Andalucía es, sin duda, de colores. No concibo una Andalucía en tonos sepias o apagados. La percibo de colores mates y primarios que la hacen, por lo menos, viva, joven y espontanea. Tras echar un vistazo a las más de 400 fotos que pude hacer en 5 días mientras tomaba contacto con la comunidad andaluza, me decido a contaros todo lo que me he llevado de este viaje.
Antes de nada, os informaré de que hemos sido 3 amigas las que nos hemos embarcado en este viaje o en este road trip que es como lo llevamos llamando durante todos estos días. Estas 2 personas que me han acompañado no son personas cualquieras. Son buenas amigas, y mantienen las mismas ganas que yo por descubrir y hacer cosas que las hagan sentir vivas. Hacemos un buen equipo y sabemos cuidar la una de la otra. No es la primera aventura que compartimos y dudo mucho que sea la última.
Dicho y hecho: 1059 km en coche y 3 provincias recorridas.
Queríamos ir a Andalucía y a Andalucía hemos ido. No es la primera vez que nos dá por comprar un vuelo, alquilar un coche y plantarnos en una ciudad. Ya hace 10 años que hicimos lo mismo plantándonos en Milan y recorriendo gran parte de Italia. También sucedió algo parecido cuando visitamos Polonia y, por supuesto, nos recorrimos Alemania en nuestra etapa de ERASMUS, etapa digna de no ser olvidada. 10 años después decidimos repetir y conquistar tierras andaluzas.
Una vez os he puesto en contexto, empezaré a explicaros nuestra conquista. Paso a paso, provincia a provincia. Veamos si sale algo con sentío sentido…
Cádiz, la alegre.
Cádiz fue la primera parada. A pesar de que nos habían advertido que pasaríamos más calor en el sur que en nuestra propia isla, no fue así. Por una vez el hombre del tiempo no se equivocó y empezamos nuestra ruta con gotas, aunque las gotas gaditanas son de vida y no calan igual.
Y es que entre la emoción del primer día y ese aire desenfadado que tiene Cádiz, pudimos respirar mucha alegría. Es una ciudad de mar y, por ende, una tierra libre en la que las fuertes ráfagas de viento permiten liberar problemas donde los haya.
Me pareció una ciudad bonita por su sencillez. Fue aquí donde comimos, por primera vez, las tortillitas de camarón que tanto nos habían recomendado. Lo hicimos en El Faro que, según el recepcionista de nuestro hostal, eran las más ricas de toda la ciudad.
Tomamos más de una copa de vino en la Isleta de la viña. El camarero que se encargó de servirnos, regalarnos 4 chistes y advertirnos de la poca fiabilidad que merecen las personas que nunca sueltan tacos. El camarero del que hablo era el último de la segunda fila que aparece en la siguiente imagen. Fue un placer compartir unas risas con él.
Pero nuestro paso por Cádiz no terminó en Cádiz-ciudad, también fuimos a Tarifa pasando antes por el faro de Trafalgar. Debo confesar que alguien me había recomendado realizar esta parada que, aunque no fue muy larga, para nada no me decepcionó. Fue el primer momento en que el sol empezó a colorear nuestro viaje.
Llegamos a Tarifa, lugar que desde mi ignorancia, no me llamaba la atención. Desconocía que podía encontrar allí algo más que surfistas en busca de viento y olas. Me sorprendieron las callejuelas y los pequeños comercios donde no pude evitar comprar unos pendientes artesanos y algunas prendas de ropa. Hay que decir que la ciudad se encontraba en temporada baja, lo que propició nuestras compras al leer “rebajas” por todas las tiendas que llamaban nuestra atención.
Y no solo fueron compras lo que hicimos. Fue en Tarifa precisamente donde empezamos a ir “de tapeo”. Por suerte, topamos con un buen lugar para comer. Se llamaba Café Babel y aunque no he encontrado su página web, sí he podido leer las opiniones que otros viajeros han escrito sobre este lugar. Disfrutamos de buenas tapas y mejor trato y todo eso envueltas en melodías provenientes de una guitarra española.
Cuando ya nos dirigíamos a abandonar esta provincia, no dudamos en pararnos en el Puerto de Santa María. Paseamos y encontramos El Romerijo, lugar que nos habían recomendado para comer uno de los mejores mariscos de la provincia. Por falta de tiempo no pudimos comer ahí. Fue una de las asignaturas que me quedó pendiente. Queda apuntado para mi vuelta.
Málaga, la inquieta.
Cruzamos la frontera que separa Cádiz de Málaga y nos dirigimos a Ronda, lugar que nos sorprendió muy gratamente. Recorrimos su concurrida Calle La Bola que termina donde empiezan los miradores. Miradores y balcones que provocaban vértigo a cualquiera, aunque la belleza que se encontraba detrás era inmensa. Sin duda, mereció la pena sufrir ese vértigo.
En la misma Calle La Bola, nos cruzamos con la Plaza del Socorro, donde ya me habían recomendado parar en una confitería. Fue ahí donde degustamos las Yemitas del Tajo, que resultaron ser de los manjares más dulces y calóricos que jamás había probado.
No nos detuvimos mucho más, pues Málaga-ciudad nos estaba esperando. No mucho más de una hora nos demoró el camino a Málaga. Llegamos y tras cruzar los miles de molinos captadores de energía eólica, descubrimos un sol espléndido.
La primera impresión de esta ciudad fue precisamente que era una ciudad y no tan diferente a la nuestra, Palma. Al fin y al cabo, no deja de ser una ciudad a orillas del Mediterráneo con mucha vida en la calle debido al buen tiempo del que goza y al buen humor de sus habitantes.
No tardamos en buscar un sitio donde aparcar el coche e ir en busca del apartamento que habíamos reservado, que resultó estar situado en pleno centro, muy cerquita de la Plaza Uncibay. Esta plaza fue de lo primero que pisamos y algunas de sus cientos de terrazas lo segundo.
Y es que Málaga está llenito de bares con terrazas y de gente simpática en ellas. Encontramos un bar que nos llamó la atención y que, a pesar de las muchas recomendaciones que alguien me había hecho, éste no estaba en la lista. Era un bar completamente abierto a la calle. No recuerdo su nombre pero sí que sonaba Sabina y que las copas de vino blanco entraban muy bien.
Al día siguiente amanecimos con otro sol espléndido. Nos fuimos directas a La Alcazaba, fortaleza musulmana que combina muy bien la historia con la belleza y las buenas vistas a la ciudad.
Según nos habían dicho, no podíamos dejar de ir a comer al Tintero que, aunque su web no es lo mejor que tiene, su peculiar forma de servir y cobrar los platos consumidos no deja de ser muy entretenida. Se trata de un restaurante donde los platos los van cantando los camareros como si de una subasta se tratase. Si el plato es al gusto del consumidor, éste hace algún gesto para avisar al camarero de que quiere ese plato y el camarero se lo trae. Mientras, se pasea entre las mesas un hombre que no para de repetir ” ¡No me queréis ni ver pero yo… cobro!”. Efectivamente, este hombre es el encargado de ir contando los platos vacíos que hay en la mesa y multiplicarlos por 6, que son los euros que valen la mayoría de los platos. Fue toda una experiencia degustar el “pescaíto” frito, a la malagueña.
Y no puedo dejar de recordar nuestro paso por El Pimpi. Os hablo de un bar de copas que sí nos habían recomendado y donde reímos mucho. Estuvimos, como no, en la terracita con vistas a La Alcazaba mientras unas tomábamos cócteles en taza de café y otras gin tonics, a secas. Celebramos ahí el cumpleaños de una de las 2 amigas que me acompañaba. Los camareros fueron muy simpáticos y colaboradores en el momento de capturar el recuerdo o, lo que es lo mismo, de hacernos un book de fotos. De ahí que la mayoría de fotos en las que salimos las 3 sean de este bar.
Fue en esta terraza donde descubrí la primera biznaga y me enamoré. Para los que no sepan lo que es, se trata de un ramillete armado laboriosamente con flores de jazmín. Y es que aunque odie los perfumes de jazmín, su flor me vuelve loca. Y me gustó tanto que me compré una biznaga hecha con pasta de papel. Pensé que así no olvidaría esas noches de verano, que nunca viví, paseando por las calles malagueñas.
Granada, la bohemia.
Dejamos Málaga atrás, y para Graná Granada nos dirigimos. Llegamos ahí a eso del mediodía. Solo teníamos 5 horas para pasar en la ciudad, pues nuestro vuelo de vuelta no esperaba a nadie, ni siquiera a nosotras. Así que, muy a mi pesar, no hicimos mucho más que tomar algo en alguna plaza abarrotada de jóvenes estudiantes y pasear largo y tendido por la Calle Elvira, donde por cierto me lo hubiera comprado todo.
Por esta calle nos invadía el incienso y las miles de teterías que por la misma calle se asomaban. Cientos de puestecitos donde encontrar carteritas de piel, pendientes de plata, collares, alfombras y cuánto uno pudiera imaginar. Especialmente, me hice con 2 colgantes con el símbolo de las Manos de Fátima. No es que haya sido infiel a mi ateísmo, pero las manos siempre han significado algo muy especial para mí. Este símbolo tiene múltiples significados dependiendo de cada religión. En mi caso, el significado que le quise dar es el de una mano, con sus 5 dedos. Nunca pude resistirme a ellas.
Siento ser tan breve en esta última parte del viaje pero no sería justo contaros lo que no pude ver. Sin duda, queda más que pendiente volver y descubrir todo lo que me perdí, que ya me han advertido que no es poco.
En definitiva, fue un gran viaje, lleno de anécdotas, risas y largos paseos. Intuía que Andalucía iba a gustarme pero no pensé que tanto como para tener previsto volver algún día. A pesar de las diferencias culturales que compartimos con esta región, no conseguí sentirme incómoda en ningún momento. Topamos con buenas personas y siempre dispuestas a regalarnos una sonrisa, o algún chiste malo.
Termino con las mismas palabras con las que empecé este post. Andalucía es una comunidad de colores que se mezclan entre ellos. Esta comunidad no entiende de blancos y negros y mucho menos de tonos sepias. En estas tierras, cuando algo no te gusta, lo pintas de otro color. Y así, hacen que la vida se vuelva de colores.