Revista Filosofía
Percibí en el horizonte
una tierna y bella mirada,
de esas miradas que
penetran el alma y
enamoran.
Fue el destello de sus
ojos quienes me advirtieron
sobre su mirada, mirada
fulminante que envilece
y al corazón apresa.
Bastó tan sólo una mirada
para conocer su mundo y el
mío, mundos opuestos
unidos por el hechizo de
cuatro luceros, que el
divino Creador plantó
en nosotros.
Nuestras miradas ávidas
de pasión, se entrecruzon
entre la gente, fue un
sublime momento, en que
el mar rojo interno
fluyó a mil por hora, sin
olvidar nuestros agitados
corazones, que con un poco
de silencio hasta los vecinos
serían testigos.
La vi, me vio, quise devorarla
y me correspondió, no tuve un
minuto para ello, no tuve una
hora, ni mucho menos un día,
fue cuestión de segundos,
para que esta angelical criatura
se quedara a vivir en mi universo.
Sin conocer ella mi destino,
se cruzó por mi camino
y frente a mi ventana descansa,
mientras se llega la hora de partir,
a dónde no sé, pero créanme que
en verdad lo anhelo saber, para
a sus brazos poder correr
y decirle que tiene mi querer.
Autor: Edwin Yanes
Imagen tomada de la web.
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