saltar del asiento. Al otro lado de la puerta, había una niña de unos siete u ocho años sonriente. Pulsó el elevalunas al tiempo que con la mano libre se restregaba la cara.
- ¿Que quieres guapa? – le dijo fingiendo normalidad.
- No dejes que los demás te hagan llorar, y menos cuando estás perdido.
- ¿Por qué crees que estoy perdido?
- ¿No lo estás? – en su juguetona mirada se veía que sabía ya la respuesta.
- Eh… un poco. – admitió con un poco de vergüenza – ¿Sabes como es de larga esta calle? Parece que nunca se acaba.
- Oh, si. Suele pasar a menudo. Solo tienes que dejar de desear encontrar la salida con tantas ganas.
- Que tontería, así no funcionan las cosas. – No le gustaba que le tomasen el pelo, y menos una niña tan pequeña.
- ¿Por qué? ¿Quien lo dice? ¿Tú? Eres tú quién cree que está perdido.
Se hizo un silencio de unos segundos. La niña sacó de su bolsillo un envoltorio rojo chillón, que le dio al conductor.
- Toma un caramelo, es de fresa – Bajó la voz hasta hacerla casi un susurro – Son los mejores.
- Gracias. – le dijo con una sonrisa.
- Parece que ya han dejado de pasar los coches. ¡Hasta luego! – Se despidió agitando su manita. Dio media vuelta y se fue hacia un portal cercano.
Miró por el espejo derecho, no había nadie por la calle. Se metió el caramelo en la boca. El delicioso sabor a fresa le inundó el paladar. Sonrió pensando en la niña. Sacó el coche de la zona de carga y descarga. Ahora parecía que los edificios eran menos lúgubres. Enseguida encontró una bocacalle a uno de los lados. Avanzó por esta unos metros y cuando se quiso dar cuenta, vio que estaba muy cerca del parque que lindaba con su casa. Aparcó de nuevo, apagó el motor y salió del vehículo. Se acercó al césped, y se tumbó sobre la hierba. Con una sonrisa en la cara dedicó un rato a pensar en sus miedos, sentía como se iban diluyendo con el sabor de la fresa. Sonrió aún más.
FIN
Imagen: Flickr
Nos leemos en el siguiente capítulo.
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