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Es la noche del 24 de diciembre de 1977. Un hombre de 88 años se agita en su cama, inquieto. Su nombre es Charles Chaplin. Nervioso, se incorpora en la cama. A través de la difusa luz de la luna que entra por la ventana, cree distinguir el perfil de alguien en la habitación. Pero se trata de algo parecido a un reflejo, o al humo de un cigarrillo consumiéndose.
- Hola, Charlie – el humo o el reflejo, aunque bien pudiéramos llamarle fantasma, tiene una voz suave, como un susurro, como si fuera una de las últimas respuestas de un eco.
Chaplin le mira, la voz le suena, del mismo modo que su tono, como un lejano eco. Y las facciones también, de un tiempo tan lejano como el eco.
- Hola, Tommy – habla también Chaplin como agotado, como quien sabe ya de que se va a hablar- así que te han enviado a ti.
- Sí. Teniendo en cuenta que me debes más de medio siglo de vida, han pensado que era lo mejor. Y tampoco es que tuviera otra cosa mejor que hacer que visitar a un viejo amigo.
Chaplin recuerda. El viejo Tommy. Thomas Harper Ince, todo un tipo. Actor, Guionista, Director, productor… uno de los primeros grandes personajes del cine mudo. Trabajó con los buenos: William S. Hart, Griffith, Sennett… El viejo actor piensa en lo lejos que está todo aquello de esa cama en la que su vida va a terminar. Ahora está seguro de ello.
- Estás recordando, ¿verdad, Charlie?. Eran buenos tiempos aquellos. Construimos algo nuevo. Hicimos la fábrica de sueños. Y luego estaban las fiestas… unas fiestas de muerte…
Lo que parece una sonrisa se adivina en el humo que forma el rostro de Tommy. Sonrie también Chaplin, pero es una mueca más bien. Sabe a que se refiere su fantasmal invitado. Recuerda el yate de William, el Oneida. Recuerda la fiesta en honor de Tommy, en junio del 24. El fantasma y el actor, el dueño, William Randolph Hearst, la bella Marion (hay no es una mueca, es una sonrisa amplia la que surje), y la cotorra mayor del reino, Louella Parsons, entre otros cuantos.
- Tuviste que hacerlo, Charlie. Sabías lo que iba a pasar. Pero aun así, tenías que coquetear con Marion. Aunque William estuviese allí. Claro que a lo mejor lo hiciste por eso. Nunca os llevastéis bien William y tú.
El malnacido de Hearst. Siempre creyó que lo podría comprar todo. Y lo malo es que puede que fuera cierto. Pero no a Chaplin, el genio británico, a él no. Y Marion era…
- Así que te ganaste un disparo. Sólo que el disparo me mató a mí….-Tommy se toca de manera inconscientemente fantasmal la humareda que le sirve de cabeza, y sus dedos-volutas de humo tocan el agujero que le dejo la bala que William R. Hearst disparó intentando matar a Charles Chaplin mientras tonteaba con Marion Davies, y que el recibió en su lugar.
- Lo siento, Tommy. Lo siento mucho -dice Chaplin. Y era cierto. Recuerda la cara de Hearst, rojo de ira. A la bruja de Louella viéndolo todo y pensando ya en como contarlo, los gritos de Marion. Y la cara de Tommy. Ensangrentada, y con esa expresión de asombro.
- Míralo, asi, Charlie… fui el tipo que salvo a Charlot de que le matara Ciudadano Kane. Suena estupendo. Sin esa bala en mi cabeza, tan sólo serías un recuerdo. No existiría El Gran Dictador, o Luces de Ciudad, o Tiempos Modernos… No te fue mal, reconócelo. Después de tantos años por allí arriba, me quedo con eso.
Pero Chaplin recuerda los nervios, como Hearst lo tapó todo, incluso pagando de manera vitalicia a la bruja Louella para que callara, aunque no lo consiguió del todo. Recuerda como le persiguió el malnacido desde entonces, a través de sus periódicos, como casi acaba con él.
- Además, él terminó sobrepasado por su personaje – concluye Tommy- nadie se acuerda de Hearst el magnate. Todo el mundo le llama Kane. Te hizo un favor aquel tipo, Welles.
Tommy se levanta. Y se acerca a Charles. Un brazo de humo se tiende.
- Venga, Charles… es la hora. Tenemos mucho tiempo para hablar.
(Basado en hechos… supuestamente reales)
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