La artillería anglófila del dúo neoyorkino Minks embiste conforme hierven las primeras notas de Kusmi. By the Hedge viene precedido de una meritoria valoración crítica por parte de la prensa especializada (y la que no lo es tanto), pero si Pitchfork y Stereogum avalan algo, entonces el eco duplica su impacto en los callejones de Indieland.
Kusmi está hecha de aquello que sólo se encuentra en las costuras del pop retozón y que evoluciona sobre una cama de guitarras shoegaze; estribillo pegadizo y preludio de que algo importante va a ocurrir, y es entonces cuando nos zambullimos en las aguas turbias donde ya nadaron otras bandas de los desenterrados años 80. Y es que el bajo que abre Out of Tune –tema que hace abandonar lo que estés haciendo- nos traslada inmediatamente a Seventeen Seconds o Faith. Versos por excelencia para días lluviosos en el extrarradio.
Minks se mueven en esa tenue línea que divide la felicidad de la tristeza, la voz de Amalie Bruun es el contrapeso ideal a la tenebrosidad de las cuerdas vocales de Kilfoyle, y pronto descubrimos que no se trata tanto de la canción en sí como de la emoción que logran transmitir. La nostalgia se cuela por todas las rendijas de este álbum y Minks, en 37 minutos, se meriendan la new wave desde Vaselines a The Cure hasta llegar a los cimientos sobre los que My Bloody Valentine erige su leyenda.
By the Hedge no depende de la reverberación y quizá sea eso lo que proporciona el punto de coherencia que se echa de menos en sus contemporáneos. Las canciones, una vez desnudas, quedan en eso: canciones. Una buena noticia en estos barrios anodinos por los que caminamos; un disco que contiene temas como Life at Dusk, Ophelia o Funeral Song no puede ser mediocre de ninguna de las maneras. Es un álbum que se devora de principio a fin sin salir del estado de evocación al que somete desde el principio
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