Revista Opinión

Mirar la pobreza

Publicado el 12 enero 2013 por Rbesonias
Mirar la pobreza
Joselu, un amigo bloguero, me recordaba con acierto que por mucho que adornemos de una cierta retórica la pobreza, esta se revela en quien la padece como un certero disparo sin concesiones ni esperas. Para el que escribe, ajeno al devenir de sus protagonistas, la realidad se revela, pluma en mano, a lo mucho como un acto de compasión o empatía, que evitará, si quiere ser justo, la autocomplacencia y el exceso de fabulación, pero nunca podrá (literalmente) ponerse en el lugar del que sufre, nunca podrá trasgredir el orden de los factores con el que el azar o, más bien, la vileza humana, golpea a quien menos inmune es a sus zarpazos. Somos esclavos de nuestra mirada, curtida al abrigo de nuestra biografía personal e intransferible. La pobreza, o se padece o se fabula; rara vez ambos ejercicios tienen eco en el mismo autor, y cuando este maridaje tiene lugar, la memoria traiciona a quien escribe, deformando a gusto de sus afectos el mapa de sus relatos. Narrar el pasado es en sí mismo un acto de traición, una deconstrucción que finge estar sucediendo aquí y ahora, pero que solo, y nada menos, es una ocasión para redimirse, ahogar el aullido silente de nuestros fantasmas o dar pábulo con placebos a nuestro deseo.

Cuentan las malas lenguas que la famosa fotógrafa estadounidense, Dorothea Lange, solía elegir a sus modelos con minuciosidad, y que los colocaba en el encuadre hasta que la toma se ajustaba a lo que buscaba. No sabremos nunca a ciencia cierta si esto es verdad, pero si observas con detenimiento sus fotografías de familias golpeadas por la Gran Depresión, podrás ver en los detalles numerosas muestras evidentes de la miseria de sus protagonistas. Por otro lado, si miras la escena en global, las fotografías denotan belleza y dignidad, una perfección estética que poco tiene que ver con la realidad que aqueja a aquellos que carecen de lo básico para subsistir. 

La pobreza es fea, distópica, resiliente a la simetría; la pobreza huye del encuadre armonioso, su punctum se resiste a entrar en el plano. Sin embargo, la proeza del arte, su mayor virtud, es también su debilidad más explícita. Por un lado imposta la realidad, tomando de ella solo aquellos elementos que se ponen al servicio del conjunto, de la estética del autor, evitando cualquier distonía que la desequilibre. Pero por otro lado, el arte también transciende lo real, obligando a quien mira a ir más allá de la materia que sustenta el retrato. Por esta razón, las fotografías de Lange llegaron a convertirse para sus contemporáneos en verdaderos iconos de una época implacable. Los retratos de Lange no son meros documentos gráficos, copias vistosas de la realidad; su maestría reside en otorgar a sus modelos una dignidad que la vida les había negado. Así dejan ya de tener nombre y apellidos, para ser arquetipos a los que el tiempo se encargará de restar la crudeza que en su momento llegaron a significar para quienes vivieron aquellas circunstancias. Su dignidad pasa a ser metafísica y universal; por un momento, nos olvidamos del contexto social y económico en el que se inserta la escena. Sus protagonistas nos remiten a cualquier situación de pobreza, vivida en primera persona o sentida en tercera, y exigen de nosotros una respuesta emocional.* Madre Migrante, fotografía de Dorothea Lange.


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