Papá, mamá, confesadlo: Habéis pensado más una, de dos y de tres vez “Ohh Dios mío, ¡otra vez no!” al escuchar las canciones infantiles que más gustan a los pequeños de la casa. Su ritmo taladrante, su letra pegadiza, su sinsentido… Las hace, simplemente, insoportables para el cerebro adulto.