Revista Cultura y Ocio

Mis Aventuras Sobre El Papel: Las Historias del Mar

Publicado el 20 octubre 2013 por Ana Granger @AnaGranger21
DOMINGO. 20 DE OCTUBRE DE 2013
Mis Aventuras Sobre el Papel 
Hace una semana puse en marcha una iniciativa que, como ya suponía, no ha tenido mucho éxito por culpa de la falta de lectores que por el momento tengo. La iniciativa, que a pesar de los malos resultados obtenidos no pienso abandonar, se llama Mis Aventuras Sobre El Papel y consiste en que todos aquellos que améis escribir me mandéis algún cuento, relato, poesía e incluso dibujo, lo que queráis para que yo pueda publicarlo en el blog y lo lea todo el mundo y así daros a conocer. Como me apasiona escribir y actualmente no puedo por falta de tiempo y mucho que estudiar, deseo que este blog se convierta en un lugar donde, todo aquel que adora jugar con las palabras para crear sus propias historias y todo aquel que se deleite leyéndolas, venga aquí y pueda hacerlo. 

Deseosa de que esta iniciativa tenga éxito (os sigo rogando que participéis) quiero ser yo la primera en dar un paso al frente y dejaros un pequeño relato que escribí hace mucho. Aún estaba en el instituto cuando esta historia surgió y fue fruto de mi interés por participar en un concurso que se celebraba en mi ciudad para conmemorar el centenario de nuestro puerto. Espero que esto sirva de ejemplo de lo que anhelo conseguir con el tiempo y os haga disfrutar un poco, aunque os pido que seáis indulgentes conmigo pues hace mucho que lo escribí y era muy joven cuando lo hice. Por cierto, para aquellos que se lo pregunten sólo quedé finalista y me llevé una birria de Mortadelo y Filemón y un libro que ya tenía en mi estantería.Ojalá os guste y gracias por leerlo.


Las Historias del Mar
Hace ya bastante tiempo de esta historia, tanto que mi memoria ha rectificado algunos detalles, pero no por ello la he olvidado. Por diversos sucesos en mi vida acabé visitando una ciudad de la costa de Granada: M*.


Mis Aventuras Sobre El Papel: Las Historias del Mar
M* era un lugar curioso, de casas blancas, y muy conocido por su caña de azúcar, cuyos cultivos dominaban gran parte de la zona. Me resultaba curioso porque la primera vez que oí hablar de M*, creía que se trataba del típico pueblo pesquero con las casas pegadas a la costa y al nivel del mar. Pero me equivocaba, las casas se hallaban a más de dos kilómetros de la costa, construidas en la ladera de una montaña. Las montañas y el mar se encontraban muy cerca y parecían aislar a M* del resto del mundo, formando dos barreras naturales infranqueables. La razón de que las casas estuvieran tan lejos de la costa, como más tarde averigüé, se remontaba a varios siglos atrás, cuando los piratas berberiscos amenazaban el Mediterráneo.
Me dijeron que la persona que buscaba podía estar en el puerto y hacia allí me dirigí. Pasé ante varios almacenes y pregunté a unos estibadores que descargaban la mercancía de un gran barco, pero dijeron que esa persona no volvería hasta más tarde. Como no tenía nada que hacer y el fuerte olor a pescado de la mercancía me mareaba, decidí dar un paseo. Cuando dejé atrás la zona más comercial del puerto comencé a percibir mejor ese salado olor a mar. Se había levantado viento y las nubes amenazaban con tormenta, el mar bravío golpeaba con fuerza el casco de las pequeñas embarcaciones que se balanceaban al vaivén de las olas, y algunos rayos de sol se asomaban tímidamente entre las nubes que avanzan impasibles oscureciendo todo a su paso. Sin previo aviso los relámpagos iluminaron el cielo y la lluvia comenzó a caer con fuerza sobre el puerto. Encontré refugio en un pequeño bar de pescadores que tenía aspecto de antiguo.
El local se encontraba en penumbra, apenas entraba una tenue luz por las sucias ventanas y habría creído que era el único cliente si no hubiera tosido uno de los marinos mercantes que había sentados a la barra. Preferí sentarme en una de las mesas próximas a las ventanas y comencé a contemplar las fotografías en blanco y negro que adornaban las paredes. En una se veía a unos pescadores sonriendo junto a una gran captura, en otra la inauguración de un barco, en una había una tripulación con aspecto de cansados y demacrados mientras que al fondo se podían ver los restos de una embarcación, y así eran la mayoría. Se abrió una puerta y salió el que debía ser el dueño. Era un hombre bajito y de espeso bigote negro con andares de pingüino, que traía unas velas del almacén.
-                - Esto es lo mejor que he encontrado -les dijo a los marinos.
-                - Menos mal, porque ya no me distinguía ni las manos -respondió uno de ellos con un fuerte acento extranjero.
            - Por fin alguien se percató de mi presencia.
-                - ¿Qué le pongo? -me preguntó.
Tras un rato los dos marinos pagaron y se dirigieron a la puerta. Nada más abrir, el frío viento arremetió contra los que estábamos dentro y pude ver cómo la lluvia caía incluso más fuerte que antes. Aquello más que una tormenta parecía una lucha encarnizada entre las fuerzas de la naturaleza.
-                - Me parece que hoy no zarpamos -dijo el marino más robusto a su amigo.
Este tenía unas cuantas cicatrices que le surcaban el rostro y le faltaba una mano. El compañero no tenía cicatrices ni le faltaba una mano, pero estaba muy castigado y tenía unas profundas ojeras que le daban cierto aspecto calavérico. Sus ropas eran un poco extrañas, pues se me antojaban un tanto anticuadas, aunque como todo en ese bar. Los marinos volvieron a sentarse a la barra.
-           - Todo pasó un día como éste -dijo una voz. Por primera vez vi la silueta de un hombre semioculto entre las sombras, en una mesa al fondo. Se inclinó hacia delante y la luz de las velas descubrió el rostro de un anciano pescador de piel curtida y muy morena. Debía de contar con unos sesenta y tantos años, como delataban su pelo blanco y las marcadas arrugas.
-            - Esto se pone interesante, hace mucho que no contaba lo sucedido -me dijo el dueño en un confidencial susurro.
-                - ¿Qué murmullas? -le espetó el anciano pescador. Tomó un sorbo de su cerveza y continuó. -Como decía, todo ocurrió un día como éste. Nada parecía anunciar la tormenta que más tarde se adueñó del cielo y enfureció a la mar sacando su lado más agresivo. El día transcurrió como si nada, con el sol resplandeciente. Yo había decidido ir a pescar ese día por la noche, para estar más tranquilo sin la presencia de otras embarcaciones pululando por allí, ni de las obras de ampliación del puerto. Aún recuerdo estar caminando por el muelle hacia mi barca y contemplar la luna llena en lo alto del despejado cielo. La mar estaba tranquila y parecía acunar suavemente la barca mientras me alejaba de la costa. Coloqué las redes y puse un farolillo para atraer a los peces.
     
Mis Aventuras Sobre El Papel: Las Historias del Mar
 "Después de un rato seguían sin aparecer, así que pasé la mano varias veces por la luz del farol. Y la vi. Una figura de mujer en el fondo. Lo primero que pensé es que alguien se había caído de algún barco, pero no vislumbré ninguno. Cuando me disponía a saltar para rescatarla ya no estaba. El farolillo ya no era suficiente luz. Alcé la vista y las nubes de tormenta se habían tragado la luna. La brisa se tornó ventisca y el agua comenzó a estar cada vez más inquieta. Una ola golpeó la barca dándole la vuelta y algo me dio en la cabeza. Recuerdo que antes de quedarme inconsciente comencé a sumergirme en las profundidades oceánicas sintiendo cómo la cabeza se me iba. Debí de estar inconsciente varios minutos. Cuando desperté la mar, enloquecida, chocaba con fuerza contra la costa que se acercaba vertiginosamente. Algo tiraba de mí a mucha velocidad. Me sentía tan aturdido que no me di cuenta cuándo esa cosa me lanzó a la orilla. Unas cuantas nubes se movieron dejando a la luna iluminar el aspecto del ser que me había salvado. Tenía forma humana, como de mujer, con un largo cabello negro azabache, cuya piel era de escamas de un verde azulado. Desapareció entre las bravías olas siendo su cola lo último que pude ver".
-                   - Menuda ridiculez, además de borracho, pirado -dijo el marino manco.

              - ¡Cómo te atreves! -le gritó muy enfadado el pescador al que le temblaba de manera convulsiva el vaso de cerveza.

-                 - Me atrevería incluso a decir que la única caña que has manejado en tu vida es la que tienes en la mano.
El comentario del marino hizo que se levantara con tanta brusquedad que tiró la silla.
-         - ¡Maldito! Antes de que tú nacieras yo ya era pescador en este puerto. Mi abuelo y mi padre dieron su vida a la mar y ayudaron a levantar el puerto de M* cuando vinieron los catalanes. Mi abuelo participó en la construcción del muelle para que la gente como tú no tuvieran que esperar a otras barcas para descargar las mercancías, y...
-         - Haya paz, haya paz -interrumpió en tono conciliador el dueño. -No vale la pena.
Pero el marino lo ignoró por completo.
-         - ¿Quieres oír una historia de verdad? -cogió una de las velas y se sentó a la mesa del pecador. - Pues escucha, abuelo.
Hizo una pausa durante la cual el anciano pescador fulminó al marino con la mirada, y continuó:
Mis Aventuras Sobre El Papel: Las Historias del Mar
-       - Mi amigo y yo nos habíamos embarcado en un carguero para Gran Bretaña. Durante varios días no sucedió nada, el cielo estaba despejado y el mar en calma. Pero a la mañana siguiente el sol ya no viajaba con nosotros y aún recuerdo cómo el frío viento nórdico azotaba nuestros rostros en cubierta. Llevábamos mercancía de más y habíamos tenido que poner parte de la carga en cubierta. Cuando estábamos enganchando la cosas, aquí mi amigo, se dio cuenta de que los cables estaban muy deteriorados, y se lo dijimos al capitán, pero nos gritó que nuestro trabajo era otro, no el preocuparnos por el mantenimiento del carguero. Mientras terminábamos de asegurar los cables el tiempo cambió bruscamente provocando un fuerte oleaje y, debido al peso excesivo, el barco comenzó a zozobrar peligrosamente. Juntos intentamos terminar de asegurar las últimas mercancías, sin embargo en ese momento el barco se inclinó demasiado, los cables no soportaron el peso y tiraron la mercancía al mar, arrastrándome a mí con ella. Noté que uno de los objetos que transportábamos me seccionaba la mano - dejó ver ante todos el muñón que en otro tiempo había sido su mano -, y la sangre tiñó la zona en la que me debatía con el mar para no ser engullido. El frío Atlántico me entumecía los músculos y me atravesaba dolorosamente, como si me clavaran agujas de hielo. Mi camarada no vaciló y se lanzó al agua, pero no fue el único que quería rescatarme, los tiburones habían percibido la sangre. No recuerdo nada más pues quedé inconsciente, aunque sé que desperté en una bonita playa.
Tanto el pescador como el marino se quedaron mirando con aire desafiante durante un rato.
-        - Ninguna sirena vino a rescatarme, debían estar muy ocupadas peinándose -le dijo con sorna.
-           - ¡Yo sé lo que vi! -le gritó el otro y volvieron a enzarzarse en una disputa.  Fuera la lucha entre las fuerzas de la naturaleza cesó. El sol había ganado a la tormenta, cuyas nubes, acompañadas por el viento, se retiraban hasta la próxima batalla. Me hubiera gustado quedarme a escuchar más historias, pero tenía una cita que no podía eludir.
Por alguna extraña razón, a pesar de haber zanjado el asunto que propició mi viaje, estuve en M* unos días más. El último día antes de mi marcha, decidí volver al puerto para visitar el bar de pescadores. Ya no me pareció tan anticuado por fuera. Por dentro todo estaba más limpio y luminoso, y las paredes tenían más fotografías, incluso algunas en color.
Mis Aventuras Sobre El Papel: Las Historias del Mar
Mientras esperaba a que apareciera el dueño para que me atendiera, vi una fotografía suya en la que sonreía junto a un niño pequeño, más abajo otra mostraba el rostro moreno y curtido del pescador, pero esta foto pertenecía a un recorte de periódico, en cuyo titular ponía: “Pescador desaparece en mitad de una tormenta en la costa de M*”. No salía de mi asombro, en el recorte ponía que había sucedido en 1930, hace más de veinte años. Salió un hombre del almacén y me preguntó qué deseaba. Le pregunté por las fotografías, en concreto por la del pescador, me contó que había desaparecido una noche hace mucho tiempo y nunca se pudo encontrar su cuerpo. También le pregunté por la del dueño, que resultó ser su padre, que muy aficionado a la pesca se fue un día a pescar a las rocas, con tan mala suerte que una ola lo tiró y el fuerte oleaje hizo que se ahogara. Conforme me iba contando, el terror me invadía. ¿Acaso me había vuelto loco y todo me lo había imaginado? Me contó que hacía ya bastante, llegaron a la playa de M* los cuerpos de unos marinos mercantes que desaparecieron de un carguero en alta mar varios días después de salir del puerto rumbo a Gran Bretaña. Pero lo que más me aturdió fue cuando me confesó que no era el primero que le preguntaba por su padre, el pescador y los dos marinos.
Mientras dejaba a mi espalda el bar, decidí dar un paseo por el muelle. Las gaviotas volaban majestuosas en el cielo a la vez que las coloridas y desgastadas barcas de los pescadores se balanceaban suavemente. Los almacenes, las máquinas, los barcos y todo el puerto en conjunto, fue bañado por el rojizo resplandor del sol que se escondía en el horizonte. Loco o no, nunca olvidaré esa imagen y aún menos las historias. He seguido visitando M* y en especial ese lugar del puerto en el que he vivido los mejores momentos de mí vida.
FIN

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