Revista Comunicación
Doce y media de la mañana. Pido un café con leche y activo el iPhone con el que escribo esto. Como cada día comienzan en el bar las miradas raras. Esas que piensan qué demonios hace éste con el teléfono de las narices. Yo sigo a lo mío mientras el resto pasan páginas de papel y miran y remiran de reojo a la tele encendida y a un servidor. Se les nota intrigados y con un gesto que revela una frase interior galopante: "vaya, otro adicto a las nuevas tecnologías. Pobrecito". Como si el que teclea esto fuese un pringado, un friki de la tecnología. Lo que no saben es que en estos 20 minutos he revisado mi correo, he leído los feeds actualizados de los más de 40 blogs que sigo, he visitado mi timeline de Twitter, he mandado un par de tweets, he leído la última hora del periódico que me da de comer y he escrito esta entrada.