Aitor no se llama Aitor. Pero a nadie interesa cómo se llama realmente Aitor. Sí puedo decir que Aitor tiene doce años. Aitor vive con su madre y con su hermano. La madre de Aitor trabaja. Limpia las casas de varias familias acomodadas de Sitges. Un buen trabajo. No, un buen trabajo no. Un trabajo mejor que antes, quería decir. Ahora puede trabajar diez horas cada día y cobra más. Lo malo es que el trabajo de la madre de Aitor no le permite llegar antes de las nueve de la noche a casa. Y, además, está lo del viaje en tren para ir y volver de Sitges. Pero necesita trabajar. Por las mañanas despide a Aitor cuando se va al instituto y después lleva al hermano de Aitor al colegio. No se entretiene. Debe correr para coger el tren y ya no vuelve antes de las nueve de la noche. Cansada, muy cansada. Siempre muy cansada. La espalda le mata y las rodillas son un calvario. A veces, Aitor aún está con ella un ratito antes de acostarse, pero a ella se le cierran los ojos en cuanto se sienta en el sofá. Y sin cenar, se va a la cama. Pero la madre de Aitor está mucho mejor que antes porque ahora puede trabajar más horas. A 8 euros cada hora, por cierto. Aunque sin seguro, claro. Tal como están las cosas, la madre de Aitor está muy bien.
Aitor, al salir del instituto, va a casa y se calienta la comida que le ha preparado su madre. Ella, antes de llevar al hermano de Aitor al colegio, prepara algo y se lo deja en la cazuela listo para calentar. Aitor come solo en su casa. A veces, después de comer, le entran ganas de quedarse tirado en el sofá viendo la tele, pero tiene que ir a un centro juvenil de acogida. Es un rollo. Pero si no va, le llaman a casa y se ponen muy pesados. Además, a su hermano le recogen ellos del colegio y se encuentran allí. No le queda otra. Ahora Aitor va con los chicos grandes, con los que van al instituto. Pero él prefiere ir con los pequeños. Antes era el grande de los pequeños, ahora es el pequeño de los grandes. Y no le gusta. Hace los deberes del instituto, merienda y se va con su hermano a casa. No se puede entretener mucho con una videocónsola que le compró su madre porque tiene que calentar la cena para él y para su hermano. Cenan juntos y hablan poco. El hermano de Aitor no es muy parlachín. Y además es pequeño. Aitor obliga a su hermano a acostarse y le ayuda con el pijama. ¡Qué pesado que es el enano! Pero si no le ayuda se queda allí con él y su madre se enfada. Él aún está despierto cuando llega su madre. Le gusta darle un beso mientras ella deja el abrigo y el bolso en una silla. Tiene la cara fría. "Otro día más", dice su madre. Su madre siempre dice lo mismo, pero Aitor no sabe por qué.
De cuando en cuando, Aitor lleva un parte del instituto porque no se ha comportado bien. Su madre se enfada mucho, pero se le pasa pronto o se queda dormida en el sofá. Antes de dormirse, siempre le dice que haga lo que los profes le dicen y que no les haga enfadar. Pero él solo quiere jugar. Los profes se ponen muy pesados y a veces hasta parece que se lo vayan a comer cuando hace algo malo. Lo que más le irrita es cuando le preguntan si es que no les entiende. Claro que les entiende, pero es que son ellos los que no entienden. Aitor solo quiere jugar. Con el ordenador o con sus amigos, pero jugar un rato. No es tan difícil de entender. Le aburren las clases y los profes. Y además se enfadan demasiado. Hasta cuando está mirando en silencio por la ventana del patio se enfadan los profes. A Aitor le gusta mirar por la ventana y embobarse con las hojas de los árboles. Las ve cómo caen de los árboles una a una. Cuando le castigan al final del día, le mandan a recoger las hojas del patio. Pero a él no le importa, le gusta recogerlas. Son las mismas que antes ha visto caer y le encanta oír como crujen cuando las coge para meterlas en la bolsa de la basura.
Uno de los profes explicó un día en clase que todos somos iguales. También dijo que todos somos libres. Aitor no dijo nada, pero pensó que muy iguales no debemos ser todos. Sus compañeros no tienen que ir por la tarde al centro de acogida ni calentarse la comida ni hacer la cena para sus hermanos. Sus compañeros juegan por la tarde a baloncesto o en un equipo de fútbol. Hay alguno que va cada día a clases de inglés y dicen que es más rollo que ir al centro de acogida. El caso es que Aitor está seguro de que no son iguales a él. Aitor también pensó que las madres de sus compañeros no son igual que su madre. Esas madres no llegan tan tarde y cansadas a casa. Y seguro que no dicen siempre "otro día más", como la suya. Iguales iguales, él no lo ve. Y lo de ser libres, pues tampoco. Él no juega cuando quiere. Y los profes siempre le riñen por jugar. Y su madre tampoco tiene mucho tiempo para ser libre. ¿Cuándo va a ser libre si siempre está trabajando? No se atrevió a decirle nada al profe. ¿Para qué? Y se volvió hacia la ventana para ver cómo caían las hojas de los árboles.