Revista Cultura y Ocio

Mis fetiches 11: Mi cámara kodak retinette

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Mis fetiches 11: Mi cámara kodak retinette
Cuando compré aquella cámara, ascendí un escalón en mi perfil de aficionado: me acercaba al ámbito del profesional, del artista. Hasta entonces sólo poseía una instamatic de kodak, una cámara automática que era básicamente una pequeña caja con un objetivo fijo y un mecanismo de disparo sencillísimo accionado  por un pequeño resorte. El día que me presenté en la antigua tienda "Fotoazul", ante cuyo escaparate restregaba mi nariz cada vez que pasaba, me pusieron en las manos esta cámara mítica: era un ejemplar de segunda mano, pero parecía muy bien conservada y, en aquel momento, funcionaba perfectamente. La óptica de estos modelos tenía una fama legendaria y su solidez y versatilidad eran notables. El pequeño capital que me pedían por su adquisición la hacían asequible aunque para adquirila tuviera que vaciar mis ahorros de años. Compacta, niquelada, brillante, perfectamente amoldada a su funda de cuero se me figuraba una cámara profesional.
A partir de ese día, aquella cámara me acompañó en todos los acontecimientos reseñables: viajes, bodas, bautizos, espectáculos, reuniones familiares... con ella realicé mis primeros reportajes: el pueblo de Ayuela, los trabajos del Plasti (un profesor de la Escuela Universitaria), la colección de fotografía arquitectónica de la iglesia de la  Anunciación en Burgos, las fotos de los alumnos de nuestro curso de magisterio... Y con ella también documenté recorridos artísticos por el cementerio de Burgos y el Castillo, encuadré numerosas puestas de sol, busqué ángulos extravagantes en las escopetas de perdigones, dupliqué la exposición buscando apariciones espectrales, ensayé ángulos originales en los objetos más vulgares, espié expresiones espontáneas en anónimos transeúntes... Llegué a impresionar una colección de 200 rollos en blanco y negro que conservo y, consulto de vez en cuando, encontrando siempre alguna sorpresa inesperada entre ellos.
La vieja retinette me acompañó después a la mili. Allí documenté parte de nuestra vida cuartelera en el campamento Álvarez de Sotomayor en Viator (Almería) y la estimulante liberación de las patrullas de reconocimiento en Carboneras y Aguamarga. La luz violenta de las playas del Egido y de los campos de Níjar, atravesaron su objetivo para quedar inmortalizadas en blanco y negro en rollos casi olvidados.
Después viajó conmigo a excursiones sin cuento, miró ojos amorosos a mi mujer, Charo, descubriendo conmigo un rostro enamorado y expresiones felices. Me siguió al colegio donde inmortalizó varios cursos y escenas escolares irrepetibles. Conoció y mis sobrinos y les regaló la inmortalidad de sus pocos años. Fue testigo de curiosos experimentos, contempló extrañas máquinas de pretecnología, retrató los personajes de mi biografía, plamó paisajes bellísimos...
En los últimos tiempos sufría los achaques de la edad. Hacía tiempo que algunos de sus resortes padecían artrosis y hube de llevarla a la tienda para su reparación. El técnico la sumergió 24 en aceite para engrasar y limpiar sus piezas y volvió a funcionar por una temporada. Después los atascos se hicieron recurrentes. Tuve que añadir la fuerza de una goma elástica desde la palanquita del retardo para que no se parara en una cuenta eterna. Pese a todo seguía haciendo fotos excelentes. En esto, llegó la era digital.
Mi vieja retinette quedó sepultada en un armario de la buhardilla hacia el año 2002, cuando adquirí mi primera cámara digital. Preñada de su último carrete, quedaron abortadas las últimas imágenes que tomé con ella. Algún día, por curiosidad, revelaré esos viejos negativos en color y volverán a la vida las últimas personas que retraté, algunas de ellas fallecidas.
Porque el poder de la fotografía es volver a la vida los instantes muertos. Y de vez, en cuando, estos portavoces del pasado, nos recuerdan cómo fuimos en aquellos tiempos a los que la memoria no alcanza. Y yo guardo, con cariño, el instrumento que lo ha permitido; lo conservo como un fetiche con mágicos poderes, con el divino poder  de la inmortalidad.

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