Revista América Latina

Mis accidentes: una canción, un viaje en el tiempo y un conflicto interno

Publicado el 19 marzo 2025 por Apgrafic
Mis accidentes: una canción, un viaje en el tiempo y un conflicto internoLuis Guzmán (2013) © Mariella López

Escrito por Rodrigo Ahumada

Hay canciones que nos atraviesan, no por su sonido o por la calidad de su composición, sino por la forma en que activan recuerdos que creíamos archivados. Por eso, escuchar a Luis Guzmán es viajar casi quince años atrás y reencontrarme con la locura, los excesos, una versión mía a la que temo, el Partido Socialista y noches que me permitieron conocer a personas que luego serían amigos. Porque pocas veces tienes la oportunidad de bajar al paraíso artificial acompañado y salir ileso para contarlo.

La primera vez que los vi fue en un antro donde se reunían las bandas más extrañas que podían sonar en ese momento. Aliento de puta, era una de ellas. No recuerdo quién me pasaba la voz, pero ahí estaba: bien armado, borracho de ímpetu y con muchas ganas de que nunca se acabe la noche. El ruido era nuestro reino y la cerveza un elixir. Nuestras gargantas se contagiaban de un virus llamado desenfreno juvenil. La escena local estaba viva y nos miraba a los ojos. Una mirada que nunca se olvida: dislocada, confundida, hermosa y adictiva.

Mis accidentes: una canción, un viaje en el tiempo y un conflicto interno

Tal vez porque conozca de cerca a algunos de los integrantes y porque su primer disco me hizo saltar y gritar por las calles de Lima tanto tiempo, es que he seguido la trayectoria de esta banda. Pero más que al conjunto, he visto a las personas que componen este cuarteto crecer y volver a la música como una excusa para ser eternamente jóvenes.

Porque ahí radica mi conflicto al conocer el nuevo tema de Luis Guzmán. Mis accidentes ha sido para mí un detonante. Apenas la escuché, algo en mí se quebró, y de inmediato me vi transportado a una etapa de mi vida marcada por el delirio y la resaca. No esperaba que una canción pudiera remover tantas cosas a la vez. Y, sin embargo, aquí estoy, tratando de descifrar la maraña de sensaciones que me dejó. Tratando de negar algo que deseo: ser eternamente joven.

La memoria sensorial es poderosa. La música, en particular, tiene la capacidad de abrir puertas que pensábamos cerradas, de hacernos sentir de nuevo el vértigo de momentos que ya no nos pertenecen. Sentir el sudor de cuerpos que nunca fueron nuestros. Lamer la lengua blanca de la noche, dulce y amarga. En este caso, no se trata solo de recordar, sino de enfrentar un reflejo de una versión mía que me asusta, que ya no soy, pero que duerme conmigo, acechando los márgenes de mi historia.

En esos años, hablo del 2010 al 2013, estaba sumergido en lecturas dionisiacas, rituales paganos donde mi cuerpo era el puente a paisajes inefables y sueños desencajados. Baudelaire era mi guía, mi consuelo y mi tormento. Hoy, viendo la lejana cercanía de esa vida, recuerdo los versos de un poema que más que nunca me hace sentido: ¡La música frecuentemente me coge como un mar! / Hacia mi pálida estrella, / Bajo un techado de brumas o en la vastedad etérea, / Yo me hago a la vela; / El pecho saliente y los pulmones hinchados / Como velamen / Yo trepo el lomo de las olas amontonadas / Que la noche me vela; / Siento vibrar en mí todas las pasiones / De un navío que sufre; / El buen viento, la tempestad y sus convulsiones / Sobre el inmenso abismo / Que mecen.

Mis accidentes: una canción, un viaje en el tiempo y un conflicto interno

Este recuerdo no es solo una imagen fija, es una sensación completa, un estado mental, un cúmulo de emociones que van desde la euforia hasta el vacío. Mis accidentes me hizo sentir la presencia de esa persona que fui, con sus noches largas, sus decisiones impulsivas, su necesidad de quemarlo todo en el instante. Me hizo volver a vivir por una cuestión de segundos esa urgencia de cagarla. Escuchar la canción no solo me hizo recordar esos momentos, sino también darme cuenta de que hay lutos que hacemos por versiones anteriores de nosotros mismos. Dejar ir a alguien que fuimos puede ser tan difícil como despedirse de alguien más.

Vuelvo al punto del conflicto: ¿es posible recordar con cierta nostalgia sin querer regresar? Porque lo sé: no quiero volver a esos días. Pero siendo sincero, en la superficie de lo más hondo de mi ser deseo regresar. He aprendido a diferenciar lo que me hace sentir bien de lo que me conviene. Pero también sé que, como estoy confesando, una parte de mí desea esa sensación de vértigo otra vez. Deseo hacer turismo al borde de un abismo. Deseo de ser un conductor suicida. ¿Se irá alguna vez esta pulsión de autodestrucción? ¿Cuánto me durará esta sobriedad?

La gran diferencia ahora es que entiendo el verdadero costo de ese deseo. Una noche como las que viví entre el 2010 y el 2013 puede hacerme sentir bien en el momento, pero llevarme hasta el más horrible y bajo infierno que puedo imaginar. La distancia que tengo con esa versión mía es la que me permite mirar todo con claridad y reconocer que no quiero regresar ahí.

Tal vez eso es lo que hace tan potente a una canción como esta: su capacidad para confrontarnos con lo que hemos sido y con lo que somos ahora. Nos recuerda que el pasado no desaparece, sino que se reconfigura dentro de nosotros, y que aprender a convivir con esos fantasmas sin dejar que nos arrastren de vuelta es parte de crecer.

Crecer con la astucia de poder volver a sentirse joven sin ser joven. Como lo hacen estos cuatro seres que están a punto de sacar un nuevo disco. Porque Luis Guzmán regresa después de 8 años de silencio. El adelanto es una canción interpretada por Santiago Barriga que habla de amores extraviados y una febril relación con uno mismo. En palabras de Giacomo Roncagliolo, "creo que este nuevo disco se parece más al primero que al segundo. Es más sucio y punkeke." Así que, para los que la nueva canción haya generado esta vuelta nostálgica al pasado, sabemos que se viene un disco con mucho poder evocativo y dispuesto a zamaquearnos.

Hoy, después de varias escuchas, ya no siento tanto miedo de lo que despertó en mí Mis accidentes. Más bien, lo tomo como un recordatorio: sigo en movimiento, sigo aprendiendo, y sigo construyendo una versión de mí que puede mirar hacia atrás sin perderse en el reflejo del pasado.

Como dijo Dante alguna vez: La senda que lleva al paraíso comienza en el infierno.

Epílogo fotográfico

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