Revista Fotografía

Mis anécdotas en el viaje a Salta y Jujuy

Por Magiaenelcamino @magiaenelcamino

Cada viaje es distinto y en cada viaje uno aprende cosas nuevas. El viaje a Salta y Jujuy fue mucho mejor de lo que me esperaba. ¿Por qué? Porque como yo estoy un poco más grande, muchas de las complicaciones de viajar con bebés ya no las tenemos que solucionar. Aparecen otras, claro, pero yo ya entiendo un poco más de qué se trata todo esto y trato de colaborar. Igual, no dejo de ser un niño. Les comparto algunas anécdotas y fotos.

Mirar la naturaleza y disfrutarla

Mamá no me dejaba dormir en el bus camino a Jujuy. Yo quería reclinarme como los demás, pero ella insistía en que miráramos por la ventanilla. Es que una vez me entretuve mucho diciendo “cactus” cada vez que veía alguno y ella pensaba que esa actividad me iba a entretener siempre. Para no decepcionarla, jugué un rato más a “encontrar” cactus en el paisaje hasta que me quedé dormido. El cactus fue uno de mis aprendizajes naturales del viaje. Me di cuenta que hay de muchos tamaños y formas (parecen todos iguales, pero no lo son) y me gustaron tanto que le pedí a mis papás que me compraran una remera con un cactus de recuerdo.

También me gustó mucho contar y decir qué colores había en las montañas. ¡Es que son increíbles los colores de los paisajes en Salta y Jujuy!

Y claro que me enamoré de los animales! Los que más me gustaron fueron las llamas. ¿Las vieron? Tienen una carita especial que me divertía mucho. Las que más me gustaron fueron las que vimos en la zona de la Cuesta del Lipán, camino a las Salinas Grandes.

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Jugué con muchos nenes

Los conozco tanto a mis papás que ya sé lo que tengo que decir para sacarles una sonrisa. Hay algunas frases que cuando las digo parece que generaran un efecto mágico. Estén haciendo lo que estén haciendo, me miran y me dibujan una sonrisa enorme, de esas que a mí también me encantan. Una de esas frases, que repetí mucho en este viaje fue: “Quiero ir a una escuelita”

Es que desde la primera escuela que visitamos me quedé fascinado. Había muchos chicos para jugar, enormes patios para correr y hasta toboganes. Todos me saludaban y querían jugar conmigo. Y, claro, yo con ellos. Además, me encantaba ver a mi papá haciendo magia y me encantaba cuando los chicos lo aplaudían al terminar el show. Es mi papá y me encanta lo que hace. Yo intento imitarlo y ya me sé de memoria algún que otro speach de los juegos. A veces se me escapa antes de tiempo y lo digo antes que mi papá y todos se ríen.

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Además de los chicos de las escuelitas, tuve muchos otros encuentros con amiguitos.
Un mediodía, estábamos en la puerta de la municipalidad de Cafayate esperando que nos pasen a buscar. Yo tenía una botella de plástico con la que me divertía haciéndola bajar por la rampa. La tiraba y corría a buscarla. Después, subía trepándome por los caños y la volvía a tirar. Aunque mi mamá no me lo decía, yo sabía que estaba sufriendo un poco porque estaba ensuciando y raspando el último pantalón que me quedaba limpio. Pero por suerte no me decía nada y yo seguía jugando. En eso apareció Santi. Pegamos buena onda desde el minuto cero. Él era un poco más chico que yo, pero corría a la par mía y nos divertimos mucho subiendo y bajando la rampa. En un momento nos cansamos y nos sentamos los dos en el escalón de una puerta. Lo miré feliz y le dije a mi mamá: “Ma, nos sacas una foto”. Mi mamá se emocionó (ya sé que es otra frase que se suma a las que le gustan) y enseguida tenía la cámara lista para inmortalizar ese momento.
Después la escuché decir que le había sorprendido la pregunta y que en las redes escribió esto:
“En realidad no sé qué fue lo que me sorprendió más. Si la pregunta en sí misma (¿le sacaremos tantas fotos que ya forma parte de su cotidianidad?) o la actitud, es decir, lo que hay detrás de esa pregunta (¿Quiere tener registro de ese momento? ¿Es consciente de eso? ¿Lo sabe?). La maternidad es un desafío constante y un torbellino de preguntas diarias”.  
Lo que ahora puedo responderle es que me encanta sacar fotos, me encanta tener el recuerdo de lo vivido y me encanta que me hayan dado una cámara para poder sacar mis propias fotos (esas se las muestro en otro post).

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Una tarde estábamos en Purmamarca esperando a un amigo que iba a tomar un café con mis papás. Lo estábamos esperando en un complejo de comercios de artesanías con un enorme patio en el centro. En el medio del patio había dos nenas que estaban jugando con un juego de té de porcelana para chicos. Yo me acerqué despacio y les pregunté si podía jugar con ellas. Por suerte me dijeron que sí. Así fue que mis papás pudieron tomar el café relativamente tranquilos, porque yo me la pasé todo el tiempo preparando tés y ofreciendo la bebida a todos los que pasaban por ahí. Claro que no lo hacíamos muy tranquilamente, sino que corríamos de acá para allá, como es normal para nuestra edad. Mi mamá me contó después que una señora se le acercó y le dijo “¿ese petardo rubio es tuyo?” Le tengo que preguntar qué significa petardo.

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La última mañana que pasamos en Tilcara nos fuimos a conocer la feria que funciona todos los días en la plaza principal. A mí me aburre un poco pasear por las ferias, sobre todo porque no me dejan tocar nada. Por suerte, apenas llegamos a la plaza lo vi a Felipe. Estaba medio escondido entre cuatro enormes bolsas llenas de telas para vender. En una de sus manos tenía un auto (era el rayo McQueen! de Cars, uno de mis personajes preferidos!) y en la otra un camión. Sin pedir permiso a los mayores, me acerqué y le pregunté si podíamos jugar juntos. Mis papás se sorprendieron porque ya era la segunda vez en el viaje que hacía esto y en los viajes anteriores todavía no lo hacía. Pero, como les dije, ya soy un poco más grande. Felipe me dijo que sí, aunque al principio estaba algo tímido. Después la pasamos re bien! Detrás del puesto de artesanías de su mamá tenía muchos juguetes más. Es que se pasa todo el día ahí, acompañando a su mamá, y si no tiene algunos juguetes se aburre. Mi mamá aprovechó para dar una vuelta sola y tranquila por la feria y mi papá se sentó en un banco a la sombra a mirar cómo nos divertíamos.

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Intento fallido de hacer dedo

Mi papá insiste y mi mamá le dice que tiene que esperar a que yo sea más grande. Pero como es medio cabeza dura, probamos hacer dedo igual. Estábamos en una buena zona para hacer dedo, porque los autos tienen la obligación de frenar para tomar la ruta hacia Salta, hay mucho espacio y mucha sombra. Pero yo no me quedo quieto, entonces, no podíamos hacer dedo. Había un montón de piedras (ideal para juntarlas) y una acequia (ideal para tirarlas). Yo quería hacer eso y mis papás querían que me quede con ellos y levante el pulgar. Estuvimos una hora y se dieron cuenta de que no podíamos seguir. Igual, me sacaron la foto del único momento en el que intenté ayudarlos.

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Mucho tiempo para jugar

Mis papás también aprendieron, como explican muy bien en las guías para viajar con bebés y niños pequeños que una de las cosas fundamentales es respetar nuestros horarios de juegos. Entonces, buscaron en cada lugar si había una plaza con juegos. En algunos lugares no había, pero yo igual me entretenía con cualquier cosa, como en la siguiente fotos que no podía dejar de jugar con las piedras (o baldosas) y tardé unos 10 minutos en caminar una cuadra. En el viaje a Europa se hubieran puesto nerviosos porque no avanzaba o porque estábamos “perdiendo el tiempo”, pero ya saben que no es perder tiempo, que mis necesidades no son las de ellos y que es muy bueno dejarme estos tiempos.
Además, en la casa del couch de Salta había para hacer malabares y estuve un buen rato tratando de que me salga algo, y en el hostel de Antigua Tilcara había un cubo repleto de ladrillitos, con los que me entretuve un buen rato.

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Volar la imaginación

“¡Mirá el helicóptero! Estamos en un helicóptero!”, empecé a gritar mientras no me daban los ojos para seguir al “helicóptero” hasta el final del recorrido. Mis papás empezaron a reírse, se miraron con ese gesto cómplice que siempre ponen en estos casos y me llenaron de besos. En realidad estábamos subiendo por el teleférico al hermoso cerro San Bernardo en la ciudad de Salta, pero para mí estábamos andando en helicóptero. Yo escuchaba a mis papás decir lo lindo e importante que es que los chicos dejemos volar la imaginación. Yo imagino muchas cosas, sobre todo en los viajes, así que creo que voy por buen camino.

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Grandes ideas

Una de las mejores cosas que trajo mi mamá en este viaje fue la cajita transparente. ¿La vieron en las redes? Ella puso la foto ahí. Es una caja de plástico con compartimentos, de un tamaño manejable para mis manos, en la que puso diferentes “snacks” para que yo me entretenga cuando tuviera hambre. La idea era llevarlo solo para el avión, pero después se dio cuenta que lo podía “recargar” en los desayunos de los hoteles y yo siempre tenía algo para picar a media mañana o a media tarde. Le ponía cereales, pasas de uva, galletas en trozos y, a veces, algún confite o caramelo. Si van a viajar con chicos, tengan en cuenta llevar algo así. Sobre todo si les pasa que cuando se levantan no tienen tanto hambre como me pasa a mí. Entonces, al momento de desayunar no quiero comer mucho, pero a las dos horas tengo hambre y empiezo a ponerme algo molesto.

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Gustos

Mi mamá intenta que yo coma sano. Muchas veces lo logra, pero muchas otras veces, no. La verdad es que a mí me gusta comer todo eso que, se supone, no hace tan bien. Y como a mí papá también le gustan mucho esas cosas, nos complotamos y las comemos.

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Capricho con sabor a mandarina

Claro que no podían faltar un par de caprichos. Aunque fueron muy poquitos, siempre están. Creo que el que mis papás van a recordar por más tiempo fue el de la mandarina. Estábamos almorzando en una esquina de Cafayate donde había un menú muy económico. Era un lugar sencillo, con mesas y sillas de plástico, paredes blancas y mucha gente local. El menú estaba riquísimo, pero yo apenas lo probé. Ese día no quise comer mucho y lo que comí fue a cuentagotas mientras yo iba y venía y mi papá intentaba meterme un bocado cada vez que me acercaba a la mesa. Sé que es algo que no les gusta, pero ese día estaba encaprichado. Tiraba el tenedor al piso, arrugaba la servilleta de papel y no me quedaba en la silla. Pero lo peor vino al final, cuando nos dieron la mandarina. Yo quería comerla, pero quería comerla afuera. Claro que no se lo dije así de claro, sino que hice un poco de berrinche hasta que mi mamá se dio cuenta de eso y fuimos afuera. Le pidió a la señora un plato y salimos. Pero cuando salimos volví a sentirme molesto y volví a hacer berrinche: quería comer en el suelo. Sí, en el suelo. No sé por qué. Los caprichos muchas veces no tienen una explicación. Y, además, quería que sea con tenedor. Mi mamá estaba tan podrida que me puso el plato en el suelo, me peló la mandarina y me dio el tenedor. Después, mientras yo comía más tranquilo, me sacó la foto. A veces pasan estas cosas.

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Y por último les comparto el video resumen del viaje. Espero que lo disfruten tanto como yo.

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Mis anécdotas en el viaje a Salta y Jujuy

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