Revista Música
Es una cosa que odio, el acordarle de pinchar algunos discos justo cuando alguien desaparece, y darte cuenta que siempre te han acompañado y que, al creerlos inmortales, muchas veces hasta no les haces mucho caso.
Y es el caso de Willy DeVille, que empezó a acompañarme hace ya tantos años que creía que su silencio discográfico se debía mas a ganas de descansar que a que un cáncer se lo esté comiendo. Lucha que, por fin, acabó el pasado día 6 de agosto, dejándonos huérfanos de padre en el estilo de rock-fusión.
Y este hombre desgarbado, delgado y con pintas de no tener muy buena salud, comenzó con este frupo, Mink DeVille, al que conocí cuando ya se habían separado, pero al que guardo mucho, mucho cariño, porque pusieron mucha música a una infancia llena de veranos en la piscina Moratilla de Teruel.
Willy, darling... give my best regards to Edith Piaf, please... So Long...